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Hermanos del alma poética

Sobre Langston Hughes, el poeta estadounidense amigo de Nicolás Guillén —de quien se develó un busto en el Patio de la poesía del Centro Histórico realizado por el escultor Alberto Lescay— ; del poder de la poesía y los lazos culturales indisolubles entre Cuba y Estados Unidos, hablan en exclusiva para Juventud Rebelde, Alice Walker y Nancy Morejón

Autor:

Magda Resik Aguirre

Con su espíritu cosmopolita nos conquista Harlem, barrio neoyorkino y universal. Sus antiguos edificios, parques y calles han sido el escenario simbólico de las luchas por los derechos humanos y en contra de la discriminación racial en Estados Unidos.

En el camino de revelaciones, nos sorprende el rótulo de letras rojas, pintado a la usanza antigua sobre la pared de ladrillos del hotel Theresa. Regresan las imágenes de la acogida al líder de la Revolución triunfante, Fidel Castro Ruz, en ese barrio popular donde encontró abrigo y calidez de pueblo cuando le prohibieron hospedarse en otro hotel neoyorkino. Entonces, se produjo el abrazo cálido y la feliz conversación con Malcolm X apresada en una famosa fotografía.

Al salir del hotel Theresa caminamos hacia el 20 East, 127th Street, en busca de la casa donde vivió el poeta Langston Hughes por 20 años hasta su muerte. Solo se diferencia del resto por una placa de bronce en la cual se consigna la condición patrimonial del inmueble. No podía ser otro el barrio elegido para vivir.

Hughes fue uno de los más notables exponentes del llamado Renacimiento literario de Harlem. En las décadas del 20 y el 30 del pasado siglo, mientras otros poetas se encerraban en un discurso de la intimidad, él prefería hablar de otros temas: «Desafortunadamente, habiendo nacido pobre —y de color— en Missouri, me encontré atrapado en el fango desde el inicio. Por mucho que tratara de volar hasta las nubes, la pobreza y la discriminación racial me agarraban por el talón, y de nuevo me traían a tierra».

Muy famoso se hizo su poema a Harlem, donde en solo 11 versos se describe la dura exclusión del llamado «sueño americano» de las comunidades afrodescendientes: ¿Qué pasa con un sueño diferido? / ¿Se marchita/ como una pasa en el sol? / ¿O se encona como una llaga / y entonces corre? / ¿Apesta como carne pútrida? / ¿O endurece y se vuelve dulce / como un postre con jarabe? / Tal vez solo se hunda / como una carga pesada. / ¿O explota?

Langston vivió la pobreza, la exclusión, la discriminación… que sufrió desde los más disímiles empleos juveniles: botones de hotel, lavaplatos, obrero, marinero y lo que se denomina busboy, una suerte de camarero útil para asumir la tarea que se presente. Así conoció también el mundo más allá de Estados Unidos. Y llegó a Cuba en la década del 30. Lo entrevistó en el hotel habanero de la calle Egido donde se alojaba, un poeta de grandes similitudes: Nicolás Guillén, quien años después lo recordaba como «un joven delgado, de modales distinguidos, atildado en el vestir y en cuyo rostro, siempre sonriente, brillaba una dentadura fuerte y limpia. Fumaba incesantemente, y era costumbre suya dejarse el cigarrillo en los labios mientras ocupaba las manos en cualquier cosa. ¿Hablaba el español? Pues sí, pero como hablan sus numerosos idiomas los marineros (y él lo había sido)».

El poeta Langston Hughes y Nicolás Guillén terminaron fomentando una entrañable amistad.

Fue una hermosa amistad que los llevó al escenario de la guerra civil española, al Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la cultura, en París, o a conversar largo y tendido en la casa de Harlem sobre la influencia del jazz, el blues, el son, los ritmos provenientes de África, en la poesía de ambos. En su tiempo, resultaron verdaderos hermanos del alma poética; tanto como lo son en nuestros días la gran escritora estadounidense Alice Walker y la poeta cubana Nancy Morejón.

Alice Walker: Recuerdo que me encantó un verso específico de la poesía de Nancy Morejón: donde duerme la isla como un ala… y era una expresión exacta, porque cuando pienso en la isla de Cuba la imagino como un ala perfecta.

