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Gacela

Wilma Rudolph tuvo una participación «fugaz» en los Juegos Panamericanos, pero su historia como atleta bien merece ser recordada, pues trasciende los escenarios deportivos

Autor:

Yurisander Guevara

Hay hitos en la historia del deporte que nunca se olvidarán. ¿Cómo hacerlo, si constituyen hazañas a veces imposibles de creer? Esas epopeyas, protagonizadas por nosotros, los seres humanos, quedan bien grabadas en la memoria, incluso si no se «vivieron». Leerlas, imaginarlas o ver la repetición del suceso es siempre un disfrute.

Así me sucedió mientras investigaba sobre los Juegos Panamericanos y sus figuras. Topé con un nombre destacadísimo en las páginas deportivas, cuya historia conmueve, más allá de los días vividos en la Fiesta de América. Por eso quisiera recordar en estas líneas a la estadounidense Wilma Rudolph, conocida en la historia del atletismo como la Gacela Negra.

Fue una niña prematura, que sufrió de poliomielitis a los seis años y quedó con una pierna paralizada. Los médicos, escépticos, recomendaron la amputación, pero sus padres dijeron rotundamente que no. En cambio, se dedicaron a instruirla en el arte de la perseverancia, cualidad que la llevó a tocar el Olimpo con esas piernas desahuciadas para la mayoría.

Wilma nunca se rindió, y su tenacidad la convirtió en la mujer más rápida del mundo. Llegó a ser la primera en Estados Unidos que ganó tres medallas de oro en el atletismo de los Juegos Olímpicos. Sucedió en Roma 1960.

Eran sus segundos juegos estivales, y ya tenía en su haber la medalla de bronce del relevo corto, obtenida en Melbourne 1956, con solo 16 años.

En 1959, durante los Juegos Panamericanos de Chicago, la muchacha de Tennessee, nacida el 23 de junio de 1940, dio muestras de su mejoría deportiva con la medalla de plata en el hectómetro.  ¿Cómo era posible que aquella muchacha, capaz de caminar correctamente solo siete años antes, fuera la segunda mujer más rápida del continente? ¿Casualidad? ¡Qué va!

Aquellos juegos continentales mostraron al mundo, en las piernas de Wilma Rudolph, que siempre se puede más. Así lo confirmaría la Gacela Negra un año después, cuando puso de pie a los 100 000 espectadores del estadio de Roma.

En la capital italiana, igualó un récord mundial en la prueba reina del atletismo (cien metros), y superó la marca olímpica con un tiempo de 11 segundos. Luego marcó 24 «flat» en 200; y en el relevo corto la cuarteta estadounidense igualó el registro universal de 44.50.

El récord olímpico en los cien metros estuvo vigente hasta 1984, cuando su compatriota Evelyn Ashford lo rompió en Los Ángeles, al detener los cronómetros en 10.97.

El nombre de Wilma pertenece al Salón de la Fama. Murió el 12 de noviembre de 1994 a causa de un tumor cerebral, pero sus zancadas aún retumban en la memoria de quienes la vieron correr.

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