Nelson Pérez Espinosa durante un homenaje a su maestro Eduardo Heras León, del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 02/09/2023 | 09:00 pm
Nelson Pérez Espinosa conserva intactos los recuerdos de su paso por el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Corría el año 2013 y aquel joven asistía maravillado a la conferencia inaugural del curso, «Evolución de las técnicas narrativas», a cargo de Eduardo Heras León. Aquellas primeras palabras de «El Chino» lo atraparon casi al instante, tal vez no convencido de que ese era su único camino en la vida, pero sí uno que valía la pena transitar. «Ese duro, pero maravilloso oficio de contar historias», supone para él un aliciente para dar a conocer las realidades que ha vivido, desde sus gustos literarios, su pasión por el rock, hasta sus historias de infancia.
«Asumir el proceso de creación literaria para mí no es tan fácil y natural como puede serlo para otros escritores. Soy un escritor tardío. Llegué al mundo de las letras hace menos de diez años. En realidad provengo de la plástica, la pintura, la ilustración, la historieta, la animación cinematográfica, pero por motivos de la vida, en determinado momento decidí apartarme de ese mundo y, artista al fin y al cabo, me fue necesario, incluso imprescindible, encontrar otra forma de expresión artística, y como siempre fui un lector empedernido, probé suerte en las letras», asegura a Juventud Rebelde quien ha sido reconocido recientemente con el Premio David 2023 en cuento.
Allí donde el fuego arde es un cuento que apela a muchos elementos de la memoria afectiva de Nelson Pérez, con el que se ha alzado con el galardón que entrega la asociación de escritores de la Uneac a creadores con una obra inédita. Pero antes de su paso por el Centro Onelio y el David, ya había inquietudes, inspiraciones de aquí y de allá que valieron otros reconocimientos, aunque su obra siguió pendiente de publicación.
Sus primeros textos fueron de literatura infantil y uno de ellos incluso obtuvo un premio en el concurso Mabuya de Cuento, convocado por el proyecto Dialfa Hermes durante su evento anual Behique. Fue a partir de ese momento que, cuenta, alguien le recomendó enviar esos textos «a la escuelita del Chino Heras», decisión que ha marcado parte de la ruta de su vida.
Este joven creador, que hace algún tiempo también sintetizó parte de su placer por la música rock en cuentos de otro libro inédito, Havana Heavy Metal, actualmente se toma la labor de escribir con más calma. Trabaja de esteticista en un spa en la capital y el día a día habanero da poca tregua, pero «historias para contar me quedan muchas: eso espero, aunque intento disfrutar esa escritura pausada, más que en esos primeros años, donde los cuentos brotaban de cada piedra o árbol en mi camino».
De momento, el Premio David 2023 supone un estímulo creativo para este escritor que hace un alto en el camino para contarnos sobre sus inspiraciones a la hora de escribir un texto como Allí donde el fuego arde, que apela a su infancia, a los autores que lo influyeron y sobre todo, a su irremediable pasión por contar historias.
—Con tu obra ganadora muestras una mirada al ambiente rural desde lo fantástico, con una inspiración literaria muy clara ¿Por qué la figura de Onelio Jorge Cardoso?
—La figura de Onelio como autor ha sido clave en mi formación literaria. Como todos, algo había leído de sus cuentos en mi etapa infantil y de estudiante, pero fue al ser aceptado en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso que decidí revisitar su obra y fue uno de esos encuentros que cambian el curso de una vida.
«No solo su poética me enamoró perdidamente, también sus temáticas, sus personajes, tan cercanos a mí, pues toda mi familia proviene de un pueblito de pescadores al sur de Camagüey: Santa Cruz del Sur. Al redescubrir al Cuentero Mayor, la unión de este con mis recuerdos provocó que de inmediato las historias surgieran solas.
«Pero Allí donde el fuego arde es deudor de otros autores: García Márquez, Juan Rulfo, Faulkner, el propio José Martí, tanto en temáticas como en las técnicas utilizadas, porque un libro es eso, el cauce final donde confluyen todos los afluentes que han nutrido nuestra vida».
