Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Manuel sueña con desentrañar el arte (+ Fotos)

En Cuba es casi seguro que nadie ostenta tres premios nacionales, como él: el de Periodismo José Martí (2001); el de Humor (2006) y el de Artes Plásticas (2024). Es Manuel Hernández Valdés, quien a sus 82 años sigue pintando con una pasión admirable, y con una obra única, imprescindible para la cultura universal

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— Manuel Hernández Valdés no parece tener 82 años de edad. Siempre ha caminado pausadamente, aunque su pelo lacio ha pasado de un negro profundo a un blanco intenso. Fuma y toma café. Habla bajo, y siempre entabla una conversación reflexiva, con matices irónicos y humorísticos.

Nació el 2 de enero de 1943 y aún pinta cada día con una pasión admirada por todos. En Cuba es casi seguro que nadie ostenta tres premios nacionales, como él: el de Periodismo José Martí (2001); el de Humor (2006) y el de Artes Plásticas (2024).

Según consta en el acta del jurado de este último, el otorgamiento está avalado «por una obra integral y paradigmática, porque ha interpretado artísticamente el imaginario del campesinado cubano en sus esculturas, cerámicas y caricaturas, y, porque a lo largo de su vida ha obtenido premios relevantes en Cuba y en el extranjero. Su sentido del humor cubano es modelo de lo más significativo y profundo de una visión del mundo de las artes. Añádase a esto, su extensa labor como colaborador periodístico en las más importantes publicaciones de nuestro país».

—A esta altura de la vida ¿cómo explica que un niño campesino haya trascendido en las artes y el periodismo?

—Yo no soy un hecho aislado, ni un eslabón perdido ni nada de eso, hay infinidad de personas que fueron muy humildes o campesinas, como Javier Sotomayor, muchos científicos y otra gente simple que trascendieron en sus esferas. Eso es el fruto de toda la explosión en el país que cambió la vida para todo el mundo, para bien.

«Recuerdo cuando llegué a la ciudad de Matanzas que una vez dije “rompío”, porque los guajiros lo decían sin temor, y me humillaron. Luego comprendí que todos eran analfabetos igual que yo, pero el de la ciudad era un analfabeto que no decía “rompío” ni “entodavía”. Todos fuimos a la escuela después. En el campo era el relevo del padre al abuelo, todos estudiábamos hasta segundo o tercer grado, era una cosa estática.

«Un pariente que se fue hace tiempo vino y me preguntó que cuándo cambia “esto”. Le dije que siempre cambia. Fíjate que tus tres sobrinos se graduaron de Medicina, le dije… Quizá no tengan buenos zapatos ni corriente, pero los tres guajiritos se graduaron como médicos.

«Uno no se da cuenta, pero la cultura del pueblo cambió mucho. Antes la gente hacía chistes banales y luego se intelectualizaron, las personas crecimos con todas las posibilidades».

—¿Cómo recibió Manuel la noticia del premio?

—Todas las personas me felicitan. Creo que es demasiado, no es para tanto… Hasta el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en medio de todas sus responsabilidades de trabajo, hizo un alto y escribió un mensaje lindo en la plataforma X.

«Lo principal es la gente de la calle que ves diariamente y te saluda. Una vez me fueron a otorgar el Premio del Barrio y yo les dije que ese era el más difícil, porque la gente sabe si haces guardia o recoges materia prima y te juzgan, es un jurado más grande, porque todo el mundo tiene un juicio crítico de las personas. Recuerdo una vez que una mujer le decía a otra, refiriéndose a mi esposa Sarita: “Mira la pobre mujer esa, todos los días su marido llega a la casa borracho, casi no puede caminar”, porque yo camino muy despacio, entonces la otra le dijo: “Muchacha, si ese hombre ni toma”».

—¿Cuánta alegría hubiesen sentido con este premio tus viejos y tu esposa?

—Ellos forman parte de este premio, sin ellos no lo hubiera logrado. Es de todos los que me fueron construyendo en la vida, porque uno no se construye solo, todas las personas que contribuyeron a mi carrera, y todas las puertas que se te abrieron con todo este proceso social que es la Revolución; todas esas puertas que se abrían y que podías transitar, caminar; la confianza que te daban en el trabajo… y creo es parte de todo ese sueño que es el proceso que nos transformó a todos, y por supuesto a mí. Todos los días voy aprendiendo de todos.

—¿Qué significó en tu vida como intelectual el paso por Juventud Rebelde?

