Arte del cubanismo, de madre y tres hijas, ilustración posando alegre pacíficamente en enmarcable. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 09/05/2024 | 10:46 pm
A veces mi madre se pone terrible. La terribilidad viene dada por ese carácter que ella pasea como si fuera un pekinés tibetano que se lleva al parque. Luego dice: creo que se me fue la mano, pero ya ha mandado al diablo a unas cuantas gentes. Quienes se cruzan en el camino de mi madre tienen dos opciones: o se apartan a tiempo, o son enviadas al diablo. Las únicas excepciones somos mi hermano, mi abuela y yo. Nosotros ni nos echamos a un lado, ni blasfemamos. De eso se encarga ella, mi madre. Sobre todo, si alguno de nosotros tres tiene algún tipo de problema. Un problema para mi madre puede ser que un maestro nos mire de reojo a mi hermano o a mí, que mi abuela se enferme, o asuntos de mayor envergadura. La terribilidad de mi madre no conoce límites ni fronteras. A ella le da igual maldecir a una madre ajena que escribir una protesta en el periódico. Una vez, hace mucho tiempo, un niño de la cuadra me pateó. Mi hermano y yo jugábamos a no sé qué, creo que al pon, y ese otro niño se molestó cuando yo gané, de manera que procedió a dejarme estampada la suela de su bota en mi pulóver. Yo corrí a casa, no a quejarme, sino a cambiarme de ropa, con la fatalidad fatal de que mi madre me vio entrar. Y miró la suela de aquella bota marcada en el centro mismo de mi pulóver. Ella solo preguntó: ¿Quién fue?, así, en mayúsculas, sin importarle las razones ni querer entender absolutamente nada. Me desnudó en medio de la sala y salió disparada como un bólido. Primero agarró al niño pateador por los cuatro pelos de la cabeza y lo zarandeó como si fuera un pollo desmayado, luego le gritó a mi hermano, que contemplaba la escena más estupefacta que la estupefacción misma, ¡DEFIENDE TU CLAN!, y con la misma, se personó en la casa de la madre del muchacho, todavía sujeto por el moño. La otra madre no daba crédito, ni yo tampoco, ya a esas alturas, incorporado a la procesión, al igual que mi hermano y el resto de los niños que unos minutos antes jugábamos al pon o a la quimbumbia, no recuerdo. Mi madre llevaba en una mano el chiquito a retortero, y en la otra, mi pullover con la marca de la bota. Al estilo de una mambisa, enarbolaba aquella prenda como si fuera una bandera. MIRA LA BARBARIDAD QUE TU HIJO LE HA HECHO AL MÍO, vociferaba a la madre del otro.
La pobre mujer aquella no sabía qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Mi madre le lanzó su hijo a los pies, sentenciando: RECÓGELO Y EDÚCALO MEJOR. El resto del grupo se dispersó, excepto mi hermano y yo, que fuimos tras mi madre, una vez que ella decidió abandonar la casa ajena. Ya en nuestro cuarto, recibimos una monserga tan larga, que casi nos quedamos dormidos escuchándola. Lo cierto es que a partir de entonces, nadie más osó lastimarnos. Verdad que tampoco querían jugar con nosotros los demás niños, pero eso fue más bien transitorio. Al cabo de unas semanas, volvimos a batear pelotas, construimos una casa de madera encima de la ceiba del parque, y mataperreamos en la cuadra.
Fragmento del cuento inédito Si tú pasas por mi madre, cortesía de la autora Laidi Fernández de Juan
Las dos Adelaidas
Dos gardenias para ti…
El próximo día 12 será el segundo domingo de mayo y es habitual que, en nuestra Isla, y en medio mundo, se celebre el Día de las Madres.
