El campo estaba totalmente helado y aquellas hojas escritas a mano por Lina a su amado Otto estaban completamente secas, aunque habían sido llevadas por el viento hasta cerca de un estanque. Un soplo más de aire y se hubiera perdido el mensaje de amor. Suena a relato del romanticismo decimonónico, y extrañamente lo es. Sucedió en Morup, Suecia, cuando Susann Bolo caminaba con su amigo Roger Bengstsson, y encontró la carta, llegada de quién sabe dónde. «Es del 62», le dijo. Pero cuando leyó más al detalle fue la sorpresa grande, la fecha se remontaba mucho más allá de esa década prodigiosa: 24 de julio de 1862. Susann —mujer al fin— ya quiere e intenta saber quiénes fueron Lina y Otto…