El reconocido coreógrafo Rafael Bonachela. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 14/11/2020 | 11:05 pm
Su primer vínculo directo con Cuba se produjo a través de Miguel Iglesias y Danza Contemporánea de Cuba (DCC), gracias a Soledad, esa hermosa pieza que Acosta Danza ha colocado en un lugar de privilegio en su repertorio y que formará parte del programa con el cual la compañía fundada por Carlos Acosta continuará celebrando su quinto aniversario este diciembre (10 al 12), en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Era un momento en que Rafael Bonachela estaba de freelance con el Bonachela Dance Company creando piezas para otras compañías, de modo que el reconocido coreógrafo internacional no demoró en tomar la decisión de encontrarse por fin cara a cara con la Mayor de las Antillas. El acercamiento tuvo lugar con el apoyo del British Council. «Fueron DCC y Miguel quienes me seleccionaron tras ver mi labor como autor. La conexión se dio de inmediato y de una manera muy especial: hallé bailarines muy preparados y apasionados, con muchas ganas y energías. Me encanta trabajar con bailarines con cuerpos inteligentes y mentes muy abiertas», le enfatizó a JR este aplaudido artista cuando en diciembre del pasado año logró materializar el añorado abrazo con los muchachos de Acosta Danza, deseoso de darle su toque personal a una obra que entre enero y febrero, y dentro de la temporada Cuerpos, brilló en la Sala García Lorca.
«Cuando Carlos fundó su compañía me pidió una pieza. Él sabía de mi conexión con Cuba y de la extraordinaria experiencia que había vivido, pero entonces estaba completamente enfocado en la Sidney Dance Company(donde se desempeña como director artístico y coreógrafo). Le expliqué que iba a ser imposible entonces, pero que tenía un dúo que le encantaría al público cubano; una pieza de la que me siento muy orgulloso.
«Le envié el video de Soledad y quedamos en que Yaday Ponce, directora artística y maestra de Acosta Danza, quien ya había trabajado conmigo cuando DCC la puso en su repertorio, se encargaría del montaje, con el cual quedé muy satisfecho. Ha sido muy bonito volver y poder conectar otra vez con Cuba», insiste.
«Soledad cuenta la historia de dos seres que se aman, se protegen,mas a veces no se entienden: una relación de pareja con todos sus colores. La estrené hace 15 años, en el 2005, para PROVE, el proyecto que idearon Antonia Grove y Theo Clinckard, en Londres.Ellos me encargaron una obra justo cuando dejé de bailar profesionalmentecon la Rambert Dance Company para dedicarme por completo a la coreografía. Fue una muestra enorme de confianza en mí».
Nacido en La Garriga, municipio y localidad de Barcelona, España, desde pequeño Rafael Bonachelasintió atracción por bailar, «por hacer un baile, como le decía, con mis compañeros de colegio. Te hablo de ello y me viene a la mente el Thriller, de Michael Jackson en la tele, los videos más comerciales de música pop de aquellos años 80, en los cuales aparecían muchos bailarines en escena. Esa era mi referencia entonces, no los grandes ballets clásicos, ni la danza contemporánea. Me marcó asimismo una serie llamada Fama por la cual comprendí que se podía ir a una escuela y aprender a bailar, que había gente que se convertía en bailarines, también en cantantes..., pero ese sueño que empezó a crecer en mí, nada tuvo que ver con influencias familiares.
«Soy el mayor de cuatro hermanos, lo cual podía constituir un problema para alguien con mis sueños en un país como España, muy machista, donde las mujeres hacen esto y los hombres aquello. Ya no tanto, pero en su momento fue así; te hablo de antes de Billy Elliot y ahora de Yuli, películas que cambiaron la historia para los chicos. No obstante, yo me iba para el colegio con mis casetes de música y hacía un baile con las niñas, y en ocasionesmedio forzaba a algún hermano mío a participar.
«Para ese tiempo, pasaba el Instituto donde había una chica muy delgadita, con el cuello largo, bailarina, quien primero me habló de plié, de passé, y de otros ejercicios y posiciones... Y a los 15 años mi padre dijo: “Hay que llevar a este niño a una escuela”. De ese modo fuimos a parar a Barcelona donde los profesores le aseguraron que el chico tenía talento y desde ese momento no me he detenido nunca más.
