Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Alberto Prieto, más allá de la historia

El historiador y profesor es uno de los homenajeados de esta nueva edición de la gran fiesta del libro cubano

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Alberto Prieto Rozos recuerda perfectamente cuándo nació su curiosidad por la historia del mundo que lo rodea. Era pequeño y su madre, en vez de leerle libros de cuentos infantiles, prefería narrarle textos de historia, sin saber que su hijo, décadas después, se convertiría en un apasionado de esa especialidad, algo que lo llevaría a desarrollar una obra merecedora del Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2019 y el Premio Nacional de Historia 2020.

Por estos días el autor de libros como Visión íntegra de América (2012) y El Gran Caribe –Premio de la Crítica Científico-Técnica 2018-, vive jornadas cargadas de la expectación que genera un gran evento cultural, pues su labor como escritor, ensayista e investigador está siendo celebrada en la 30ma. edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana 2022, junto al escritor Luis Álvarez Álvarez, premio nacional de Literatura 2017.

Cualquiera pensaría que a las puertas de la gran fiesta del libro cubano, el autor de 83 de años no tendría tiempo ni para contestar llamadas; sin embargo, lejos de cualquier inconveniente, abrió las puertas de su casa a Juventud Rebelde para un encuentro la mañana anterior a la inauguración del mayor acontecimiento cultural que vive la nación cubana.

Conversar con Alberto Prieto es como entrar a un mundo repleto de saberes entretejidos, recovecos fascinantes en los que cualquier aprendiz se extraviaría a gusto. Una pregunta es el detonante de un cúmulo de anécdotas, bromas, reflexiones sobre el tiempo transcurrido y, por supuesto, mucha historia, suya, de Cuba, de América Latina.

Desde el primer instante en que cruzamos palabras era como si ambos volviéramos a las aulas de la Universidad de La Habana: él, en su rol de profesor y yo como alumno, pues para quien ha ejercido la profesión de educador durante 55 años, la vocación de enseñar con la palabra está permanente presente.

Entonces se suceden las anécdotas, unas tras otras, que no cabrían en una sola entrevista. Alberto Prieto sigue siendo un rebelde, como tantos de su generación, que se sumó entusiasmado a aquella gran marea de pueblo que apoyó a una naciente Revolución Cubana que triunfaba cuando él tenía solo 20 años.

Se trata de alguien que sin pretenderlo, en plena zafra azucarera, se propuso estudiar para acceder a la carrera de Historia y desarrollar luego una obra de referencia en los estudios históricos de la región latinoamericana, con casi una treintena de libros publicados y un cúmulo de saberes compartidos con miles de alumnos que han pasado por sus aulas en la Universidad de La Habana. Me siento a conversar entonces con una persona que, más allá de interpretar la historia, la ha vivido en primera persona.

-Cuando triunfa la Revolución, usted tenía veinte años. ¿Imaginó algún día que se dedicaría a interpretar procesos como el que vivió siendo tan joven?

- Cuando se produce una revolución o una guerra las vidas se desorganizan. En ese momento no piensas en el futuro, sino en lo que tienes que construir en ese momento: en triunfar, en sobrevivir, pero no para vivir más, sino para seguir luchando por triunfar. Es un proceso mental que solo el que lo ha vivido puede entenderlo.

«Como el movimiento guerrillero y todas las luchas sociales, políticas y de clase se incrementaron en América Latina de una manera cualitativa, a partir de la Revolución Cubana, nosotros creíamos desde el inicio que lo que hacíamos aquí era para el resto del mundo.

«Es un proceso que me alegra mucho haberlo vivido, lo cual no quiere decir que fuera un mar de rosas: hubo grandes dolores, grandes frustraciones, porque lo que quieres al principio no es lo que quieres al final y cuando empiezas, lo que buscas es la negación de lo que existía en el pasado. Pero cuando han pasado veinte o veinticinco años, ya tú no quieres lo contrario a lo que veías antes, sino una cosa distinta que te ha surgido en el proceso.

«Por otro lado, la estampa del Che internacionalizó a la Revolución Cubana, porque se trataba de entregar todo con el sueño de un futuro mejor. Cuando tú has vivido todo eso, es muy interesante poder interpretarlo luego. Por ejemplo, uno de los primeros libros que escribí en la década de los ochenta, con motivo del centenario de Bolívar, fue Bolívar y la revolución en su época, y después, por el cumpleaños 90 del Comandante en Jefe, escribí Fidel Castro y la Revolución.

