En el II Congreso de la Uneac, el poeta Nicolás Guillén, dialoga con Fidel, en presencia de Alejo Carpentier y Alfredo Guevara. Foto: Mario Ferrer Autor: Mario Ferrer / Archivos Publicado: 22/08/2021 | 12:03 am
El primer día de abril de 2008, la Uneac recibió el último mensaje de Fidel: una carta a los delegados al VII Congreso coronaba una relación de larga data en la que el diálogo prevaleció siempre ante cualquier tropiezo o desacuerdo.
Fiel a esa perspectiva, volvió entonces a sacudirnos con el propósito de evitar que nos distanciáramos de los «espinosos temas» que en su opinión la Uneac no podía dejar de abordar. «Todo lo que fortalezca éticamente a la revolución es bueno, todo lo que la debilite es malo», nos dijo, como si tuviera la certeza de que la ética estaría en el centro de los desafíos que la cultura y la política revolucionaría tendrían que enfrentar con el fin de garantizar la continuidad del socialismo cubano.
Subrayó la necesidad forzosa de volver el rostro hacia la dimensión humanista del socialismo; la que se expresa en la justicia más universal; la que exige conquistar toda la verdad, toda la felicidad, toda la justicia posibles, y no una parte de ellas, Fidel evocó la ética y la creatividad, como recursos principales en esa batalla, del mismo modo que sirvieron como músculo de la unidad de las fuerzas patrióticas que en diferentes épocas han luchado por el bien de la Nación.
El dilema central de nuestro tiempo es precisamente ético. Ante el grave inventario de problemas que se han ido acumulando en la actividad cultural e ideológica resulta inexorable reevaluar los modos de participación, de expresión, de movilización de la intelectualidad cubana cuando se lucha por vencer la filosofía del «sálvese quien pueda» que gana terreno acompañada de la ignorancia y la calumnia.
Convencidos del valor de la educación, la creación artística, el trabajo en la comunidad y en especial de la formación política y de la moral ciudadana, es obligatorio reforzar esencias, desterrar prejuicios y reaprender a trabajar, como decía Haydée Santamaría «con lo mejor de cada ser humano». No hablo de abandonar terrenos y retroceder; contrario al pensamiento de algunos, el enfrentamiento a las distorsiones, al agotamiento y al escepticismo, requieren siempre de una dosis de respeto por la otredad, de capacidad para gestionar diferencias, de voluntad para restablecer alianzas y desde ellas fortalecer los consensos donde puedan haber sido dañados.
Para la cultura que se asume legítimamente revolucionaria, la única posibilidad histórica, es la de desatar las ideas, los sentimientos, las actuaciones y las potencialidades humanas. Es estar del lado de los más débiles, de los más humildes, de los que conforman la fibra más genuina y más íntima de la nación; disputar un espacio central en los modelos de felicidad, de bienestar, en las expectativas y aspiraciones comunes de los que por su condición histórica o su realidad social sienten más hondo que otros la marca del colonialismo y del subdesarrollo, de todos cuanto sienten el peso de un prejuicio; aunque en sus imaginarios la prosperidad, la plenitud y el futuro, tengan otro rostro.
Estamos obligados a pensar y actuar con mucha prisa, pero con serenidad, sin improvisaciones. En toda su extensión y complejidad el trabajo cultural exige transformaciones radicales. No se trata exclusivamente del hecho artístico y su lectura. Tenemos deudas con zonas de la creación y el pensamiento social que pudieran hoy imposibilitar tener interpretaciones y soluciones más cercanas a las expectativas de nuestro pueblo.
Las ciencias sociales y la crítica artística y literaria, la educación y el trabajo cultural comunitario, la formación ideológica y la cultura política, los medios y la comunicación pública, el diseño y el urbanismo, la arquitectura y el uso público de los espacios, se colocan en el centro de un huracán de desafíos tan potente y expansivo como la capacidad que durante seis décadas ha generado la Revolución para sobreponerse, para encontrar soluciones, para movilizar las reservas de patriotismo popular, como hemos visto estas últimas semanas.
Obra y pensamiento, pasión y responsabilidad, hemos aportado a la defensa y transformación revolucionaria de la sociedad durante 60 años. La Uneac quedó constituida el 22 de agosto de 1961, al término del Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas, resultado de un ardiente y fecundo proceso de gestación. Desde entonces un largo itinerario demuestra que es posible expandir todos los horizontes, cobijar la esperanza, como pedía Martí, en el ala de un colibrí, sanar la herida por punzante que sea, si el amor y la perseverancia, si la honestidad y la vocación de servicio son nuestros movilizadores.