«Pero sí, nací en un pueblo donde no había escuela de danza,sin embargo,se convirtió en el primero de España en elegir una alcaldesa en la era pos Franco. Por esta gran mujer (ahora debe andar por los 90 años): escritora, un ser de enorme sensibilidad artística, llegaron muchos grupos de música, de teatro, a La Garriga, una suerte que no habíamos disfrutado antes. Por tal razón siempre me sentí afortunado, porque me permitió entrar en contacto con ese fuerte movimiento cultural... No he podido olvidar las películas en blanco y negro, de Fred Astaire, de Ginger Rogers, Singing in the Rain..., algunos documentales de danza... Esas vivenciasfueron increíbles para mí...
«Y ya en Barcelona empecé a conocer gente que hacía danza, a tomar clases de jazz, contemporáneo y ballet. Maurice Béjartes tuvo entre los primeros coreógrafos clásicos que descubría través de videos. Béjart me llamó la atención porque usaba mucho al bailarín hombre no solo como partner sino como protagonista. Viéndolo supe hacia dónde quería enrumbar mi vida.
«No se trataba del Instituto del Teatro, ni tampoco de una escuela conocida de danza clásica, era más comercial, sin embargo, aquel curso semiprofesional al que llegué por una beca, me abrió las puertas. Era como estar viviendo Fama en carne propia: cogía el tren cada día a las siete de la mañana y me iba a Barcelona, hacía mis tres clases, y regresaba en el tren para estudiar en el Instituto por la noche. Muy intenso, claro, pero era la oportunidad de aprender, de conocer que todo tenía un nombre, que había diferentes estilos de danza...
«Así transcurrió un año hasta que mi profesora de contemporáneo me avisó un día: “La nónima Imperial audiciona la semana próxima y anda buscando chicos, deberías presentarte”, y escuché su consejo. Había cumplido 17 años y llevaba solo uno de training, mas me seleccionaron. De repente me vi en Roma, París, Budapest, haciendo esto llamado “danza contemporánea”. Todavía no tenía mucho conocimiento, ni técnica, pero a mí me salía.
Foto:Enrique (Kike) Smith
Foto: Yuris Nórido
Laura Rodríguez y Mario Sergio Elías en el dúo Soledad. Foto: Enrique (Kike) Smith
«En La nónima Imperial permanecí por dos años en los que pude ver el trabajo que llevaban adelante otras compañías europeas,participar en festivales, viajar a lugares que no había imaginado, comprarme libros sobre bailarines y coreógrafos... sin embargo, era consciente de que me hallaba muy lejos de transformarme en aquellos bailarines que me dejaban asombrado. En la clase era el único chico y ni siquiera contaba con un role model, alguien a quien imitar, que me sirviera de referente.
«Podía quedarme allí siempre, improvisando, o irme a estudiar. Decidí hacer una audición para prepararme por dos años en el London Studio Centre, donde me otorgaron otra beca. Representaba la oportunidad de salir de España. Había visto el quehacer de Víctor Ullate,pero la danza no tenía fuerza en España; Nacho Duato la elevó cuando le entregaron la Compañía Nacional, pero cuando partí en el 90, él aún no había vuelto.
«Y en Londres me encontré más chicos en las clases, y más chicos de todo el mundo, ya no era el único. El London Studio Centre poseía una minicompañía de ballet, que debutó ese año con Margaret Barbieri al frente; gente que no conocía realmente, pero lo mío era absorber como una esponja. Me iba a las ocho de la mañana a la escuela y regresaba a las ocho de la noche a la residencia. Fue duro, pero yo me hice el propósito de superarme, de intentar recuperar lo que no había podido aprender con ocho o nueve años. Necesitaba saber qué podía hacer con mi cuerpo, descubrir cómo dominarlo. Me apunté a todos las clases que pude y estudié las técnicas de Graham, de Cunningham..., y los profesores enseguida notaron no solo mi talento, sino además mis grandes ganas».
