Todos viven el espectáculo a su forma Autor: Getty Images Publicado: 16/07/2018 | 07:29 pm
Cuatro años de espera comienzan. Los últimos estertores del Mundial sucedieron hace un par de días en Moscú, e ipso facto, medio mundo comenzó la cuenta regresiva rumbo a Catar 2022. Han sido 31 días de espectáculo, pronósticos rotos, gritos al borde del asiento y finales inesperados. De cualquier manera, es inevitable sentir esa sensación de vacío que nos queda cuando terminamos de ver una buena serie, o de leer un libro de esos que nos mantienen sin dormir durante el tiempo que nos duren sus páginas.
Ahora es el momento de comenzar a procesar el hecho de que posiblemente no volveremos a ver sobre una cancha mundialista la magia de Messi, Cristiano Ronaldo, Modric, Falcao o Guerrero. Toca aceptar que una era ha concluido, y que otra comienza.
Ha muerto esa época de posesiones interminables y sosas, aniquilada a ras de césped por un fútbol práctico y simple, más enfocado en la trascendencia de las acciones que en la falsa tranquilidad que provoca el dominio de la esférica.
También ha llegado la hora de ratificar en toda regla la tecnología como la vía más creíble para impartir justicia. La segunda intervención en estas citas del «ojo de halcón», y el debut del VAR, superaron la visión purista de que «en el fútbol tiene que haber equivocaciones para que no pierda su esencia». No obstante, en el caso del videoarbitraje, sigue siendo fundamental el factor humano, pues mientras los colegiados tengan la potestad de elegir si acuden o no a este método, las fallas seguirán pululando.
Si hubo algo que caracterizó la cita rusa, más allá de la exquisita organización de los anfitriones, fue la reducción de las distancias futbolísticas entre la élite y las potencias de «mitad de tabla para abajo».
El esperado despegue de Croacia, Bélgica e Inglaterra, más las gratas actuaciones de locales y suecos, fueron algunos de los ejemplos más claros. Y es que esta vez el sufrimiento de grandes como Alemania, España o Brasil, no fue solo una consecuencia de su falta de pegada, sino de la seriedad en el trabajo de muchos técnicos que decidieron ir al Mundial con el objetivo de competir más que de participar.
Aunque caídos en el fragor de la batalla —para algunos antes de tiempo—, México, Japón y Senegal fueron animadores especiales del torneo. Los aztecas, apocados luego, nos regalaron un espectacular triunfo frente a los germanos; la tropa samurái, tal vez desacostumbrada a verse en una posición de clara ventaja, perdonó a la hora buena; por su parte, los Leones de Teranga se quedaron fuera por dos inoportunas tarjetas, pero supieron levantar la cabeza y aceptar la realidad.
Dicho lo dicho, en lo adelante tendremos que lidiar con la falta de esta adicción futbolera que provoca la Copa, e intentar deshacernos de la abstinencia con cuanta liga y «champions» aparezcan por el camino. Al final, algún sentido hay que encontrarle a la vida cuando se nos acaba el Mundial.