Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Patrimonio

Aquello que encarna historia, orgullo, excepcionalidad, bien sea mueble o inmueble, es patrimonio

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Cuando hablamos de patrimonio, enseguida asoma la piedra. La arquitectura que nos rodea, las edificaciones cargadas de memoria, esas que parece que siempre estuvieron ahí. Los sitios que han sido tantas veces fotografiados, descritos, filmados, sin los cuales no concebimos ya un hecho o un lugar. Y también otros menos visibles, más «escondidos», pero igual de valiosos.

Aquello que encarna historia, orgullo, excepcionalidad, bien sea mueble o inmueble. Lo que ha sido testigo de una época. Una estación ferroviaria, un central azucarero, una torre, una instalación deportiva, un acueducto; o un palacio, una modesta vivienda, un cementerio, una calle, un barco sumergido, un auto, una silla, un escritorio, una cuchara… Puede ser todo un centro urbano, como La Habana Vieja, que fuera declarada en 1982, junto a su sistema de fortificaciones, como Patrimonio de la Humanidad.

Entre los sitios ubicados en la Lista del Patrimonio Mundial en nuestro país, se encuentra el Centro Histórico de Camagüey, en cuyas plazuelas y calles sinuosas me han tenido que rescatar más de una vez; el increíble paisaje de ruinas, caminos, haciendas cafetaleras
francesas del sudeste cubano; así como el Centro Histórico de Trinidad y el Valle de los Ingenios.

La poeta Dulce María Loynaz escribió en 1939, en una de esas cartas suyas que no se extraviaron: «Trinidad (…) flota en un vacío de inocencia (...). Algunas veces cuando el radio del vecino suena de pronto o cuando el jovencito de la fuente de soda aprieta con fuerza el grifo (…) yo siento un miedo obscuro, inconfesable, de que Trinidad se desvanezca, de que se disipen sus casas en niebla y sus calles en humo».

Una colección de obras de arte, un libro (o toda una biblioteca), una moneda,  una medalla, una bandera, una partitura, una cruz, un documento científico… todo ello puede integrar parte del acervo irrenunciable de una nación, de una cultura.

El patrimonio también puede ser natural. Si nos referimos solo al ámbito nacional, ¿qué sería del Oriente sin la Sierra Maestra y su Pico Turquino, la cima de Cuba; donde sentí el sabor inusitado de la fresa salvaje, donde está el Martí vigilante, con entrañas de humanidad?

¿Qué sería de Pinar sin Viñales y sus mogotes, la sobrecogedora belleza donde quiso descansar para siempre Dora Alonso?  ¿Y de Manzanillo sin el Golfo, y de Baracoa, la Primada de Cuba, sin sus ríos, sin su olor a chocolate? ¿Y de la Ciénaga de Zapata sin su humedal en eclosión perpetua? ¿Qué sería de nuestro archipiélago sin las pequeñas islas, los islotes, los cayos paradisíacos, los jardines reales de arenas finas y vírgenes manglares?

El carnaval santiaguero y las parrandas del centro del país son ejemplos de festejos populares paradigmáticos: cuando la luz sale del pecho, no hay quien la apague. Las tradiciones, el lenguaje, los saberes, las creencias, constituyen un patrimonio intangible, un reservorio identitario. Tal vez no se puedan asir, pero son como el aire: sin ellos no podríamos respirar.

Yo declaré al arroz con leche que hacía mi madre como patrimonio personal; más que mis fotos, más que mis camisas, más que mi patio. Puedo probarlo incluso ahora que las dulceras permanecen vacías, ahora que la cocinera no está.

Los casquitos de guayaba con queso, el plátano maduro frito, el lechón asado, el arroz con frijoles, son parte de nuestra heredad de sabores. Y algo se nos queda incompleto, se nos queda en suspenso, cuando no están, por esta circunstancia o por aquella otra. Los cubanos solemos mirar poco al mar, si se trata de la hora de comer. Curiosamente, tenemos más una sensación continental que un olor a salitre.

Ni enumeración de sitios ni jerarquías de unos sobre otros. Solo son apuntes sobre la riqueza que nos rodea, solo quiero remarcar un aspecto: si hay piedras patrimoniales, arte patrimonial, tradiciones patrimoniales, platos patrimoniales, es porque existe el ser humano, que ha puesto su ingenio, su creación y sus manos para sostenerlos. Incluso, al asomarse a la naturaleza (que tiene sus propias fuerzas), ha puesto su asombro y su conciencia, en tantos casos, para preservarla, para gestionarla.

Las paredes jamás se alzan solas. La historia se encuentra siempre en la gente que las diseñó, que las labró desde sus cimientos, que juntó argamasa y sangre, que espesó su historia, que les insufló vida.

El patrimonio más importante de un país es su gente, la que ahora mismo está naciendo y la que lo ha entregado todo. Y si esta no se cuida ni se preserva con celos, ni habrá patrimonio ni habrá país.

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