Pensé entonces dedicar esta página de hoy a un par de señoras madres, de igual nombre, igual intensidad profesional e intelectual, e idéntica manera de afrontar la vida como madres y creadoras. Ambas aparecen en la cúspide del periodismo, la literatura y la investigación en Cuba, leales y fieles defensoras del buen humor y la más auténtica cultura nacional… y para mi inmensa satisfacción, las cuento entre las admiradas y queridas amigas que me ha regalado el destino y la profesión en el transcurso de la vida. Hablo de Adelaida de Juan, la profe Adelaida, como muchos le llamábamos, y su hija Adelaida Fernández de Juan, Laidi, como todos la llamamos.
Adelaida de Juan fue la más importante persona que nos inspiró y ayudó en la confección del libro Historia del humor gráfico en Cuba, realizado por Arístides Hernández (ARES) y este humilde escribidor (como suele decir el colega Ciro Bianchi). Su intenso trabajo de autenticar y dar a conocer lo más representativo y sobresaliente del humor gráfico cubano de todos los tiempos, recogido en su libro Caricatura de la República, y otros tantos volúmenes y ensayos sobre las artes plásticas, son un verdadero tesoro y fuente de consulta.
Más que todo ello, su carácter, su profundo sentido pedagógico, su intenso amor por el magisterio, le merecieron el respeto y cariño de sus miles de alumnos y de todas las personas que la conocieron.
Nació en La Habana de 1931. Fue ensayista y crítica de arte cubano. Doctora en Ciencias del Arte, Doctora en Filosofía y Letras. Profesora Titular de Historia del Arte de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Asesora del Consejo de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura, del Consejo Artístico del Museo Nacional y del Centro de Estudios del Caribe de la Casa de las Américas. Experta en arte latinoamericano de la Unesco. Jamás se vistió, ni presumió de tales atuendos, siempre fue, para todos, la profe Adelaida.
Laidi Fernández de Juan es hija de Adelaida de Juan y del reconocido poeta, intelectual y revolucionario Roberto Fernández Retamar. Es sin dudas la verdadera mezcla de ambos, pero más «echá pa’lante», como decimos en esta tierra.
Genuina defensora de los derechos de la mujer, intensa escritora de fino y mordaz sentido del humor, doctora internacionalista, madre las «27» horas del día, y cubana hasta la médula. Todo eso está reflejado en su prolífera y distintiva literatura.
Es la amiga a la que llamo cuando tengo una duda profesional o existencialista, con la que comparto un texto, un libro, un meme, una noticia, un chisme, un chiste, un dolor: ya sea en el miocardio o en el sentimiento de nuestra cubanía.
Los estudiosos apuntan que su narrativa se caracteriza por el inteligente manejo del humor y la ironía y por reflejar la cotidianidad en la vida de los cubanos. Ella en alguna ocasión apuntó que no puede evitar el humor y lo asume como estilo. Leer constituye su mayor fuente de placer, y escribir una forma de evitar quedarse con astillas por dentro.
Y muy bien que saca las «astillas» porque desde que comenzó a escribir entre 1989 y 1991, cuando cumplía misión como médica colaboradora en Zambia, y contaba historias a través de las cartas que escribía a sus padres, son numerosos los volúmenes escritos y los premios obtenidos en Cuba y en convocatorias internacionales.
No me detendré a enumerar los títulos de libros de su autoría y lauros que ha recibido, porque, al igual que su madre, Laidi jamás ha ostentado de su magnífica obra. Como laboriosa hormiguita se ha dedicado a enaltecer la cultura cubana desde sus investigaciones y antologías de cuentos, sobre todo escritos por mujeres.
En sus múltiples ensayos y conferencias siempre tiene un espacio de elogio y destaque para los creadores del patio, los más sublimes, los más olvidados. Con sus hilarantes textos, que llenan el diarismo impreso y digital, se ha convertido en una verdadera cronista de nuestros días, de los más difíciles, de los que curten la piel, de los que marcan la memoria y narran la verdadera historia.
Ellas son las dos Adelaidas que tanto admiro, y no creo que haya mejor referente para saludar el venidero Día de las Madres desde esta página que dedico a presentar y reconocer a quienes han defendido y defienden, con humor en la letra y el trazo, lo más auténtico del periodismo y nuestro acervo cultural.