Jodie Turner-Smith en el papel de Ana Bolena, reina consorte de Enrique VIII. Autor: Internet Publicado: 16/07/2022 | 07:44 pm
Nunca antes, como en los últimos años, las minorías han tocado tan fuerte a la puerta del universo audiovisual. El discurso de orden ahora es el de inclusión. Y me parece bien que la sexualidad, la religión, la ideología y la raza tengan su espacio en la pantalla, en las tramas, en la arquitectura de los personajes; simplemente porque existen y forman parte de las sociedades humanas que habitan nuestro planeta.
El tiempo de los arquetipos y de la invisibilidad de estos grupos terminó. La diversidad —en su más amplio concepto— llegó al cine, a los programas de televisión, a las series, a los videojuegos y echó raíces en los centros de producción y entretenimiento que generan cultura al mundo.
Pero seamos sinceros, todo esto no es por la buena voluntad de Hollywood, Disney o Netflix. La inclusión en la agenda, con las grandes estrategias de marketing que la respaldan, pasa de lo justo e igualitario y va por armar una historia que capte empatía, y más que todo, ingresos.
La visión occidental, por razones estratégicas, ideológicas y sociales, difundió en los últimos dos siglos que el hombre caucásico (de Europa y Norteamérica) era el héroe de las tramas y, salvo casos muy puntuales, artistas de otras etnias y mujeres pasaban a personajes secundarios, protagonistas de segunda línea o a los clásicos antagonistas. Tipos rubios o de ojos azules interpretaron figuras bíblicas como Moisés o Jesús, la mítica Cleopatra cobró vida con la gran Elizabeth Taylor y muchos guerreros indios fueron caracterizados por actores blancos que tiznaban su tez. Era algo normal.
Una vez vencidos los temores de los productores, los sesgos mentales de los participantes —delante y detrás de cámara—, y con el visto bueno de las élites de poder, se abrieron las puertas de la inserción, modificando características de personajes para concebir una narrativa más inclusiva. Pareciera esto el paraíso, y lo sería si lo valioso fuera defender a conciencia los derechos de estos grupos y el respeto por su diversidad. Algo que no siempre se plasma, pues a veces parece que se hacen ciertas cosas solo por cumplir con la agenda de inclusión y generar ganancias con ello.
En este sentido, una de las temáticas más sensibles y con múltiples representaciones erróneas o forzadas llega a través de los tópicos históricos. Pueden estar o no de acuerdo conmigo, pero un largometraje, serie o audiovisual que lleve la etiqueta de «histórico» o «biográfico» tiene la obligación de respetar la veracidad de los acontecimientos. No hablo de una ficción de época; ese género puede tener más libertades, aunque el contexto sociocultural donde se desarrolla no se debe pisotear.
En 2021, la miniserie británica Ana Bolena —enmarcada por sus creadores como un drama biográfico— expone la vida de la reina consorte de Enrique VIII, y madre de Isabel I, la última monarca de la dinastía Tudor y una de las reinas más importantes de la historia inglesa. Acusada de adulterio, incesto y traición, la sufrida Ana Bolena murió decapitada.
La miniserie emitida por HBO Max estuvo lejos de ser un fracaso y la interpretación de su protagonista, Jodie Turner-Smith, contó con muy buenas opiniones de la crítica, en sentido general. ¿Dónde está la controversia? El tema gira en que la actriz es de raza negra, de origen jamaicano, y criada en Estados Unidos. Nada más lejano a la realidad histórica. «Provocación», «ultraje», un «atentado flagrante contra los libros de historia», «estamos alcanzando cuotas de imbecilidad inéditas», fueron algunos de los comentarios que inundaron las redes sociales.
«Tenemos la oportunidad de contar una historia realmente humana y de que resulte mucho más accesible porque una actriz negra la interpreta», dijo la protagonista.
No es cuestión de lograr una interpretación más «creíble o humana», es cuestión de que en pleno siglo XVI era imposible que personas «de color» formaran parte siquiera de la corte británica.