Nicolás Guillén, el poeta que como ningún otro cantó, con lenguaje absolutamente renovador y depurado vuelo lírico, las ansias populares y la identidad insular, timoneó las primeras décadas de la Uneac, junto a otros notables creadores. A ellos rendimos también homenaje en estos festejos. Junto a los máximos hacedores políticos fueron los obreros incansables del diálogo. Ellos colocaron a la Unión en el corazón de la ciudadanía. Ellos ayudaron con su trabajo a vencer la soledad, a encontrar un público, a lograr que, en efecto, lo bueno, lo bello y lo útil fuera mirado a través del cristal del pueblo, como ya había pedido Fidel en sus Palabras a los Intelectuales.
Con ese propósito la Uneac se expandió a todo el país. Concibió espacios a partir del movimiento artístico e intelectual de cada territorio. Creó revistas como La Gaceta de Cuba y Unión; concibió una red de publicaciones, que cuenta con Ediciones Unión, Caserón y Cauce; apoyó y potenció proyectos personales y colectivos que han sigo paradigmáticos dentro de nuestra cultura. Ha convocado a concursos que califican entre los de mayor antigüedad y prestigio en el país, como los premios Uneac y David.
Ha sido capaz de mantener una relación con los jóvenes creadores, puesta de relieve con la constitución de la Brigada Hermanos Saíz, antecedente de la Asociación, que este año celebra su aniversario 35. Creó y ha enriquecido un sistema de eventos y becas en la literatura, la música, las artes escénicas, las artes plásticas y el audiovisual, algunos con alcance internacional, que han estimulado la creación y contribuido a establecer jerarquías artísticas.
En la defensa de nuestra identidad, nuestra soberanía y los valores humanistas de la Revolución, hemos crecido junto al pueblo al que nos debemos: vaya un emocionado recuerdo a los participantes en el taller urgente de creación que movilizó a escritores y artistas en los días de la Crisis de Octubre y a los que, en medio de una hostilidad como la que hoy resistimos, se involucraron en 2003 en la gestación de la Red En Defensa de la Humanidad y difundieron la verdad de Cuba «a los amigos que están lejos».
Sería imposible desconocer el papel de la vanguardia artística e intelectual en el desmontaje de los efectos de la globalización neoliberal, la trivialidad de los mensajes de las industrias culturales hegemónicas, el avance de tendencias neofascistas y la agresión a las identidades de los pueblos de la región.
Sobre ello el General de Ejército Raúl Castro insistía en su mensaje por el aniversario 55 de nuestra organización: «Estamos doblemente amenazados en el campo de la cultura: por los proyectos subversivos que pretenden dividirnos y la oleada colonizadora global. La Uneac del presente continuará encarando con valentía, compromiso revolucionario e inteligencia, estos complejos desafíos».
Nuestros miembros suman hoy más de 8 000. La promoción de su obra, su proyección social, su imbricación en el tejido cultural de la nación, se cuentan entre los empeños más consistentes de la Uneac y las más desafiantes inquietudes, desde su fundación. Entre esos empeños e inquietudes ha sostenido, también, una relación de activo contrapunteo y complementación con el sistema de instituciones culturales y otras instancias de la vida socioeconómica, con el fin de contribuir a la formulación, renovación y aplicación de la política cultural revolucionaria.
Cuando preparábamos el intenso programa de actividades que ha celebrado, y lo seguirá haciendo durante este año, las seis décadas de vida de la Uneac, decidimos emplear como eje de toda esa movilización la idea de que: En la Unión está la fuerza. Evocamos desde ahí lo mejor de una tradición de acompañamiento crítico de nuestro movimiento cultural a la Patria, partimos de la fuerza que la obra de creadores indispensables aporta a nuestra espiritualidad. La Uneac ha sido un punto de confluencia, ha sido un puerto para el encuentro de lo diferente, para la conformación de un territorio común, para la visualización y la lucha por el futuro.