Bonachela rememora su etapa en el London Studio Centre y de inmediato le viene a la mente su madre explicándole a la alcaldesa de La Garriga que le habían otorgado una beca a su hijo,tanteando si podían ayudarlo con el boleto de avión, porque para la familia de Rafael era imposible asumirlo. «Y el pueblo, del dinero de Cultura, pagó el billete. El pasado año pude presentar en Barcelona a la Sydney Dance Company y resultó muy emocionante que la mismísima Núria AlbóCorrons pudiera apreciar la función. Fue esa mi mejor oportunidad de darle las gracias, de corazón.
«Todo lo que me ha pasado en la vida ha sido a la manera:“no me lo puedo creer”, pero no lo dejo escapar, sino que doy todo de mí y lo disfruto. ¿Sabes que llevo tatuado en mi cuerpo una frase que dice: “A por más sueños”?Lo ciertoes que podía haber pensado que había llegado el fin de mi carrera después de mi última actuación como bailarín profesional con la Rambert Dance Company, con la cualrecorrí medio mundo y hasta bailé en el Mariinsky Theater, algo inimaginable para aquel niño de La Garriga, pero todavía me quedaba una carrera como coreógrafo, como director o lo que sea que me traiga la vida...».
Lo curioso es que aunque Bonachela había permanecido dos años en la capital política y económica del Reino Unido, muy poco conocía de Londres, ni siquiera había podido admirar a la Rambert, porque el dinero solo le alcanzaba para estudiar. Fue nuevamente su profesor de contemporáneo, quien había formado parte de la prestigiosa compañía que entonces dirigía Richard Alston, el que le habló de la convocatoria para bailarines. «Después de siete semanas de audiciones me contrataron, pero te confieso que jamás la había visto actuar.
«A los tres meses de estar en la Rambert, el director perdió su trabajo y apareció Cristopher Bruce, quien se dispuso a ver una clase de ballet luego de la cual se reunió con cada bailarín y cuando llegó mi turno (yo todavía estaba aprendiendo) me dijo: “Lo siento mucho, eres muy joven y yo necesito bailarines de experiencia”. Tenía 20 años. Me acababan de dar un trabajo y lo acababa de perder.
«Antes hubo una actuación después de la cual se me volvió a acercar: “He cambiado de opinión, quiero que te quedes”. Desde entonces aprendí que nunca debes juzgar a nadie solo por una clase de ballet o de contemporáneo, porque siempre un artista te puede dar mucho más que lo que ves en una barra. Me mantuve en la Rambert por 12 años, donde me hice coreógrafo residente. Esto ocurrió en los dos últimos años antes de decidirme a enrolarme definitivamente en el mundo de la creación».
A decir verdad, la coreografía apareció en la vida de Bonachela desde aquellos lejanos tiempos en que en el colegio montaba sus bailes. «Solo que no sabía que eso se llamaba coreografía, ni que podía ser un trabajo, luego me di cuenta. Al principio en la Rambert como era muy joven y sin experiencia, casi no me daban trabajo, pedí participar de los workshops, pero creyeron que no estaba preparado aún. No obstante, le di la lata a una de las maestras, quien para salir de mí parece que habló con el director: “Que haga algo, porque ya me tiene harto”.
«Esa pieza, la primera que creé para bailarines profesionales, titulada Threegone, fourleft standing, después la eligió para que estuviera en el repertorio de la compañía. De hecho, luego Cristopher Bruce me dijo: “Te voy a dar más tiempo para que consolides la pieza y llevarla al Sadler´s Wells”. ¿Qué más se podía pedir? Ya entonces fue como con la danza: supe que podía aprender más.
«En la Rambert tuve la oportunidad de bailar obras de Christopher Bruce, JiriKylian, OhadNaharin, Twyla Tharp, Siobhan Davies, MatsEk, Merce Cunningham, Glen Tetley, Jeremy James, Wayne McGregor, William Forsythe, Ashley Page...No recibí lecciones de coreografía, pero bailar tantos coreógrafos formidables fue mi mejor escuela. A veces me aprendía la pieza o participaba en el proceso creativo. A veces en lugar de sentirme aburrido o estar frustrado, embullaba a mis colegas a que nos fuéramos a un estudio pequeño para trabajar.