Nancy Morejón: El nombre de Alice Walker me llegó primero a través de la periodista cubana Magaly Quiala, quien la había recibido en un lugar en las afueras de la capital. Después descubrí sus libros que me deslumbraron. La vi en persona, por primera vez, leyendo sus poemas en la ciudad estadounidense de San Francisco, en la preciosa librería de Robert «Bob» Lee Baldock. Así fue como nos encontramos, y luego ella presentó una lectura de poemas míos. Durante esa visita ella escribió un blurb para mi libro y eligió precisamente ese verso «donde duerme la isla como un ala». Allí estaban otros grandes poetas y escritores de Estados Unidos como June Jordan, Audre Lorde, Jayne Cortez y el chileno Fernando Alegría.

—¿Qué admira Alice Walker de la poesía de Nancy Morejón?

—Que nunca se rinde. Recuerdo que vine en uno de esos períodos especiales de los tantos que ha sufrido Cuba. Traje una gran maleta con todo lo que pude imaginar. Fui metiendo todo ahí para después dárselo y ella me miró, muy agradecida y me dijo: gracias Alice, pero confío en que lo lograremos. Y me encantó ese espíritu de la persona que dice, a pesar de las profundas dificultades que se puedan presentar: creo que lo lograremos. Se trata del espíritu, incluso aunque estemos desesperados. Yo misma he estado desesperada en ocasiones. Lo podemos ver en la fuerza de nuestras madres, cómo desde la vida cotidiana nace esa poesía. Hay una expresión muy típica y honda del sur de los Estados Unidos: vamos a lograrlo de la nada. Y eso es lo que vi en ella.

—¿Y qué vio Nancy Morejón de inspirador en la obra de Alice Walker?

—La mirada de la madre, por supuesto, su lugar. Uno de los libros de Alice que más quiero es In Search of Our Mothers´ Gardens (En busca de los jardines de nuestras madres); y está la figura de la madre dentro de ese texto de 1983: «En busca del jardín de mi madre encontré el mío…». Y yo le debo esa visión, esa mirada mía hacia mi madre, algo que le confieso ahora.

—Existió una relación entrañable entre el escritor estadounidense Langston Hughes y nuestro Nicolás Guillén. En cierta ocasión el poeta cubano Eliseo Diego me confesó que, aun cuando no hubiera conocido en su tiempo a algunos poetas que admiraba, eran sus amigos. ¿Hasta qué punto es Hughes un amigo de Alice Walker?

—Langston es mi querido ser, mi padre, mi abuelo, mi hermano. De hecho, cuando falleció, no murió para mí durante mucho tiempo, porque hay tanto espíritu en su mundo que es tan fuerte; y ese espíritu estará de nuestro lado siempre, hasta que ya no lo necesites. Fue muchísimo para mí y para mi vida durante mucho tiempo.

«Langston recorrió el mundo, incluso viajando como marinero, trabajando en barcos. Fue a África antes de que muchos afroamericanos lo hicieran y lo hizo porque necesitaba saber qué sucedía allí y qué estaba sucediendo en el mundo».

—Y vino a Cuba…

—También vino a Cuba y fue cuando conoció a Nicolás Guillén, un amigo.

—Existen varios sitios en Estados Unidos que parecen conservar el espíritu de Langston Hughes del que nos hablaba: Busboys and poets. En uno de esos espacios sorprende encontrar un mural donde aparecen Hughes y Guillén, de la autoría del líder de Busboys…, Andy Shallal. ¿De qué modo el proyecto preserva la huella cultural del gran poeta estadounidense?

—Allí está vigente el espíritu de Langston, el de búsqueda, investigación, lecturas, el de la poesía y también el de la celebración y el júbilo incluso, cuando los tiempos son oscuros, como los de ahora.

—Usted admiró mucho a Fidel…

—Muchísimo.

—Recuerdo que alguna vez lo describió como una gran secuoya… ¿Qué tenemos que hacer los cubanos, en opinión de Alice, para seguir el camino que nos marcó, el de la independencia nacional?

—Tienen que desearlo con todo el corazón para nunca quedarse cortos en las aspiraciones de libertad. Y Fidel, como sabes, fue un gran lector. Así que lean muchísimo.