«Luego estudiaba los dos y me fascinaba comprobar cuán distintos y parecidos son al mismo tiempo: distintos porque pertenecen a sociedades y momentos diferentes, con objetivos diversos, pero parecidos en el proceso de transformación, cambio, lucha de lo nuevo contra lo viejo y siempre recuerdo una de las frases más geniales y dialécticas que he oído de Fidel, cuando dijo en 1968 que “ellos hoy hubieran sido como nosotros, nosotros entonces hubiéramos sido como ellos”».

-Usted cuenta que de pequeño su madre solo le leía libros de historia. ¿Tuvo tan claro su camino desde ese momento?

-Mi madre siempre me leyó libros de historia y me decía que era para que viera cómo hay que luchar si quieres alcanzar los objetivos en la vida. Entonces eso se quedó ahí y yo nunca más lo recordé durante la juventud. Después, cuando me gradué de bachillerato en 1957, Batista clausuró la universidad luego del asalto al Palacio Presidencial del 13 de marzo, así que no había universidad en la cual estudiar en ese momento y me dediqué a trabajar.

«En aquella época, cuando llegábamos a cuarto o quinto de bachillerato, debíamos escoger si cursábamos exclusivamente asignaturas de Ciencia o Humanidades. Si estudiabas Humanidades tenías que estudiar otro idioma y era francés; entonces cuando me gradué de bachillerato sabía algo de ese idioma, habilidad que me permitió asumir trabajos en Francia en un futuro.

«Aunque mi padre era arquitecto y se suponía que debía seguir la tradición, escogí el camino de las Humanidades porque cuando era niño todos los amigos de mis padres llegaban a mi casa y decían: “Albertico, vas a ser arquitecto como tu padre y tienes que ser bueno, porque si no…” y todos acababan con esa frase tan incómoda para mí y yo me preguntaba: “¿Porque si no qué? ¿Me molerán en una trituradora?”.

«Entonces decidí situarme bien lejos de la arquitectura y por eso me decidí por las Humanidades, aunque no niego que siempre me gustó ver cómo se construían los edificios y todo lo que tenía que ver con el trabajo de mi padre.

«Pasó el tiempo y fui ganando en responsabilidades laborales y políticas tras triunfo de la Revolución. Yo había sido dirigente sindical en la industria del níquel; incluso estuve en el XII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) junto a Lázaro Peña y después de ese cónclave se disolvieron los sindicatos y surgió el movimiento de avanzada. Me dijeron si quería estudiar. Yo vivía con mi tercera esposa, con hijos, y estudiar no estaba en mis planes, aunque aún era joven; tenía menos de 30 años. Nos ofrecían facilidades a los trabajadores que quisiéramos estudiar una carrera.

«Siempre me gustó la Economía, pero mi esposa me animó a decidirme por la Historia, porque decía que yo estudiaba la Economía del pasado, y los economistas de verdad estudiaban la economía del futuro.

«Recuerdo que le dije: “Historia, ¿eso se estudia?”. Acababan de hacer la reforma universitaria, y entonces me preparé para los exámenes. Estábamos en plena zafra y después de acabar el corte yo estudiaba con un quinqué. Haciendo los exámenes para entrar en la carrera conozco a Eduardo Torres Cuevas y nos convertimos en grandes amigos, en hermanos».

-En su obra hay revisiones muy exhaustivas de distintos procesos que definen a la región latinoamericana, desde diferentes aristas. ¿Qué importancia le concede a mirar y reflexionar lo que ocurre en América Latina?

-Lo que me interesa en América Latina son los procesos de transformación, de lo viejo a lo nuevo. Hay tres grandes momentos en la región: la conquista, la independencia seguida de la reforma liberal y la revolución y su consecuente ruta hacia el socialismo contemporáneo.

«Por ejemplo, uno de mis primeros libros se llama Próceres latinoamericanos (1981), para entender porqué fueron revolucionarios en sus respectivas épocas. Descubrí que todos tenían tragedias en su vida, familiares, sociales, en la contemporaneidad también, porque Fidel y el Che estaban inconformes con la sociedad en que vivían.

