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Vinko Tomicic: «No puedo hacer cine si no conecto con el universo que quiero retratar»

El ladrón de perros, película candidata por Bolivia a los premios Goya, trae al 45to. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano las metáforas visuales que su director propone para reflexionar y cambiar el mundo

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

El chileno Vinko Tomičić hizo su ópera prima en calidad de codirector cuando tenía 25 años. Al llegar a los 40, quería ya tener cuatro filmes en su trayectoria. «Recién cumplí 37 y ahora estreno mi segundo largometraje, El ladrón de perros, que es el primero en solitario. El cine lleva tiempo y financiamiento, pero sobre todo tiempo, no es tan fácil. Soy un amante de las imágenes, de los sonidos, de la percepción y mi trabajo es traducir eso al cine. Tampoco me apego a un solo lugar. Aunque no he filmado aún en mi país natal —y deseo hacerlo— me ha nutrido mucho trabajar en Argentina y Bolivia. Creo en la unidad latinoamericana y, con nuestras diferencias, considero que somos una gran nación. Entonces me tomo mucho tiempo para conocer y conectar con la realidad que me interesa mostrar».

Seis años vivió en Bolivia luego de asistir a un laboratorio de creación cinematográfica, porque Vinko quedó seducido por La Paz como ciudad, con su energía y con el mundo de los limpiacalzados, que son fundamentalmente, chicos y adolescentes.

«En primera instancia pensé hacer esta película en mi país, pero encontré en Bolivia la locación ideal. Contacté con los que ejercen el oficio en La Paz, ellos tienen su periódico, El hormigón armado, y están organizados. Les ofrecí la idea de impartirle clases de cine a los chicos y luego de varios meses de esa experiencia, me percaté de que mi guion es la historia de cualquiera de ellos».

Director de la película. Tomada de su perfil en Instagram.

—¿Cómo elijes a Franklin Aro para ser Martin?

—Siempre me ha interesado retratar a personajes solitarios que están dispuestos a hacer algo, aunque sea una locura, con tal de reivindicar esa situación adversa en la que se encuentran. Esas personas buscan algo apasionadamente, aunque parezca inalcanzable, y esa es la gente que cambia el mundo, porque no se quedan quietos.

«Martin, el protagonista, es un chico huérfano de 13 años que es capaz de hacer una locura con tal de encontrar una figura paterna, tapar ese vacío que siente. Esa es mi búsqueda temática. Le roba el perro a un sastre cliente suyo, del que sospecha que pueda ser su padre.

«No me interesa contar si debería tener un padre o no, sino qué hace para entender quién es él en el mundo. Latinoamérica tiene ese punto de unión, la ausencia. Familias disfuncionales, países colonizados, violaciones de derechos... el padre ausente es muy común y puede ser un tema que conecte con muchas personas.

«Me gusta trabajar con el poder de la imagen, con lo simbólico de la imagen. Busco metáforas visuales que me ayudan a transmitir lo que quiero contar, y en este caso, los lustracalzados en Bolivia ocultan su rostro con un pasamontañas para trabajar. El primer acto, lustrar los zapatos, ya de por sí tiene un peso simbólico muy fuerte, por el cristianismo. Es de los oficios más populares, derivado de la migración del campo, como oportunidad socorrida de muchos campesinos. El Gobierno en la década del 40 inició una persecución hacia los que no forman parte de los puestos oficiales establecidos. Por eso cubren su rostro y terminan siendo estigmatizados. Terminan siendo peor vistos que un ladrón, aunque realizan un trabajo digno.

«La metáfora que me sedujo en la historia es justamente el
anhelo de Martin de ser reconocido, aunque cubre su rostro. En esa contradicción entre su vestir y su deseo está la metáfora visual intensa. Hice varios castings y cuando conocí a Franklin, fue como un amor a primera vista.

«Se trabaja mucho en el guion, construyendo los personajes en la mente y cuando se te presentan en la vida real es como un acto mágico. Él tiene un rostro inexpresivo y la mirada muy profunda. Eso fue fundamental, porque los ojos es lo único que vemos de esos muchachos.

«La película también habla de la incomunicación y el rechazo que sufre este chico, por eso quería que expresara con lo mínimo. Él lo tenía de manera natural, aunque trabajamos durante años en su entrenamiento. Fue muy bueno porque en cada toma que hacíamos él siempre estaba al cien».

