El servicio que se ofrece responde a los requerimientos de los usuarios. Autor: Alejandro Rodríguez Leiva Publicado: 15/04/2021 | 12:32 am
Me miro en un humeante café y percibo una ciudad en el fondo de la taza.
Bebo el primer sorbo y la crema, que hace el azúcar en la superficie, se disipa. Aparece, entonces, un enredijo de calles y de iglesias. Una postal antigua donde la nostalgia sale desnuda, en las noches de lluvia, a bañarse en los charcos bajo el farol de la esquina, para luego acurrucarse en el vientre de coloniales tinajones de barro. Espejo de mil espejos. Espejo de Paciencia, por aquello de ser aljibe de la primera obra literaria, y también espejo de la impaciencia de su gente que bulle, día a día, por la subsistencia misma. Puzle de contradictorios corazones, rebeldes, dueños de su identidad más plena. Sonaja de orgullo por la tierra, de ímpetus y empeños, donde sus héroes no yacen enterrados. Camagüey no es París, pero…
Ya casi nadie en el mundo quiere leer un libro. Prefieren las tecnologías adormecedoras. Esos nuevos encantadores de serpientes llamados Gigas. Pero la gente de allí es tozuda. Insisten en mantener vivo el libro como alimento del espíritu. Esa es la razón por la que viejas y olvidadas librerías sacuden ahora su mortaja gracias a las nuevas estrategias del Centro Provincial del Libro y la Literatura.
Un café mañanero es el mismísimo canto de un gallo en el amanecer del alma del cubano. Nos hace más sagaces, perspicaces, apasionados, dicharacheros… Un café, maridado con un buen libro, es una escaramuza infalible que nos ancla a las viejas maneras de viajar y conocer mundo y gentes sin necesidad de boleto ni pasaporte. Es navegar las aguas del espíritu en veinte mil leguas… inimaginables.
Por ello, el hecho de que las librerías se hayan rescatado en esta ciudad convirtiéndolas en centros culturales, con el café como imán para rescatar lectores, me hace pensar en el viejo París, aquel de cafetines adonde acudían Bretón, Chagall, Sartre o la mismísima Eva Gardner, a compartir versos o ideas políticas, a soñar, en medio del humo de un cigarrillo que las más de las veces se consumía sobre el cenicero, olvidado ante tanta pasión y plática.
El servicio que se ofrece responde a los requerimientos de los usuarios. Foto: Alejandro Rodríguez Leiva (ALEJO).
Yunielkis Naranjo, director del Centro Provincial del Libro y la Literatura en Camagüey, insiste en que «es tiempo de alianzas y estrategias para que la magia del papel entintado no se extravíe en el enrevesado trazado de estas calles, pero, sobre todo, que no se extinga, como modo de placer y de cultura, en el espíritu del camagüeyano, ente humano muy sensible y particular que ama y defiende, hasta lo indecible, sus esencias patrióticas y culturales».
Como homenaje a ese universal camagüeyano que fue Nicolás Guillén, el Poeta Nacional de Cuba, cada cafetería, dentro los establecimientos, ha sido bautizada con títulos de poemas o libros del insigne escritor que dan cauce a una amplia gama gastronómica de infusiones, en un acogedor ambiente que sirve de mecenas a las letras.
Si bien Camagüey no tiene al Sena, sí adora a su Hatibonico que lo atraviesa. Si no posee el poético puente de Mirabeau, cuenta con el de la Caridad. Si bien Camagüey no aspira el espíritu de los aires parisinos, sí goza de un ambiente literario rico y propio de auténtica cubanía.
Termino mi café. Solo una leve mancha, en el fondo de la taza, dibuja una pequeñísima cuna que el oscuro líquido deja sobre el fondo. Amalia e Ignacio la mueven mientras releen una ciudad, su ciudad, que brota del libro que mecen. La luz de la porcelana lo inunda todo. Desde su silencio grita de placer pidiendo un único deseo: volver a ser poseída, en medio de unos tiernos versos, por el aroma del caliente y carismático «negro» que le desflora, con su inigualable sabor, su alma de cristal.