Enrique Pérez Díaz Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 17/02/2024 | 09:44 pm
Desde la invención de los caracteres móviles y la proliferación de la imprenta, el oficio de editor literario no conoció un impacto tan frenético como el que alcanzó a partir de las primeras décadas del siglo XX. Si evaluamos desde la perspectiva que nos ofrece la historia cultural las proezas pantagruélicas que lograron algunos exponentes del gremio de Gutenberg —Antoine Gallimard, Victoria Ocampo y Arnaldo Orfila Reynal—, detectaremos cuánto contribuyeron estos gestores renacentistas para consolidar el prestigio de premios, autores, colecciones, géneros, tendencias y catálogos que integran lo más preciado de la cultura letrada contemporánea.
A esta estirpe de hombres-orquesta del ámbito de la edición que transcendieron entre sus contemporáneos por su capacidad de trabajo intelectual, su sensibilidad desprejuiciada y su calidad comunicativa pertenece Enrique Pérez Díaz, con quien me he percatado cómo puede equipararse la publicación de un libro con los eventos públicos mayores que forman parte de la vida cultural de una nación.
En el presente diálogo, nuestro Premio Nacional de Edición 2023 —cuyos vitales precursores dentro de nuestra tradición literaria incluye nombres como José Martí, Herminio Almendros y Renée Méndez Capote—, nos develará cómo el desarrollo de la sensibilidad lectora nos permite descubrir el alcance de la amistad, los afectos y la inteligencia emotiva.
—¿Qué lugar ocupó la literatura infantil dentro de los niños y jóvenes de su generación?
—En los años 60 el mundo era otro. No lo digo solo con nostalgia sino por
convicción. En las bibliotecas podías aprender cualquier cosa, desde literatura o de cualquier tema en círculos de interés de numismática, filatelia, espeleología, artes manuales, dibujo, periodismo e incluso crear por ti mismo una imberbe publicación compartiendo conocimientos. En la escuela podían enseñarte apreciación musical y hasta esgrima. Yo desciendo de una familia muy lectora: mi madre trabajaba en una biblioteca y era fanática a los libros y, además, contaba cuentos.
«Por muchos libros que siempre haya tenido en casa, me encanta curiosear en bibliotecas y librerías. Fue emocionante crear El cochero azul cuando
laboré en Gente Nueva, que nos permitía medir el impacto de nuestras publicaciones, sus ventas lentas o rápidas, la demanda de los públicos. Casi me adelantaba a lo que es hoy mi cometido en el Observatorio Cubano del Libro y la Lectura.
—¿Cuán desafiante resulta editar una revista en la que colaboren los artífices de la literatura infanto-juvenil (diseñadores, ilustradores, críticos, autores, traductores y compiladores)?
—Cualquier revista para su mejor funcionamiento debe encontrar un núcleo de colaboradores afines a la publicación, que sientan similar interés y cercanía al tema que esta aborda y, por supuesto, estén capacitados para escribir. En oportunidades, hay personas muy expertas pero con pocas dotes para transmitir un contenido con el rigor y el donaire literario suficiente para llegar al gran público. En una revista especializada como la que aludes, debes tener claros tus objetivos, tu política, el sentir que deseas comunicar y claro, el sello que haga a la revista tener su personalidad, que la diferencie de tantas otras. Lo demás, es pura gestión editorial de contenidos actuales, oportunos, interesantes, de pegada. Dirigí la última época de En julio como en enero, revista que sigo desde su nacimiento, y siempre mantuvimos la divisa de mantener la investigación y la crítica sobre libros para niños y lectura como tema puntual, tratando de conseguir un balance entre ensayos, artículos, entrevistas, reseñas e informaciones.
—¿Cuánto lo impactó haber sido escogido para integrar el jurado del Premio Hans Christian Andersen?
