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Alfredo Guevara está en su festival

Numerosos libros recogen facetas del espacio creativo del intelectual Alfredo Guevara y sus muchas ideas en torno a la necesidad del debate, el papel del cine en el ámbito artístico y la importancia de sostener concepciones creativas en los procesos del arte

Autor:

Rubén Ricardo Infante

 

Uno de los grandes pensadores e intelectuales cubanos está cumpliendo su centenario: Alfredo Guevara Valdés. Considerado una de las figuras cimeras del cine, la cultura y el pensamiento, su legado es parte de la concepción de instituciones culturales y proyectos de mucha significación para la cultura insular y latinoamericana.

Con el propósito de indagar en una parte de su legado, su producción como ensayista, reviso algunos de sus títulos y los temas abordados en estos. Y hay una especie de mapa por el espacio creativo de este autor de artículos, ensayos, conferencias y otros textos que se recogen en libros hermosos, voluminosos y que contienen muchas ideas en torno a la necesidad del debate, el papel del cine en el ámbito artístico y la importancia de sostener concepciones creativas en los procesos del arte. 

Revolución es lucidez (Ediciones Icaic, 1998) contiene una selección de textos, entrevistas, intervenciones en espacios radiales y televisivos, ponencias, palabras de elogio o despedida a amigos, donde se muestra a un Alfredo diverso, capaz de analizar temas y cuestiones que desbordan el espacio cinematográfico o cultural, y se instauran como preocupaciones de tipo político, ideológico, social…

Su capacidad para abordar estos temas está relacionada con un amplio conocimiento de los procesos históricos y el interés por analizar temas desde visiones menos dogmáticas. Los textos agrupados en este volumen parecen que no guardan relación entre ellos, sin embargo, dentro de la amplitud de temas y enfoques prevalecen las ideas en torno al arte, la cultura, las ideas y el pensamiento. 

El libro, con su propia firma en la cubierta, revela el propósito de unir textos donde se encuentran sus apreciaciones, las mismas que después serán condensadas en diálogos y encuentros con jóvenes estudiantes durante sus últimos años de vida. Desde Revolución es lucidez hasta el último de sus libros, el lector podrá encontrar a un Alfredo Guevara lúcido, más allá de las diferencias de criterios que podríamos sostener con algunos de sus juicios. 

Los libros son siempre un espacio para encontrar zonas de la historia. En sus páginas se recogen hechos, figuras, testimonios y huellas del tiempo. Así sucede con Ese diamantino corazón de la verdad (Iberautor Promociones Literarias S.L. y Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, 2002), correspondencia cruzada entre Alfredo Guevara y el guionista cinematográfico Cesare Zavattini. 

La relación de Guevara y Zavattini nació un poco antes de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), pues en 1954, desde La Habana, le envía una misiva en que señala la filmación de La rosa blanca y un listado de las mejores películas estrenadas en 1953, según los miembros del Cine Club al que pertenecía y animaba Guevara. Esta primera carta, fechada el 5 de febrero de 1954, marca el inicio de una extensa correspondencia entre ambos, lo que permite trazar un recorrido de sus preocupaciones como creadores, el clima social e intelectual de aquellos años y los intereses en función del cine cubano. 

La correspondencia sostenida con el cineasta brasileño Glauber Rocha se inserta en un título que es también aspiración: Un sueño compartido (Iberautor Promociones Literarias S.L. y Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, 2002). Estas cartas son expresivas de las preocupaciones culturales, cinematográficas... que ambos mostraron a favor del cine latinoamericano.

En el texto que abre el libro, con el nombre «Tan cerca que vibraba», Guevara refiere: «Glauber fue para mí un amigo inesperado; seguramente tenía que llegar y seguramente se produciría ese encuentro de un modo u otro, más tarde o más temprano, puesto que andábamos por los mismos caminos en distintos parajes». 

Cada una de estas cartas son el testimonio de ese afán por fundar las esencias de un movimiento, lo que sería el Nuevo Cine Latinoamericano, proyecto del cual Rocha y Guevara formaron parte en su concepción teórica y primeras expresiones, hasta consolidar la imagen, las historias y los pueblos del continente y sus islas. 

Tiempo de fundación (Iberautor Promociones Literarias S.L. y Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, 2003) es otra compilación de textos en la que lo diverso y plural desde el punto de vista genérico completa el retrato de una época. En las palabras de presentación, la intelectual Graziella Pogolotti comienza diciendo: «Las páginas de este libro me han estremecido. La secuencia cronológica documental revive mis propios recuerdos, los de una existencia atravesada por una época convulsa, de sueños conquistados, de errores, de desgarramientos. Ha sido un tiempo hermoso de combates y construcción». 

En este volumen confluyen también cartas, intervenciones en congresos y sus últimos apartados incluyen las palabras de agradecimiento al recibir el Premio Nacional de Cine en 2003, y las pronunciadas por Roberto Fernández Retamar como elogio a este justo reconocimiento que concedía al presidente fundador del Icaic, el más alto reconocimiento entregado en Cuba a un cineasta.  

Uno de sus libros más hermosos desde la composición de la imagen es ¿Y si fuera una huella? (Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano, 2009), en el que se agrupa su epistolario. En la cubierta se destaca la imagen de un saco sobre los hombros, un saco azul (marca que lo identificó durante toda su vida), otra huella de su personalidad. En la foto sobresale la orden Gran Oficial de la Legión de Honor del Gobierno francés a figuras con larga trayectoria en el campo de la cultura. 

En este libro se juntan sus cartas a creadores, líderes políticos o culturales, personalidades como Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Agnés Varda, Federico Mayor, Cesare Zavattini, Glauber Rocha, Luis Buñuel, Fernando Pino Solanas, entre otros con los cuales establece un debate de ideas, expone sus argumentos defendidos desde la razón y el convencimiento de que el tiempo termina ubicando las cosas en su sitio definitivo. 

Cada carta es también la expresión de un profundo respeto hacia cada una de estas personalidades, con las cuales discutía desde la amistad, el cariño, la admiración o la consideración por sus respectivas funciones, pero con todos expresaba al Alfredo más polémico, una virtud que lo distinguió toda su vida y que resultó demasiado cuestionada por quienes no aceptaban esta voluntad de eterno polemista. 

En estas páginas encontramos una parte considerable de la obra de Guevara en el campo del pensamiento, las ideas y la crítica. Quedarían otros títulos por incluir en este primer repaso acerca de una personalidad que desde su complejidad y carácter observó el tiempo, el arte, la cultura y la identidad hacia espacios de definición mejor, como dijera José Lezama Lima. 

El siglo de su nacimiento requiere observar su obra con ojos nuevos, pero sin olvidar la trama de esos años complejos, cuando Alfredo Guevara supo imponer un espacio para desde el cine mirar a Cuba, a Latinoamérica y al mundo y dotar de imágenes que rápido corren ante nuestras pupilas para dejar una huella lúcida de sus tiempos de fundación.

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