 Alfredo Castro a la izquierda y Franklin Aro a la derecha, actores del filme. Tomada de mardelplatafilmfestival.

—Franklin no era actor y, sin embargo, esta película lo muestra como tal. Le debe haber cambiado la vida...

—Recibió el premio a Mejor Actor Revelación en el Festival de Guadalajara, el premio a Mejor Actor en el Festival de Santiago de Chile, el premio a Mejor Actor en Antalya, Turquía. Él lleva ocho años trabajando como lustrabotas en Bolivia, pero ahora su vida cambió. Tiene muchas oportunidades. Lo tendré en mi próxima película, que también será en Bolivia, como un road movie, un paseo por Los Andes. Además, se ganó dos becas universitarias, logró terminar la secundaria en un prestigioso colegio.

«Todo ello es genial, porque uno genera relaciones y ahí es cuando el cine trasciende. Es lindo ir a festivales, que la película ya ha estado en 24, y obtener premios y menciones, como los he recibido yo como director también, pero entiendo que el cine funciona y realmente trasciende cuando genera un cambio en el entorno donde uno trabaja. Me siento orgulloso de la vida que Franklin podrá tener gracias a El ladrón de perros».

—Trabajaste con el gran actor Alfredo Castro, tu coterráneo...

—Yo siempre he admirado a Alfredo Castro. Crecí viendo su trabajo y cuando me enamoré del cine aspiré a trabajar con él algún día. Lo conocí en 2016 cuando presenté mi ópera prima en el Festival en Santiago de Chile. Entablamos una relación y fue de las primeras personas que se sumó a la película cuando apenas había financiamiento, a pesar de ser una coproducción entre Bolivia, Chile, México, Francia e Italia. Confió en mí, le agradezco mucho. Es un actor muy profesional, exigente y muy estudioso de los guiones. Fue una experiencia increíble.

—Rodada durante la pandemia, El ladrón de perros debe atesorar muchas historias detrás de las cámaras...

—La mayor de todas es esa, justamente. Ya te comentaba que tuve un exhaustivo trabajo previo durante seis años, en los que salí a caminar alrededor de diez kilómetros cada día por la ciudad para conocer la energía, para descubrir locaciones y conectar con el ambiente real de las vidas de los lustracalzados. El rodaje se redujo a cinco semanas, pero costó mucho. A una semana de iniciarlo, se suspendió por la COVID-19 y constantemente nos hacíamos los tests y a los extras involucrados también. Fue una locura.

«Tuve la oportunidad de filmar con grandes amigos, y esa es también una gran historia. Trabajé con mi esposa Sofía Quiros, directora de la cinta Ceniza negra, por ejemplo. Fue coach de actores en este proyecto. Alejandro Loayza, director de la película Utama, fue quien hizo la asistencia de dirección; Sergio
Armstrong, el director de fotografía y un gran equipo de producción, liderado por Álvaro Manzano, Gabriela Maire, Edher Campos. La banda sonora estuvo a cargo del libanés Wissam Hojeij y también contamos con la cantante Akriila. Les agradezco a todos».

—¿Cómo deseas que, en el futuro, se hable de esta película?

—Me gustaría que fuera vista como un clásico del cine boliviano, pero quizá sea pretencioso. El otro día recibí la sorpresa porque supe que estaba incluida en una trilogía que retrata la ciudad de La Paz. Y además, es la candidata a los premios Goya en representación de Bolivia, y ya eso es maravilloso.

«Algunos piensan que es una referencia al neorrealismo italiano por El Ladrón de bicicletas, pero juro que no había visto ese filme cuando escribí el mío. Lo que sé, en definitiva, es que El ladrón de perros es un punto importante, y no solo en mi vida, sino en la de quienes se visibilizan con ella».

—Además de la próxima película en Bolivia, como comentabas, ¿algún otro proyecto en ciernes?

—En principio, filmaré en Bolivia, como te comentaba, y en Chile con el apoyo del Fondo Audiovisual para un cortometraje en la ciudad donde crecí. 

«No puedo hacer cine si no conecto con el universo que quiero retratar. Y así seguiré, ese es el gran proyecto. Soy un privilegiado porque vivo del cine, así que no me detendré. No soy ostentoso, con tal de poder pagar mi alquiler y vivir, me basta. Nunca he filmado publicidad. Lo único que hago en mi vida es impartir clases de guion y dedicarme al cine».

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