—Eso fue la gran puerta. Fue como una gran escuela, mi universidad. Siempre he lamentado no haber ido a la universidad… me decían «estudia, que es necesario», y yo en esos momentos no lo entendía, pero sin cultura no puede haber desarrollo. A veces uno se disociaba en muchas cosas, porque La Habana tiene muchas puertas, pero con muchas veredas también, y eso te hace perder posibilidades. Yo podía haber hecho mucho más. La Habana tiene un ritmo distinto al de Matanzas y al del campo, que es mucho más lento.

«Juventud Rebelde fue una puerta al conocimiento. Me dio la oportunidad de que miles de personas vieran mis caricaturas. Yo participaba en todos los eventos internacionales en La Habana, que era un centro mundial. Conocí a lo mejor de América Latina: a Evo, a Correa, Chávez, Lula… y vi lo mejor de la intelectualidad latinoamericana y del mundo. Era un proceso de aprendizaje constante. A Fidel y Raúl los veía en muchos eventos y eso me hacía crecer y ser más universal».

—¿Qué hará a partir de ahora?

—¡No haré como Mijaín! Son tres premios difíciles, como medallas de oro olímpicas, pero nada de retirarme. Eso no tiene nada que ver con el trabajo, sigo con mis rutinas y mis sueños. Trabajo y sueño…

—¿Con qué sueña Manuel?

—Con hacer las cosas mejor cada día. Con desentrañar el arte: cuál es el misterio que rodea un proceso artístico e intelectual. Quiero saber cómo Lorca pudo escribir Las piquetas de los gallos, y cómo surgió la obra de Vallejo, o la música de Mozart. Qué hace falta para que exista esa forma de creación y cómo los grandes artistas llegaron a la cima, porque hay algo dentro de las personas para llegar más lejos.

«Eso te lo da el trabajo, lograr cosas importantes en la vida social y crear un mundo mejor. Como dice el Pequeño Príncipe, uno es lo que es para los demás. Debemos dejar una huella en lo que hacemos. Ese misterio de la vida que es hacerla más útil para que otros vengan y sean mejores».

—¿Consideras tu obra periodística más exitosa que la plástica?

—Creo que es un todo. Ese era mi trabajo y lo hacía con toda la dignidad posible y con toda la necesidad que tiene la sociedad de transmitir ideas y conceptos para hacer mejor al ser humano. La pintura no la hago agresiva ni mucho menos, la hago para que las personas sean felices de alguna manera, trato de ayudar a construir personas mejores.

—¿Por qué se aferra en sus obras a una pareja de guajiros?

—Los guajiros actuales no son los que yo pinto, ahora andan con celulares y están tatuados. Antes, en el campo iba un grupo de especialistas en lo que llamaban Plan asistencial para enseñar a las mujeres a peinarse, arreglarse las uñas y todas esas cosas que se desconocían en el campo primitivo, incluso una enfermera o médico les enseñaba a despiojarse.

«Hoy les digo a las muchachas que ya las guajiras se han ido sublevando, han tomado posición; me río y les digo que no saben encender el carbón, cuando antes lo normal para una niña campesina era verlas con las manos y uñas llenas de tizne».

Monte adentro 1 (técnica pigmento sobre cerámica esmaltada). Foto: Hugo García.

—Mantiene un colorido en sus obras que le identifica de lejos en cualquier galería…

—Trato de brindar la parte humana vinculada con la naturaleza. Son seres muy enamorados integrados a su medio y eso da un ser humano feliz, poético, crítico, bello. Es curioso, porque mis obras lo mismo le gustan a un japonés que a un inglés o un latinoamericano.

Botella esmaltada. Foto: Hugo García.

—¿Es un gran lector?

—Siempre, porque yo buscaba desentrañar qué era el arte y eso nadie me lo podía explicar; entonces me di cuenta de que a través de los libros encontraría respuestas. Cuando lees a los grandes escritores te das cuenta que el arte no es nada del más allá ni mucho menos, sino que implica mucho trabajo. La literatura me ayudó muchísimo para el humor y para elevar mi cultura. Las imágenes que produce un pintor son poéticas, es decir, que el arte mezcla unas manifestaciones con otras. Es un todo, como el universo. También se aprende de lo malo.

—Al libro de ensayo biográfico Manuel es Manuel, de Lis García Arango, ¿qué le agregaría?