—Pese a mis años de trabajo, generalmente me sorprende que alguien piense en mí para algo. Aunque tengo presencia por más de cuatro décadas como miembro de la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY), nunca esperé ser jurado del llamado «Nobel de la LIJ», que justamente di a conocer cuando era parte del equipo de cultura de Juventud Rebelde. El jurado funciona como cualquier otro, con puntos de vista coincidentes o
divergentes, preferencias, estilos de ver la literatura y el veredicto es resumen de un conjunto de principios que se valoran, amén de la calidad de un creador. Siempre he pensado que hay ausencias en el Andersen, pero nadie duda del valor de su alta nómina de premiados. Es un premio bienal y solo admite reconocer a un autor y un ilustrador de envergadura. El año del jurado yo trabajaba en Gente Nueva y estaba desbordado de ocupaciones, incluso tuve el privilegio de acompañar a mi entrañable Nersys Felipe en un periplo por la Isla pues en esa edición le dedicaron la Feria. Recuerdo que, regresando de ese viaje, tras organizar el balance de la editorial, debí partir para Alemania pues el jurado se reunió en un sitio que ya conocía, la Biblioteca Internacional de la Juventud, de Múnich, fundada por Jella Lepman, creadora del premio Andersen y del IBBY, entre otras iniciativas a favor de la lectura y de la infancia.
—¿Qué impronta aportó la Colección Veintiuno al movimiento editorial cubano?
—Esa colección resultó polémica en sus inicios. Su atrevido y poco convencional diseño no gustaba a los libreros. En la Distribuidora la criticaban por sus ventas de lento movimiento. Sin embargo, enseguida los autores y pedagogos cubanos la hicieron suya, hasta varios sicólogos, para impartir talleres entre públicos adolescentes con problemas familiares, de adaptación a su medio, etc. Literariamente significó y significa una puerta a lo actual, lo que apuesta por una literatura de conflicto, sin temas tabú y aventurada en las formas
de narrar. Todos aprendimos a crecer con Veintiuno y muchos
de sus textos se convirtieron en tendencia, lo cual también puede generar peligro de mimetismo o superficialidad. Pero en general su balance
es enriquecedor para la cultura y el público cubano, para un público sin edad.
—¿Cómo el acceso prematuro de las jóvenes generaciones a los dispositivos electrónicos pudiera estimular y/o inhibir el acceso a la lectura?
—Cuando accedes a una red o a un dispositivo inevitablemente lees en primera instancia para descifrar su funcionamiento, rutas o espacios. El tema es que estamos apegados a la lectura de textos literarios y a veces solemos ser categóricos sin pensar en las otras formas de leer. La literatura de bellas letras ennoblece los sentimientos al tanto que entretiene, pero hay otra lectura necesaria que nos capacita, actualiza y permite sobrevivir en este mundo tan tecnológico. Alternar nuestro tiempo en ambas lecturas debe ser la meta de cada persona de este siglo. Es decir, estar bien informado, moverse con soltura en las nuevas tecnologías que tanto brindan y no perder la sensibilidad hacia la emoción que despierta una buena historia, un poema, que nunca serán reemplazables.
—¿Ante las dificultades materiales, profesionales y tecnológicas de nuestro ámbito editorial, qué alicientes encuentran los autores cubanos para continuar consagrándose a la literatura?
—Yo nací en la escritura en un contexto ideal, sustentado por el esfuerzo de una Cuba enfocada en fomentar las ediciones desde el principio martiano de que «Leer es crecer». Cuando comencé a escribir en los 80 del siglo XX eran años de tirajes millonarios, incluso en los 60 a Cuba habían llegado ediciones de muchos países, sobre todo España, que mantenían actualizadas nuestras bibliotecas públicas y escolares, que lamentablemente hoy poseen fondos deteriorados por el uso, el clima, las plagas y la falta de novedades.
«Ya no tenemos las bondades de aquellos años pródigos en ediciones, sobre todo por la inflación, etc. aunque el país pretende desarrollar el acceso al mundo digital. Nunca un e-book tendrá el atractivo de un libro físico pero, bien ubicado en los espacios virtuales, sí puede alcanzar una difusión e impacto invaluable. Por eso las comunidades lectoras juveniles crecen y se robustecen en ese entorno que a los analógicos parece una distopía. El ámbito digital para nosotros no debe verse como un consuelo. Simplemente significa otro camino para llegar a los lectores, con mayor alcance y repercusión.
«Los escritores somos buenos en imaginar fantasías. Por eso el mejor aliciente puede ser leer de todo para actualizarnos, continuar escribiendo nuestros argumentos, y, por supuesto, confiar en lo que traiga el mañana.