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La obsesión de Élida

La profesora e instructora de danza Élida Jústiz Reyes ha preparado en sus talleres a decenas de bailarines que integraron luego la cantera del Ballet Nacional de Cuba. Esa entrega fue reconocida con el premio Maestro de Juventudes 2024, que otorga la Asociación Hermanos Saíz

Autor:

Dorelys Canivell Canal

PINAR DEL RÍO.— Dicen los más veteranos que en Mantua hay una fuerte presencia de la cultura italiana, por aquellos primeros hombres náufragos llegados hasta esa zona norte del extremo más occidental de Cuba, quienes se asentaron allí en el siglo XVII, con sus maneras y tradiciones, fundaron la villa e hicieron familia.

Quizá sea ese uno de los motivos por el que nacen en el lugar tantos hombres y mujeres con aptitudes para el ballet, quienes han tenido la suerte de contar con la guía de la ahora Maestra de Juventudes 2024 Élida Jústiz Reyes, una mujer que viajó desde su natal San Luis, en Santiago de Cuba, para echar raíces en esta tierra vueltabajera, tras formarse en La Habana como instructora de arte por un llamado de Fidel.

Al comentarle sobre la cultura italiana y todo cuanto puede haberse conservado de ese entonces en el espíritu y genes de los habitantes de Mantua, Élida, cuya estatura no sobrepasa la de una niña, nos asegura que si le hubiese tocado enseñar en otro lugar, también habría encontrado buenos bailarines.

«El ballet se ha convertido en una obsesión para mí. Ya soy menos pasional, hablo bajito, me tomo las cosas con más calma... debe ser la edad. Hubo una época en la que me exaltaba mucho y gritaba», rememora, y en su mirada asoman agolpados los recuerdos de sus primeros años en Mantua. «Aquello había que sentirlo. Ser instructor de arte era una responsabilidad tremenda. Cuando llegué a Mantua parecía que la Revolución no había entrado allí todavía», asevera.

Élida entendió entonces que parte de su misión era ayudar, desde el arte, a hacer crecer el pueblo. «La idea de captar niños fue de la escuela de ballet; yo los preparaba apenas con mis conocimientos de danza contemporánea, pero la mayoría tenía muchas condiciones y me fui preparando para guiarlos también».

Los primeros talleres los daba en el portal de su casa Para esa época ya se había enamorado de un mantuano. Las barandas hacían de barras y aquello funcionaba con el rigor de una escuela profesional.

Con buen ojo

Poco a poco los resultados eran reconocidos. «Siempre he captado más varones que niñas, a partir de las necesidades del Ballet Nacional de Cuba y porque los hombres de Mantua son lindos. Yo los miro, los tomo de la mano y camino con ellos. Solo con eso sé si va a ser un buen bailarín, si tiene condiciones, talento, aptitud.

«Les miro las piernas, los pies, su rostro, si tienen la figura que se requiere, el pelo, la cara, la boca. Pero lo más importante es que tengan un bailarín aquí», dice la maestra mientras se lleva la mano al corazón. «Esto implica lágrimas, sacrificio, sudor».

Con los años, Élida ha aprendido que también se necesita mucha concentración. Su principal mérito es hacer florecer esa cantera de varones para la Escuela Cubana de Ballet. No lleva los cálculos, pero estima que entre 30 y 40 chicos han salido de sus talleres y han integrado el Ballet Nacional de Cuba y otras compañías del país y foráneas.

Tras varios años sin la especialidad en la Escuela Profesional de Arte Pedro Raúl Sánchez, Pinar del Río vuelve a contar con la enseñanza, gracias al empeño de los profesores de la institución, el empuje de los jóvenes de la AHS y el apoyo de Viengsay Valdés.

«Fueron 13 años sin captaciones, 13 años en los que se perdió mucho talento, a pesar de que se mantuvo el trabajo comunitario. Ahora mismo las condiciones son difíciles; no hay casa de cultura en Mantua, por ejemplo. Las clases se imparten en un seminternado», refiere.

Solo en este primer curso, cuatro de los siete varones que matricularon fueron alumnos de Élida en Mantua. «Siempre trato a los niños con paciencia y les digo: Tú sí puedes».

De cada alumno, ella sabe dónde vive, cómo, a qué se dedican sus padres, si les pasa algo. Y logra saber todo porque no falta jamás a sus clases, que son lo más sagrado en su vida. Una suerte de principio que incorporó desde que respondió al llamado de Fidel y decidió ser instructora.

«Hasta que la memoria lo permita estaré enseñando», insistió. El ballet cubano y Mantua lo necesitan.

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