—Tuvo mucha aceptación, se agotaron los ejemplares rápidamente. Un día fui a una librería, lo vi y lo compré, pero carísimo. Le pregunté al librero por qué valía tan caro, y me contestó que era un libro usado y no estaba en existencia hacía rato.

«Unos tienen varias biografías (como Pancho Villa, que escribió tres biografías y no sabía escribir) y siempre hay cosas que dejas de decir. A la mía no le agregaría nada, pero la vida cotidiana te cambia constantemente, se enriquece, es como un gran libro…

«Eso se lo decía a mi viejo, que él era un gran libro. Como leí una vez, cada hombre que pasa tiene un rostro y una historia, cada ser humano es un libro que tiene acumuladas muchas experiencias, muchas cosas bonitas y feas. La vida es un libro, en un tomo o varios tomos».

—En Angola siempre le regalaba una caricatura a quienes terminaban la misión…

—¡Una vez me busqué un lío con un periodista porque le pinté un poco la barriga! Aquello era como un recuerdo de la estancia, del mundo que vivimos, una cultura y un medio distinto, un país en guerra.

«El colonialismo no era algo aislado, era toda una filosofía; allí el ser humano era un animalito, toda esa ignorancia y falta de desarrollo, eso te formaba, ver cómo es posible que el mundo sea así, como se morían los niños como si nada…la cultura de la vida y la muerte es rara.

«Un día le pregunté a un angolano amigo nuestro por su familia y me dijo como si nada: “Ayer se me murió un hijo”. Como si se le hubiera roto la bicicleta. Eso te impacta y te forma; te crea una conciencia universal, solidaria, porque uno debe luchar contra la deshumanización del ser humano».

—Leonardo Padura afirma que en las conversaciones con usted uno utiliza la ironía para defenderse de la suya.

—Padura es el único que dice que yo soy un genio (sonríe). Trabajamos mucho tiempo en Juventud Rebelde y luego en Angola estuvimos juntos; nos intercambiábamos libros, conversábamos. Somos grandes amigos y aprecio mucho su obra. Es un gran observador, una gente interesante, culta. Siempre hablamos con ciertas claves, cosas cómicas que solo entendemos nosotros, con alguna pizca de ironía y humor.

—¿Fue amigo de Enrique Núñez?

—Un día en Villa Clara fuimos a presentar un libro mío: Díaz-Canel era el secretario del Partido en la provincia y nos mandó a buscar. Había una reunión de zafra y todos compraron el libro. Enrique era un gran conversador y muy popular. Siempre que iba a Varadero de vacaciones, íbamos a todos los lugares y nadie le cobraba, todos lo conocían.

«En el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de Rusia le dije: “Enrique, si nos perdemos sigue a los sombreros de guano, que los cubanos andan con sombreros”; resultó que al extraviarse por las calles siguió los sombreros y era la delegación de Costa Rica, que también los llevaba… aquello fue muy simpático, porque lo dábamos por desaparecido».

—Adelaida de Juan aseveraba que su obra es representativa de la cubanía de una época, que trascenderá con un poder de evocación…

—Fui un cronista como lo fueron otros en mi época. Adelaida es un caso muy curioso, porque hay una revista con un escrito suyo llamado Voto por Manuel. Ella siempre fue jurado de estos premios y siempre votaba por mí, pero se cansó y se negó a volver a ser jurado. En esta feria del libro conversé con su hija, Laidi Fernández de Juan, y ella me dijo: “Mira eso, mi mamá que renunció a ser jurado porque no te daban el premio, ahora estará muy alegre”.

«Adelaida siempre fue una admiradora de mis obras y una excelente persona e intelectual. Creo que todos tenemos derecho a pasar por la historia y ser protagonistas de todo este gran sueño, en el que tuve la oportunidad de participar. Es un privilegio haber estado en toda la construcción y transformación de las personas».

—En el libro biográfico afirma que Guamacaro es parte de su vida, que cada piedra y rincón está en sus sueños.

—A veces sueño con el valle y con las personas que conocí durante mi vida allí. Yo era muy apegado a donde nací. Para mí fue un trauma mudarme para la ciudad, donde la gente era distinta. Allí era como un ser independiente con mis sueños, sin compromisos, solo vivir soñando. Aunque no se puede vivir toda la vida soñando.

«Me casé con una mujer que crío a los niños y mantuvo la casa, porque yo no sabía ni cómo poner un tornillo. Ella era de la ciudad y sabía cómo funcionaban las cosas. Yo no sabía ni que había calentadores para bañarse y otras cosas que en el campo no se conocían. Ella me respetó mis sueños y se sacrificó hasta sus últimos días».