«Ninguno fue un humilde proletario cargando sacos en el puerto. Pudieron haberse conformado, pero comprendieron algo que también me pasó a mí en cierto sentido, que esa sociedad no servía, independientemente de las amabilidades que hubieran podido tener con uno, en general su funcionamiento no servía.

«Ocurren cosas, a veces minúsculas. Me imagino a Bolívar, quien perdió a la madre primero y al padre después, cuestionándose porqué muchachos negros de su edad eran esclavos y él era libre, como le sucedió a Martí. Son personas que fueron impactadas por realidades y decidieron actuar. Estoy cautivado por Bolívar y Fidel, sin obviar el importante papel de otros próceres, porque son los intérpretes de los procesos de cambio en su tiempo».

-Esta edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana cuenta con México como país invitado de honor, cuyas autoridades políticas le han profesado sus respetos en varios actos públicos. ¿Cómo ha sido su acercamiento a esa nación?

-Cuando como historiador eres consciente del papel de México en el devenir histórico de la región latinoamericana, de los lazos mantenidos a favor de nuestro proceso independentista, con Martí, Fidel, la relación se vuelve inevitable y necesaria. Benito Juárez, Pancho Villa, Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas, son figuras que aumentan el interés. Ese vínculo se concretó cuando asumo como presidente de la cátedra Benito Juárez, sobre México y la colaboración universitaria entre ambas naciones. Eso me hizo profundizar en esa relación y colaboración.

«Luego, por azares del destino, René González Barrios, actual director del Centro Fidel Castro, cuando fungía como consejero de la embajada de Cuba en México, me cuenta algo muy atrayente. Los militares mexicanos le abrieron los archivos y descubrió un número amplio de cubanos que pelearon en las guerras de liberación de México y cuántos mexicanos pelearon en las guerras del '68 por nuestra independencia. Son decenas y decenas, por no decir cientos.

«Eso me apasionó, sumado al vínculo que mediante la cátedra Benito Juárez, he tenido con universidades y fuerzas políticas, sobre todo del Partido del Trabajo (PT). Así, comandé el tribunal de tesis doctoral de Alberto Anaya, presidente del PT mexicano, y hemos mantenido la relación intelectual».

-¿Es más difícil investigar o enseñar la historia?

-«El trabajo está en interiorizar las características de la sociedad que se va a investigar. Esa es la dificultad. Ahora bien, esa inmersión va más allá de nombres y fechas.

«Los nombres y las fechas tienen su importancia, pero como símbolo o reflejo de la realidad. Lo que es trascendente es explicarle a la gente las causas y consecuencias de los procesos. Porqué se entendió de tal forma y qué provocó al sujeto.

«El ser humano tiene necesidad de comprender la sociedad en que vive, pero para comprenderla tiene que entender cómo llegó hasta allí, qué la forjó, que lo empujó».

-¿Qué representa para usted educar a las nuevas generaciones?

-En el aula universitaria tienes constantemente una muestra de mucho valor, porque es lo mejor de la juventud, no moralmente, sino desde el punto de vista de la intelectualidad.

«Lo interesante es cómo esos alumnos van transformando sus formas de ver el mundo y sus ideales: lo que anhelan, lo que ven como plausible. Lo positivo para mí, en tantos años en las aulas, es ver cómo ha cambiado esa masa humana, porque esos jóvenes de hoy son de igual conformación física y espiritual que los de antes, pero viven en otra sociedad y tienen otros objetivos.

«En el caso de las ciencias sociales, hay una diferencia entre el que trabaja como profesor, con el que es un investigador de gabinete. El que está en su gabinete encerrado está en su mundo, su imagen. Voluntaria o involuntariamente, cuando estás en el aula, tú le expresas a los alumnos lo que estás haciendo y pensando y el alumno es muy crítico y te hace aterrizar rápidamente.

«Ese contacto con el alumno es una cosa que si lo pierdes te desvinculas de una parte importante de la realidad, porque en ese alumnado está el hijo de un ministro o un barrendero, un blanco, rubio y un negro, alguien de La Habana y otro de Pinar del Río. Es un reflejo de la sociedad concentrado, un privilegio para el que trabaja en ciencias sociales estar en contacto con esa masa humana, que en definitiva serán los protagonistas dentro de diez años».

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