3,94 millones de ciudadanos ingresan al ciberespacio mediante celulares y 1,20 millones lo hacen en computadoras. Autor: Prensa Latina Publicado: 06/10/2021 | 03:42 pm
Yo sí puedo, me dije de manera resuelta como quien decide olvidar un amor imposible, dejar de fumar o empezar una dieta. No puedo permitir que acabe con mi vida, me altere los nervios, me cree enemistades y entorpezca mi desarrollo profesional. Eso, sin hablar de que en cualquier momento me cae el techo en la cabeza y las paredes en los pies, del tiempo que hace que no le paso la mano a esta casa, por falta de tiempo, valga la redundancia. De tiempo y de otras cosas, pero sobre todo de tiempo y coraje para decir: ¡Basta ya!
Suena ridículo, pero es así. Finalmente, el pasado lunes comencé mi plan para dejar de «internarme» en internet. No puede ser que algo que apenas conocía, que solo sabía de su existencia por algunos documentales y revistas, aparezca de repente en mi vida y me haga padecer. Sí, porque viví 40 años sin internet y era feliz. ¿Feliz? Tampoco hay que exagerar, pero por lo menos tenía tranquilidad y sosiego.
El mundo estaba revuelto igual que ahora, y yo a mi aire. Ojos que no ven… Porque ni siquiera veía el noticiero. Ahora es diferente. Una cosa lleva a la otra: ¿Viste lo que salió en internet? Deja ver qué dicen en el noticiero… y viceversa.
Y está comprobado que no vale la pena mentirse a sí mismo. Es como aquel refrán de: ¡La puntica nada más! ¡Falacias! Dices que solo te conectarás diez minutos para ver una cosa y te pasas cuatro y cinco horas. También pasan cuatro, cinco, seis, siete semanas y tú aplazando trabajo, quedando mal con los contratos laborales y con algunos amigos, durmiendo mal. Sí, porque al parecer en internet amanece más temprano. Te acuestas a las 11:00 p.m., conectas el teléfono para echar un vistazo antes de dormir y de pronto son las 5:00 de la mañana y tú todavía chateando.
Les decía que el lunes empecé a «desintoxicarme». El día anterior se acabó el paquete de datos y no compré más. Para entretenerme pasé el día haciendo trabajo atrasado. El martes lo dediqué a limpiar un poco la casa. Hacer jardinería en la terraza, que ya parecía el Bosque de La Habana, pero sin elementos folclóricos. También salí un rato al barrio y me encontré con personas que hacía meses no veía. Es que ellos no están en mi lista de Facebook, ni de Instagram, ni en Twitter, ni en YouTube… ¡¿Qué raro, eh?!
El miércoles amanecí con cierto malestar. Con un vacío y una insatisfacción que me quitaron el apetito. Fui víctima de una inesperada depresión. Creo que hasta hice un poco de fiebre. Comí algo temprano para ver el noticiero. Está bien que suspenda el internet, pero no hay que estar completamente desinformado. Esa noche dormí muy mal. En las noticias dijeron una cosa que no entendí bien. Seguro en la red de redes hay comentarios al respecto, pensé. Tenía que ser fuerte, me dije. Me tomé un diazepam y quedé rendido hasta el final de la mañana siguiente.
En cuanto me levanté, sin siquiera pensarlo, agarré el teléfono mientras comentaba: ¡Esto no puede seguir así! Compré un paquete de datos y me conecté inmediatamente. Necesitaba navegar por las redes cual velero en altamar con viento a favor. Ver qué decían mis amigos y enemigos, enterarme de los chismes de la farándula, los decesos y nacimientos, las quejas, avisos, memes, chistes, nuevas y viejas medidas, a cómo está la MLC, si bajó el dólar, si subió el aceite, cuántos huevos vendrán… en fin: la vida, aunque parezca cosa de locos. No obstante, les aclaro que no cejaré en mi disposición de alejarme de internet. Pero no será hoy, ni mañana… como dice Sampling en su popular tema: ¡El lunes que viene empiezo!