Los equipos cubanos que participan en la Serie del Caribe han demostrado capacidad de ajuste para sobreponerse a rivales más adaptados al béisbol moderno Autor: Ricardo López Hevia Publicado: 21/09/2017 | 06:26 pm
SANTO DOMINGO.- Cuando el béisbol cubano regresó a la Serie del Caribe, su calidad era desconocida. Los rivales a enfrentar tenían la referencia histórica de tantos años dominando avasalladoramente en el ámbito amateur, y sus seguidores guardaban como el recuerdo más fresco aquel subtítulo alcanzado en la primera edición del Clásico Mundial, torneo de más caché asumido en los últimos tiempos.
Tres ediciones después queda claro que, desde cualquier perspectiva, las valoraciones deben traer consigo una amplia variedad de matices. Sin embargo, ambas coinciden en un punto: la historia sigue imponiendo cierto respeto, pero la realidad indica que el béisbol cubano no vive, en cuanto a calidad, sus mejores momentos.
Cada versión de la cita caribeña destapa, una y otra vez, más carencias que fortalezas.
“Ustedes juegan de otra forma en todos los sentidos, y a veces eso es una contradicción. He visto a los equipos cubanos jugar muy mal, como presionados, en las primeras presentaciones. Sin embargo, en los partidos definitorios, en los que se supone que esa presión debe ser mayor, entonces se crecen y ganan”, me comentaba un colega dominicano después de que los Tigres avileños dejaran sin opciones a sus Leones del Escogido, ganando un dramático partido en extra innings.
Y no le falta razón. Como en San Juan, al representante de la Mayor de las Antillas le ha costado hacer los ajustes necesarios para plasmar sobre el terreno su mejor versión.
A otros colegas les ha llamado mucho la atención la forma en que se manejan las rotaciones en el cuerpo de lanzadores, y les cuesta entender como en estos tiempos nuestras selecciones lleguen sin lanzadores especializados. Buscan en las estadísticas de la Serie Nacional y ven como Miguel Lahera es abridor en Artemisa, Yoanni Yera hace lo mismo con Matanzas, y ahora estén destinados a encargarse de apagar los fuegos monticulares.
Quienes nos han acompañado por estos días en el press box del emblemático estadio Quisqueya Juan Marichal debaten acaloradamente la pertinencia de tocar la pelota con el quinto bate de la alineación, y señalan la propensión de los bateadores cubanos, sea cual sea su responsabilidad en el line up, de hacerle swing a los primeros lanzamientos, incluso cuando están frente a un lanzador que acaba de salir del bullpen.
Es normal que esto suceda, pues están acostumbrados a ver otro tipo de béisbol, tal vez no más bueno en toda su expresión, pero si menos “guerrillero”. En las ligas del Caribe, donde se contratan jugadores de muchas partes, hay códigos muy bien establecidos en el béisbol actual de máximo nivel. En ella coinciden quienes van camino a las Grandes Ligas estadounidense con los que vienen de regreso, y eso es una gran ventaja. Y como no dependen solamente del talento local -que lo tienen con cierta abundancia-, sus pocos equipos diseñan sus nóminas de acuerdo a las necesidades del béisbol moderno.
Pero lo que más sorpresa causa a los especialistas de estos lares, es la capacidad del béisbol cubano de producir muy buenos jugadores en medio de circunstancias adversas, y que llegada la hora más crucial, saquen más pecho que técnica para aguarle la fiesta a cualquiera. Y aunque tenemos mucho que aprender, demasiado que mejorar, y ante nuestros ojos haya tantas fuentes de donde beber, eso ha alcanzado, al menos, para asustar.