«Así ocurrió en una ocasión en que Cristopher Bruce creaba una pieza para la cual contaba con dos elencos, como no estaba en el primero y me la pasaba sentado, le pedí permiso para irme con ese otro grupo a trabajar. De esa experiencia nació Linear Remains que me trajo muchas satisfacciones, empezando porque fue incluida en la temporada sin haber estado programada. Linear Remains me puso en el mapa de la coreografía. Hasta ese momento era un bailarín que quería ser coreógrafo como muchos.
«Cuando empecé con la coreografía fue como si me picara un mosquito y me infectara con un virus. No pude dejar decrear:me ponía a coreografiar con cada bailarín que entraba y tenía poco que hacer. Nunca esperé a que me dieran las oportunidades. Por eso al bailarín que quiere hablar conmigo de su futuro le digo: “no esperes por nadie, te ayudo en todo lo que pueda, pero cada oportunidad es una buena oportunidad, te guiaré, pero en mi caso siempre aproveché todas las oportunidades, porque cada una es buena para aprender”».
Justo con Linear Remains sucedió un hecho que Bonachela no se esperaba: «Me vio Kylie Minogue, una afamada artista australiana, estrella del pop, y decidió llamarme para que coreografiara para ella. Me asombré, y hasta pensé que era una broma. La pieza resultó un éxito, tanto que me pidió que colaborara en su gira mundial.
«Este fue un momento interesante en mi carrera porque hasta ese instante no había habido un coreógrafo de danza contemporánea en Inglaterra que hubiera colaborado con un artista tan pop, pero pensé: “¿Yo quién soy y quién seré como coreógrafo? No puedo ser Nacho Duato, Jiri Kylian, ni Christopher Bruce, necesitaba buscar mi propio camino. Quién sabe lo que esta experiencia me traerá”.
«Continúe bailando con la Rambert pero coreografiaba cuando me lo pedían. Tras mi vínculo con Kylie hice para la compañía una obra que nombré 21, la cual fue nominada para varios premios. Crecí como artista en tres meses como si hubiera trabajado tres años. Claro se trataba de espectáculos con 20 bailarines, pantallas, videos..., que le debe gustar lo mismo a una persona de ocho años que a una de 80. Cuando regresé a Rambert, volví con más seguridad; me sentí más capaz, con más experiencia, y me empezaron a salir muchas oportunidades, como trabajar con Tina Turner...
Rafael fundó la Bonachela Dance Company con las 30 000 libras esterlinas que recibió por el primer premio que conquistó en la edición inaugural de The Place Prize, una competición coreográfica que se organizó en Inglaterra».
A Australia iría a parar después de que lo invitaran como coreógrafo freelance. «Se suponía que iba por solo dos meses para concebir una obra de una hora de duración. En ese tiempo me enteré de que buscaban un director artístico para la Sydney Dance Company, me preguntaron pero no le veía mucho sentido: vivía en Londres, llevaba ya seis años con mi compañía... Luego comprendí que se trataba de una compañía de 40 años (acabamos de cumplir 50), con su edificio propio, estudios para trabajar y comencé a considerarlo.
«El espectáculo funcionó muy bien, el público conectó con 360º. Entonces me presenté a la entrevista y expuse que si me quedaba como director artístico, la Sydney Dance Company sería una compañía de creación, pero no solo mía, sino que invitaría a otros coreógrafos, que además no quería perder mi conexión internacional, y eso les encantó.
«Durante dos años viví entre Londres y Australia. Cuando ya terminé el proyecto con el Bonachela Dance Company (era muy difícil mantener una “de firma”sin tú estar ahí), di el salto definitivo. Ha sido un gran cambio, con nuevos retos. Pero en diez años he ido introduciendo un nuevo lenguaje, nuevos coreógrafos, llevando al público a otras sensaciones, a descubrir otros horizontes dentro de la danza.
«Todavía hay gente que no sabe que le gusta la danza y debo encontrarla y traerla conmigo. Hemos actuado en importantes teatros, y cada año viajamos dos o tres veces fuera de un país que nos reconoce y recorremos por completo. La compañía no contaba con programa de educación y ahora es uno de los más grandes, o sea, que no son pocos los logros de los cuales me siento muy orgulloso».