RÍO DE JANEIRO.— Para quienes hayan tenido el privilegio de participar en unos Juegos Olímpicos —incluso como periodista—, la hora de la despedida siempre deja un regusto agridulce.
Hoy, después de intensas jornadas vividas con las emociones a flor de piel, se apaga un fuego y comienza un recorrido de cuatro años que desembocará en la capital nipona, donde una vez más miles de atletas protagonizarán extraordinarias batallas deportivas en busca de la gloria olímpica.
Sin dudas, echaremos de menos este recorrido por la Ruta Carioca, con el que hemos pretendido ilustrar un puñado de vivencias en este magno evento deportivo, el primero en la historia que acoge un país latinoamericano.
Tal vez esta noche, ante otra megaconcurrencia en el mítico Maracaná, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el alemán Thomas Bach, diga que estos han sido unos grandiosos Juegos Olímpicos de la historia. También puede suceder que rompa con la tradición y evite la complacencia, mas dudo que deje de reconocer el enorme esfuerzo realizado por esta nación para realizar un certamen multideportivo que, a pesar de los deseos de frenar su gigantismo, sigue siendo un reto descomunal.
Yo no sé si alcanzaron a ser tan extraordinarios como el COI y los organizadores pretendieron. Sin embargo, estoy completamente convencido de que fueron los mejores Juegos que podía organizar esta nación en medio de circunstancias tan adversas como las dificultades económicas que atraviesa, que en ocasiones parecen insignificantes cuando se comparan con la grave crisis política desatada desde hace algunos meses con el proceso de impeachment que enfrenta la presidenta Dilma Rousseff.
Nada de esto, que no es poco, superó la pasión con que los anfitriones han asumido la organización de esta cita, ni opacar el empeño que pusieron para hacer sentir como en casa a miles de participantes, junto otros tantos que hasta aquí llegaron para ser parte de la historia. Y aunque no vaya a ningún medallero, es un título que nadie puede soslayar.
Todos hemos descubierto por estos días una ciudad impresionante por su belleza y por su historia. Maravillosa ha sido el calificativo que ha trascendido hasta nuestros días, quizá como el que más cerca está de resumir tantas cosas, porque Río de Janeiro es —ya lo dijimos antes—, más que paradisiacos paisajes y eterno carnaval.
Despedimos ahora no solo a una cita deportiva. Decimos adiós también a todo lo que define lo carioca y desde ya comenzamos a sentir eso que por aquí llaman la saudade. Extrañaremos, sin dudas, tanta alegría y tristeza entremezclada, tanta calidez y fraternidad y ese espíritu que solo puede generar una fiesta como esta. Pero la nostalgia se hará llevadera mientras vivamos convencidos de que en Tokio regresará, como siempre lo hace, para hacernos vibrar nuevamente. Hasta entonces… adeus.