—¿Extraña mucho a Sarita?

—Claro, ella era la casa. Es como si de pronto te quedas sin casa. Ella era el todo. Yo solo era un ser que iba de paso.

—Oneida, su mamá, repetía que no sabía cómo se convirtió en artista. ¿Cree en la vocación?

—Creo que las cosas están por dentro de uno. Aunque uno busque cosas afuera, la necesidad está dentro, ese misterio que uno tiene; pero es difícil llegar a convertir esas emociones y transmitirlas. El arte no es pintar y ya: es expresar emociones. Es un compromiso contigo mismo, una lucha interna, de disciplina, como llevar a alguien, un ser dentro que te va exigiendo.

«Además de todo lo que te exige el mundo que te rodea, ese ser dentro te va exigiendo, y hasta una simple caricatura es un compromiso contigo y con los demás. O sea, no es un dibujo por dibujo, sino transmitir intenciones… Es un poco difícil. A veces he visto cuadros míos al cabo del tiempo y me he asombrado, me he dicho: “Caramba, qué bonito está ese cuadro”. Y me he preguntado cómo lo hice, porque no podría explicarme cómo lo hice».

—¿Qué pintores te han impresionado más?

—Me gustan los pintores modernos, Picasso, Víctor Manuel… Quiero pararme delante de una obra y que me conmueva, como la literatura que disfruto, o cuando escucho al Guayabero. Siempre me pregunto cómo se pueden hacer cosas tan bellas… O lees a Martí y te preguntas cómo hizo un periodismo con crónicas tan hermosas. Y en Hemingway, cómo se enlazan las palabras y crean una imagen y la transmiten.

—Los matanceros le agradecen varias obras escultóricas emplazadas en la urbe…

—Realmente hay que agradecérselo al artista Osmany Betancourt (Lolo): Yo las pinto y él las ejecuta. Son tres: una en el viaducto, otra en el paseo cultural Narváez y la última dentro del taller. 

Aunque la escultura no ha sido su fuerte, ya tiene tres obras en la ciudad, entre ellas esta del paseo Narváez. Foto: Hugo García.

—¿Cómo sería su caricatura en la actualidad en medio de tantos problemas?

—El humor siempre se mantiene porque es algo vivo, difícil y fácil a la vez, no deja de existir porque en los momentos duros la gente se ríe de sus desgracias, de los apagones…

«Hacer humor social es estresante; más cuando lo van a apreciar miles de personas. Hay que ser consecuente y eso lleva un desgaste intelectual. Lleva entrenamiento e información para lograr el chiste. El humor político no, porque uno está más informado y se hace más fácil. Por eso elegí ser caricaturista editorialista, porque me era más cómodo».

En el taller de Betancourt (Lolo) en el paseo cultural de la calle Narváez, cada mañana llega Manuel a su mesa de labor, llena de pinceles y pinturas, tazas, botellas y platos de cerámica esperando por la decoración del artista. Allí pasa muchas horas, y de vez en cuando mira a los pescadores en la orilla del río San Juan y las embarcaciones varadas en sus márgenes. En sus ojos brilla esa añoranza por uno de sus hobbies de muchos años: la pesca.

Foto: Hugo García.

—¿Cuánto extrañas pescar?

—Eso es una felicidad. Es como salir de ti y crearte otra persona. Ya casi no voy, todo va cambiando, la edad… uno cambia también. Siempre estuve ligado al río en el lugar donde nací, el río Moreto, un pequeño hilo de agua que cuando llueve se inunda y parece un mar. Allí pasaba mucho tiempo pescando con una varita, una pita y un corcho.

«El mar es una maravilla. De verdad que las olas del mar y el olor marino te convierte en otro. Antes iba mucho a pescar por la costa, pero era más por pasar el tiempo y relajarme que por la captura, porque casi siempre se me iba el más grande, ¡como les pasa a todos los pescadores!».

En imágenes algunas de sus caricaturas y muestra de su obra 

Guajira (cerámica esmaltada). 

Monte adentro 2 (técnica Pigmento sobre cerámica esmaltada).

Guajira en el bohío (cerámica esmaltada). 

La botellera (Escultura de más de cuatro metros de altura emplazada en el viaducto matancero). 

Una muestra de la prolífica obra de Manuel, Premio Nacional de Artes Plásticas 2024. Fotos: Hugo García.

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