En la Unión está la fuerza, significa seguir trabajando desde la universalidad de Alicia y Carpentier, desde la metáfora de Lezama, desde el trazo profundo de Portocarrero, desde la modernidad de Porro y la renovadora obra musicológica de Argeliers, desde el calado intelectual de Lisandro Otero, desde la poética comprometida de Retamar y Pablo Armando Fernández. Ellos, y otros más, pusieron tiempo y energía, desde aquel primer Comité Director que presidiera Guillén, para configurar nuestra fuerza; la de quienes sucesivamente en estos 60 años, electos y con el apoyo y confianza de sus colegas, han integrado los órganos de gobierno de la Uneac; la fuerza de la cultura que la Revolución creó y expandió para que fuera su principal arma en la lucha por la emancipación, por una conciencia nueva, por un mundo diferente.
En la Unión está la fuerza, es, además, una responsabilidad con seguir estimulando los vasos comunicantes entre la dirección del Partido, el Estado y el Gobierno, entre nuestro Ministerio de Cultura, los Ministerios de Educación, el ICRT, y los escritores y artistas, para que ni uno ni otros nos privemos «voluntariamente del placer y de la utilidad» de encontrarles caminos nuevos a la Patria.
En la Unión está la fuerza, significa situar en su justa dimensión el inmenso capital de notables creadores que dieron vida y razón a esta Casa de los Escritores y Artistas, de 17 y H. Significa seguir trabajando para que sus inmensas contribuciones logren, junto a las de las nuevas generaciones constituirse en el cuerpo de esa cultura que «hay que salvar primero»: la que nos hace más libres, más plenos, la que rompe con el lastre de la dependencia, la que dice basta ante cualquier laceración del proyecto colectivo, la que es enemiga del antipatriotismo y embiste con la fuerza de la razón al dogmatismo. La cultura que no comulga con burocratismos de turno porque entiende que también atentan contra la obra revolucionaria.
Nuestra fuerza es la del empeño por la continuidad, la que emerge del esfuerzo colectivo del pueblo, la que tiene al ser humano en el centro, la del compromiso con los destinos de la cultura nacional. La fuerza que usa el conocimiento para crecer, para aportar al país recursos imprescindibles, para abrirle paso al desarrollo desde la espiritualidad, la que estimula la emancipación «por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos».
En la clausura de nuestro noveno congreso, Díaz-Canel nos pidió enfrentar los «molinos de viento, tan antiguos como dañinos» que limitan el trabajo cultural del que nos sentimos protagonistas. Nos pidió «hacer más proactiva la organización en sus bases». Dejó para nosotros dos interrogantes en las que tenemos que seguir pensando: «¿Desde cuáles posiciones?» «¿Con qué liderazgos?»
Esas mismas interrogantes se multiplicaron hace solo unas semanas cuando al conmemorar los 60 años de las Palabras a los Intelectuales nos retó al preguntarnos: «¿Cuál sería el papel del arte y de los artistas para seguir siendo revolucionarios en un contexto universal que parece moverse siempre en sentido contrario?» «¿Qué entendemos hoy por unidad, continuidad, sostenibilidad, prosperidad? ¿Qué por libertad, soberanía, antimperialismo, anticolonialismo, emancipación? ¿Cuánto puede aportar la intelectualidad artística y literaria al propósito impostergable de dar contenido y belleza, sustancia y atractivo a todos esos conceptos, libres del lastre panfletario? ¿De qué modos nuevos contamos lo cotidiano: el sacrificio, la resistencia, la creatividad? ¿Cómo enfrentamos la guerra cultural de símbolos y esencias que precede, como los bombardeos de ablandamiento, a las invasiones reales?»
Ahora que arribamos a las primeras seis décadas de vida, un aniversario que, para ser útil y cierto, debe continuar empujándonos a los brazos de la juventud, permeándonos con su rebeldía, su desenfado; y conseguir con ello ese abrazo de generaciones en el cual se reverencie y reconozca el aporte de los que nos trajeron hasta aquí, y se aprecie y apoye el ímpetu y la iniciativa de los nuevos que llegan. Más importante que nunca será conservar el «profundo espíritu democrático», el «verdadero espíritu fraternal» que reconoció Fidel en aquel congreso fundador. Sin lo uno y sin lo otro, poco podremos aportar a nuestra hora actual, tan llena de desafíos y de oportunidades.
Por una Unión «firme» y «honda», «espontánea» y «sincera», con un «espíritu de entrega»; por una Unión con «conciencia del valor de la tarea que a cada cual le corresponde», sin «egoísmos», «personalismos», ni «ambiciones» seguiremos trabajando, como nos pidió entonces Fidel. Cuba lo merece, nuestro pueblo lo necesita, es el mejor homenaje a los que hasta aquí nos condujeron; es nuestro compromiso de continuidad.