«Estamos forzando a la realidad a encajar conforme a unos moldes en los que no puede encajar. Hemos llegado a algunos límites completamente ridículos, como el intentar representar el pasado conforme a un dibujo de la realidad que tengo ahora (…). Esto es falsificar el mundo», destacó la historiadora María Elvira Roca.
Se entiende que otorgar un protagónico semejante sea un gran paso para visibilizar y normalizar la inclusión, pero ya es hora de que se enmarquen los límites entre la realidad histórica y la diversidad. Mezclarlos muestra una falta total de rigor histórico, pues se trata también de enseñar, educar lo más veraz posible sobre cómo aconteció. No confundir al espectador que bien pudiera pensar —pues es una serie biográfica— que ese era el verdadero color de piel de la famosa reina. No podemos cambiar o manipular la historia para que encaje en los estándares actuales que aspiramos lograr. Sería funesto, como mínimo insensato.
Algo similar ocurrió con Britannia, una serie de ficción histórica basada en la conquista romana de la isla de Gran Bretaña en el siglo I, donde aparecen muchos legionarios de piel negra. Esto sirvió de pretexto para encender la polémica sobre la falta de compromiso en la selección del casting con la historia acaecida. Si bien es cierto que el ejército romano reclutaba tropas de todo su imperio, siendo la diversidad étnica entre sus filas notable, habría que buscar en los archivos legados si algunas de estas unidades se desplegaron durante la invasión de la isla. Solo así no se pondría en tela de juicio la decisión.
En el nuevo tráiler de God of War Ragnarok, el desarrollador de videojuegos SCE Santa Monica Studio tuvo que salir en defensa de su creación, debido a las múltiples críticas de fanes descontentos por la inclusión de un personaje de piel oscura dentro de la mitología nórdica.
«Constantemente tomamos personajes mitológicos y les damos nuestro propio giro. Entonces, si el color de la piel de Angrboda es lo que marca la línea de lo respetuosos que hemos sido, probablemente valga la pena que se autoexaminen», respondió a las inconformidades Matt Sophos, escritor líder del videojuego.
El color de cabello, ojos y piel de cada deidad son representados de acuerdo con el contexto geográfico y cultural de los pueblos que les crearon. Los dioses nórdicos fueron simbolizados con características muy puntuales de las regiones donde surgieron, lo mismo sucede en la mitología yoruba, azteca, egipcia, griega, japonesa y demás. Es normal que los fanes —consumidores de este tipo de sagas y otras con muy fuertes raíces históricas— quieran ver representado el contexto político, religioso, social, cultural y militar ocurrido, o lo más cercano posible.
Recuerdo, en mi niñez, haber aprendido muchísimo de videojuegos históricos. Fue increíble la influencia que ejercieron en mí, la forma que me atraparon y motivaron para continuar adentrándome en estos contenidos que me apasionan. Lo mismo pudiera decir de tantos largometrajes y series de televisión de temática similar.
Si estamos ansiosos por ser más justos e igualitarios, por incorporar a los que antes estuvieron discriminados o invisibilizados la mejor manera de hacerlo es de forma no forzada. Difundamos otras realidades y perspectivas. Otorguémosles un espacio a otras culturas que han sido relegadas. Es hora de empaparse, beber aún más de los pueblos africanos, latinoamericanos y asiáticos que tienen relatos deslumbrantes, novelescos en su acervo popular e historiográfico. Cuán cinematográfico sería llevar a la pantalla la vida de Shaka Zulú, los viajes de Zheng He o las complejidades de la Malinche.
Es momento de abrir el diapasón a nuevos relatos y que fluya la creatividad. No se fuerza una parte de la historia para ser «políticamente correcto» con nuestro tiempo. Cometemos un craso error cuando violentamos personajes a ser lo que nunca fueron, cambiando solo su color de piel. Este método, a la larga, provocará un resultado contrario.