Jorge Luis desea convertirse en promotor del ciclismo para discapacitados. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 16/12/2017 | 07:23 pm
Antes de bajarse la bandera a cuadros, en la línea de arrancada de la 3ra. Clásica 200 kilómetros Excelencias del Motor, había un ciclista con una medalla que le colgaba desde el pecho hasta un pedal de su bicicleta.
Entre los fanáticos que madrugaron el domingo pasado para disfrutar de la competencia, la gran incógnita era: ¿cuándo lo alcanzarán los muchachos de la preselección nacional?
Unos apostaban a que sería antes de los primeros 50 km; otros que entre 50 y 100, y los menos decían que sería poco después del viraje, ubicado cerca del puente de Los Palacios, en Pinar del Río. Nadie, absolutalemnte nadie, predijo lo que iba a suceder. Alguien, empero, susurró: «Los que no lo conocen no tienen ojos para ver su pierna izquierda».
Jorge Luis González Pérez había llegado esa madrugada desde la ciudad de Cárdenas, Matanzas, para pedalear, por primera vez en su vida y en una competencia oficial, 200 kilómetros, y en menos de ocho horas. Esa era su única ambición. Que se recuerde, nadie en Cuba tenía semejante récord.
Erguido sobre el pie derecho y con el corazón donde debía estar el izquierdo, Jorge Luis se ubicó dentro del pelotón que saldría a las 8:00 a.m., una hora antes que la preselección nacional de ciclismo. Con él iban los másteres de 50 años o más, entre ellos, algunos frisando los 70, y otros aficionados que tenían su mismo propósito: solo hacer la distancia en el tiempo exigido, sin aspirar a podio.
Al fin, bajaron la bandera y salió el grupo. Sesenta minutos después les tocó el turno a los ruteros élites y los másteres más jóvenes. Debía ser esa caravana la protagonista de la jornada. Poco a poco, una noticia iba cambiando la historia y otro final se estaba rodando al margen de lo previsto por los organizadores. Los jerarcas se tragaban kilómetros y kilómetros y no alcanzaban a Jorge Luis.
A sus 53 años, sin creérselo aún, mientras la gente lo aplaudía con la boca y los ojos más abiertos que una rueda de bicicleta, Jorge Luis cruzaba la raya de sentencia después de cinco horas y 57 minutos dando pedales sin parar. Entre los de su categoría, 50-59, era el segundo, pegado a Jorge Blanco, un hombre que lo ha ganado todo esta temporada en Cuba y con quien se escapó faltando 50 kilómetros para la meta.
—Llegaste a la meta con el mejor máster de tu edad en Cuba...
—Yo le agradezco mucho a Petróleo, que es como le dicen, porque me ayudó. Hacía viento y eso agota al que va delante; cuando nos escapamos, casi siempre marcaba y yo me le ponía a rueda. Compartí mis recuperantes con él, pues sin energizantes es difícil completar pruebas tan agotadoras.
—¿Te sorprendió el tiempo que registraste?
—Todavía no me lo creo, venía pensando en siete horas y media de pedaleo y he entrado antes de las seis horas.
—¿Cuándo pensaste que podías alcanzar podio?
—Logré engancharme siempre en las fugas, pero me di cuenta de que podía entrar entre los primeros cuando me escapé con «Petróleo». Pensaba que me iban a dar calambres en la pierna o que iba a tener alguna contracción; por suerte, no sentí nada de eso.
—¿No has corrido nunca con atletas paralímpicos?
—Una vez, en 2006 o 2007, vinieron unos ciclistas paralímpicos de Canadá a Varadero para entrenar, y un día me puse a correr con ellos y un grupo de pedalistas convencionales. Al final, entre los discapacitados solo yo llegué a la meta. Recuerdo que el entrenador me dijo: «Muchacho, entrena que tú tienes potencialidades para llegar lejos». Yo lo interpreté como un elogio, nada más.
—¿Y te has probado en un velódromo?
—Nunca he entrado a un velódromo, ni de espectador. Pero me gustaría correr en una pista, aunque no sé si soy capaz de tener buenos resultados allí.
Un amigo interrumpe el diálogo. «Ahora mismo hablamos con tu esposa». ¡¿Ya lo saben?!, preguntó. Jorge Luis bajó la cabeza y soltó entre dientes: «Quisiera llorar, imagino cómo estarán todos en la casa».
—¿Cómo fue que perdiste la pierna?
—Cuando el ciclón Mitchel azotó el país en 2002, me movilizaron para ayudar en la construcción de viviendas en la Ciénaga de Zapata, y en la noche que íbamos de regreso tras cumplir la misión, el ómnibus se volcó en una curva. Me llevaron rápido para el hospital, llegué con ambas piernas, pero una estaba muy dañada, sin circulación, y hubo que amputarla.
—¿Practicabas ciclismo antes del accidente?
—Lo mío eran las carreras de fondo. Participaba en los Marabana y los maratones internacionales de Varadero, y en la universidad competía en pruebas de atletismo. El ciclismo era un hobby, como también lo es ahora. Recuerdo que una vez, creo que en 1992, fui a un nacional de triatlón por mi cuenta.