—¿Cómo fue esa infancia que, entre líneas, nos muestras en este texto?
—Mi infancia transcurrió, mitad en Santa Cruz del Sur, mitad en La Habana. Toda mi familia es oriunda de ahí, de ese pequeño pueblo de pescadores. Pero luego del año ‘59, mi abuela, que perteneció a la clandestinidad, vino para la capital con su familia y yo nací aquí, pero como mi padre era marino mercante, se pasaba seis meses o hasta un año de viaje, y en ese tiempo mi madre se iba conmigo a Santa Cruz, y así me crié entre dos aguas: las del malecón habanero y las de arenas negras y cieno del sur. Dos sabores para un mismo plato.
«La lectura siempre fue el común denominador de toda mi familia, de ambas ramas. En todas las casas en las que viví siempre hubo un librero enorme, y nunca limitaron mi acceso a los textos; podía leer lo que quisiera, y de hecho me estropeé bastante la vista, porque cuando me mandaban a dormir siempre tenía un libro y una linterna debajo de la cama, para seguir leyendo. Eso, creo, lo dice todo. Aunque no sabría decir cuál fue mi primer libro.
«Sí puedo decir cuáles son los primeros textos que recuerdo, por algo curioso: como no limitaban mis lecturas, yo leía cualquier cosa que me llamara la atención, y tendría unos siete años, más o menos, y alguien se dio cuenta de que estaba leyendo al mismo tiempo uno de aquellos foto-libros soviéticos del Gato Leopoldo, Pipas Mediaslargas y una traducción del griego del Vellocino de Oro con comentarios críticos, con el mismo interés ¡Una locura! (Sonríe) Así era aquel niño que luego decidió ser escritor».
—¿Con qué personaje de los esbozados por El Cuentero Mayor te identificas más?
—El protagonista de El Cuentero, Juan Candela, sin dudas. Es el tipo que más allá de la anécdota para ganar audiencia cumple el rol de mantener vivos los sueños, la capacidad de asombro, eso tan autóctono del cubano que se saca un cuento de la manga para hacer reír o asombrar, aún después de cortar arrobas y arrobas de caña, uno de nuestros personajes “imprescindibles” en la vida.
—¿Qué ha representado el Centro Onelio y Eduardo Herás León para ti?
—La contribución de esa institución ha sido enorme. Los triunfos, premios y publicaciones de sus miles de graduados hablan por sí solos de la labor del Centro. Soy escritor y decidí dedicarme a la literatura como forma de expresión artística gracias a Eduardo, al Centro y sus profesores. Eduardo fue un hombre magnífico al que denomino con el título de Maestro: decir más es sobreabundar. Él fue luz para todos los que andábamos a tientas entre las letras.
«Así aprendí a desarrollar las técnicas narrativas en las formas que más beneficien la historia que quiero contar, aunque las técnicas no son lo más importante. De hecho, lo importante es que se disfrute la historia, la anécdota fluya y las técnicas pasen desapercibidas: ese es el verdadero triunfo del escritor que involucra técnicas literarias a consciencia en el proceso creativo».
—Dos textos muy diferentes Havana Heavy Metal y Allí donde el fuego arde.
—Hay un mundo de diferencias entre ambos textos. Havana Heavy Metal se desarrolla en el mundillo del rock habanero, con el lenguaje que requiere historias como esas, también experimenté más con las técnicas utilizadas en esos cuentos. Allí donde el fuego arde es un libro centrado en historias rurales, campesinos, pescadores, niños de pueblo y estéticamente bebe mucho de la poética de Onelio Jorge Cardoso, García Márquez, incluso del Martí de Tres héroes y textos similares.
«Hay un abismo entre ambas creaciones y a la vez no, porque hay algo muy personal que uno le imprime a sus creaciones, un sello de identidad, que es posible reconocer aunque uno cuente sobre rockeros, sobre pescadores o sobre marcianos. Creo que a pesar de las diferencias yo lo he conseguido. Los lectores, en algún momento, dirán la última palabra».