—Le acaban de conceder la orden Haydée Santamaría, que no ha dejado de llevar en su pecho. Cuba la quiere mucho, pero ¿por qué Alice quiere tanto a Cuba?

—Porque me recuerda a mí misma, a mi historia personal. La gente de Cuba me recuerda a mis padres y a mis abuelos que eran campesinos y trabajaron muy duro en los campos. Cuando no teníamos escuelas construimos una para nosotros mismos. En ese momento los dueños de la tierra la redujeron a cenizas. He visto aquí un país que le importa la educación de sus niños, enseñarles a leer y escribir a todos por igual, a tener escuelas y comida, servicios estomatológicos y de salud pública. Descubrirlo fue algo grandioso para mí y me sentí muy emocionada y atraída. Eso es precisamente lo que quiero para el mundo: personas felices… y esto nos hace regresar a Langston, que muchas veces pensó en ese mundo mejor. Cuando ves a las personas que les interesa el dolor ajeno, que no quieren ver a los niños sufriendo, es muy natural unirse a su causa.

—¿Por qué, aun cuando Alice es reconocida universalmente como una gran narradora, cree en la poesía?

—No creo que la poesía es algo que puedes elegir como escritor. Pero creo que la vida nos da la poesía porque no existe mejor manera para expresar los sentimientos. A veces las contradicciones son tan severas, los desafíos son tan grandes y el dolor tan intenso, que no hay otra forma de aproximarse a esa existencia que no sea cantando o escribiendo poesía.

—Nancy, ¿qué le podríamos decir a los cubanos sobre el simbolismo de haber develado un busto de Langston Hughes en el corazón del centro histórico habanero en estos tiempos que corren?

—Primero, debemos celebrar esa escultura de un grande de nuestras artes plásticas: Alberto Lescay. En realidad, Langston y Nicolás fueron grandes amigos y recordé ahora escuchando a Alice que Langston murió en 1967 y Nicolás escribió una crónica extraordinaria sobre su obra y la amistad que los unía, desde 1929 cuando en su camino a África paró en La Habana. Guillén contó su grata impresión al ver a Hughes disfrutando al escuchar sones y cómo él admiraba —porque leía el inglés— su famoso poemario The Weary Blues (El blues cansado), de 1926. Entonces, en 1930, Nicolás publica sus Motivos de Son. Eran los reyes del blues y del son. En la expresión poética de ambos florece el tesoro del imaginario africano en lo afroamericano y en lo cubano.

«Por otra parte, Langston Hughes tradujo la poesía de Nicolás Guillén, que se publicó en California con ilustraciones de un gran dibujante, Ben Frederick Carruthers, bella edición de 1948 que se llama Cuba libre».

—En estos tiempos de escasa relación entre Cuba y Estados Unidos, qué puede significar que el busto de Langston se haya emplazado en el Patio de la poesía, y que Alice Walker nos visite para la ocasión. ¿Cómo describe la poeta esto que está sucediendo?

—Es una señal de vida y del derecho a la comunicación y del derecho a tener nosotros mismos nuestras relaciones vivas, dinámicas, entre artistas y escritores que rompemos los muros. Así como Alice tiene ese carácter que yo celebro, indómita, resistente; ese mismo espíritu nos trae aquí a todos los amigos estadounidenses que nos acompañan en estos días. Alice lleva en sí misma el legado de Langston Hughes.

—Alice, a usted todas las causas justas la conmueven. En estos días ¿cuáles la tienen más comprometida y conmovida?

—La causa de los palestinos, porque si no resolvemos ese problema estaremos perdidos y la humanidad volvería a un estado de somnolencia y pasividad que no queremos.

—Defender lo justo le ha costado mucho a Alice.

—¡Pero he sido tan feliz! Por supuesto, soy un ser humano, pero sufriría más si me quedara callada y muchísimo más si fuera ignorante. Así que estoy feliz al saber que hago todo lo más que puedo. Ayudar a revertir lo injusto que está ocurriendo en el mundo y a las personas que lo habitan, ahí está mi felicidad. Ser capaz de ayudar a que todo el mundo sea feliz.

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