«El accidente fue en septiembre y yo estaba entrenándome para el Marabana de ese año, ya me había inscrito. Terminaba el trabajo constructivo en la Ciénaga de Zapata a las cinco, me ponía un short y un par de tenis y me iba a correr 15 o 20 kilómetros.
«No se me va a olvidar nunca que un compañero mío fue a La Habana el día de la carrera y le dijo a Gattorno: el muchacho que iba a llevar este dorsal perdió una pierna, yo quiero que se lo firmen varios atletas y glorias del deporte para regalárselo y que lo tenga de recuerdo. Me emocioné mucho cuando mi amigo llegó al hospital con aquella sorpresa. Imagínate, hasta Alberto Juantorena puso su firma».
—Al principio, imagino que te haya costado trabajo.
—Sí, no fue fácil, me caí muchas veces, pensaba que no iba a lograr el equilibrio con un solo pie, pero me levantaba y seguía. También vi la película y leí un libro sobre Terry Fox y su ejemplo me sirvió de inspiración. Si el pudo, por qué yo no. Eso me dio fuerzas, me hizo crecerme ante las adversidades.
—¿Cómo es eso que en Cárdenas te dicen el ciclista dulcero o el dulcero ciclista?
—Es que yo vendo dulces, tengo patente para el trabajo por cuenta propia. Trabajaba en la corporación Cimex de jefe de turno de un Cupet, y tenía que estar 24 horas casi sin descansar y el pie se me inflamaba demasiado; entonces me trasladé para un quiosco de venta, donde me pasaba 12 horas sin parar; cargando unos sacos de sal se me corrió el líquido de la rodilla y la angióloga me dijo que si seguía así iba a terminar en una silla de ruedas.
«La gerencia me ofreció una plaza en la recepción, pero el salario no me alcanza para mantener a mi familia: una esposa y tres hijos en Cárdenas y otra hija en Camagüey, donde nací (tras sus estudios de ingeniero agroindustrial en la región central se aplatanó en Matanzas).
«Fue a partir de ese momento que me decidí por el cuentapropismo, y para la práctica del deporte ha sido mejor también. Antes no podía dedicarle tanto tiempo, pues terminaba muy agotado en el trabajo; ahora entreno por la mañana y vendo dulces por la tarde».
—¿Haces algún entrenamiento especial?
—No, el normal. Corro entre 60-70 kilómetros, a veces un poco más, con dos amigos inseparables, uno de ellos es un italiano radicado en Varadero que fue campeón mundial en triatlón en los años 70.
—El ciclismo es un deporte costoso, ¿cómo te agencias los implementos?
—Todo lo que tengo me lo han regalado amigos. Por suerte a Varadero vienen muchos extranjeros que practican este deporte o les gusta el cicloturismo. Un canadiense me obsequió la bicicleta y me ayudan con las piezas y los otros recursos que necesito.
—¿Cuál es tu próxima meta competitiva?
—Quiero volver en 2018 a una prueba por etapas que se organiza en Santa Cruz del Norte. Son 300 kilómetros en tres etapas; el año pasado no tuve un gran resultado, pero la terminé y eso me estimula a volver.
—Muchísimos mortales, incluso profesionales dedicados a este deporte, han fracasado en el intento de subir en bicicleta la Gran Piedra, ¿es cierto que tú lo lograste en junio de este año?
—Es cierto, pero hubo un tramo, llamado La Pared, donde tuve que bajarme, coger la bicicleta como si fuera una muleta y cruzarlo saltando. Eran 150 metros en los que uno va subiendo casi de manera vertical. Luego descancé cinco minutos, me volví a montar y no me bajé más, ni en el Olimpo, otro paraje muy empinado. Llegué loco de alegría, dando brincos, literalmente, en un solo pie.
Mientras narra su ascenso, se dibuja en mi memoria todo el trayecto desde la base hasta la cima. Quien nunca haya subido esa cuesta, no puede aquilatar la proeza de Jorge Luis. Es un trayecto de 14 kilómetros, con varios repechos salvajes, en los que se han fundido automóviles durante las vueltas ciclisticas a Cuba. Y Jorge Luis llegó, y besó las nubes a más de 1 200 metros sobre el nivel del mar.
Después de tocar con sus manos la Gran Piedra, recorrió junto a tres amigos casi 900 kilómetros entre Santiago de Cuba y Cárdenas en una semana, y antes, en 2006, había intentado ascender a Topes de Collantes, en el Escambray.
«Por aquellos tiempos no tenía la preparación de ahora y no llegué a la cima. Dicen los que han subido que es más duro que la Gran Piedra porque los repechos son más largos y empinados, con menos tramos para el descanso».
—¿Vas a intentarlo de nuevo?
—En febrero próximo. Un excepcional triatleta del mundo, el español Marcel Zamora, me invitó a subir con él.
Y todavía Jorge Luis dice que su historia no tiene nada que merezca tantas líneas en un periódico.