Érica Rivas, al centro, protagoniza esta historia de un encuentro familiar que deriva en un verdadero hormiguero. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 07/12/2019 | 09:22 pm
El Festival habanero, reflejo fiel de la actualidad fílmica latinoamericana que lo define, viene mostrando hace años los problemas juveniles en medio de sus familias y respectivos marcos sociales, y esta edición número 41, que ya comienza, no es excepción.
Los sonámbulos, de Argentina, uno de los títulos que compite en largos de ficción, representa muy bien esa línea temática. Una familia variopinta y nutrida se reúne en una casa de campo para celebrar el fin de año. Típico en este recurrente ítem, la aparentemente armónica y festiva reunión deriva en un verdadero hormiguero donde «trapos sucios», nuevas y viejas heridas, irán irrumpiendo a medida que avanza el metraje.
La directora Paula Hernández (Herencia, La lluvia, Un amor) ha logrado armar su texto con sutileza y gradación, desarrollando la historia con sus ribetes incluso terroríficos, para lo cual se auxilia de una cámara al hombro, muy internalizada en los conflictos que presenta y lleva adelante con esmero y profundidad.
El filme es una sucesión de primeros y primerísimos planos, delineados mediante una impecable estructura visual que refuerza la fotografía umbrosa y claroscura; el ambiente de suspense, de lava volcánica siempre a punto de estallar (y estallando en los momentos clímax, hasta su golpetazo final que abandona la contención y la mesura definidoras del tono) se erige en uno de los méritos indudables de Los sonámbulos, que incorpora al espectador desde los inicios para no «soltarlo» hasta el final.
Otro indudable valor es la precisión y riqueza en los perfiles de sus no pocos caracteres, especialmente los más jóvenes: la sonámbula Ana —aunque el título alude metafóricamente a una actitud general de la familia—, siempre ausente con su celular o la bebida; y el primo Alejo, coqueteando lo mismo con la hija que con la madre. Pero siendo justos, también los adultos: esos hermanos disputándose una editorial, las abuelas recelosas e intuitivas, las parejas insatisfechas y plenas de rencores dando vida a abismos generacionales, imposiciones patriarcales, erotismos mal encauzados, sobre todo los despertares…
En realidad, no es poco lo que Paula Hernández, también guionista, aglutina y desarrolla en la historia, pero lo hace con tal cuidado y conocimiento de causa(s) que su filme «engancha» y motiva, apoyada también en un elenco actoral que saca la cara por la prestigiosa escuela actoral de Argentina: Érica Rivas, Luis Ziembrowski, Marilu Marini, Valeria Lois…
Otra película que focaliza intensos conflictos adolescentes es la colombiana Los días de la ballena, también dirigido por una mujer, Catalina Arroyave, aspirante al Coral de óperas primas.
Dos rebeldes y entusiastas grafiteros dejan la huella de su arte en muros y paredes que encuentran, mientras recorren las calles de Medellín; entre Cristina y Simón surge entonces un romance intenso que, sin embargo, los lleva a enfrentar una poderosa banda criminal. Los protagonistas, el grupo de amigos, actitudes e ideas que los conforman, y el mundo familiar que los enmarca, dan cuerpo a la diégesis que, más allá de la anécdota, discursa acerca de cómo el arte urbano entra en conflicto con el control territorial dentro de los barrios.
A través del grafiti los jóvenes desean expresar mensajes contundentes: «Tumba edificios, siembra árboles», «Menos biblias, más orgasmos», algo en consonancia también con el metafórico título: un escualo agonizante que solo convoca a la indiferencia generalizada… al igual que a la violencia cotidiana.
El tema y sus ramificaciones son, sin dudas, muy sugerentes, pero la novel realizadora no ha logrado integrarlos de modo suficientemente orgánico; en más de un momento la narración titubea, y las relaciones entre los personajes no revelan la solidez y el vigor que las peripecias del guion demandan.
A pesar de ello, se agradece esta otra mirada femenina a los problemas juveniles en Colombia, específicamente en Medellín, que sigue el aporte dado por colegas y coterráneas de Catalina Arroyave como Laura Mora (Matar a Jesús) y Daniela Abad (Carta a una sombra y The Smiling Lombana).
Asimismo el arte, y concretamente las vanguardias contraculturales de los años 80 en México, constituyen el centro de Esto no es Berlín, del realizador azteca Hari Sama. Es la historia de dos adolescentes que están creciendo en la zona de Lomas Verdes, un entorno ultraconservador de Ciudad de México, y su descubrimiento de expresiones artísticas renovadoras e iconoclastas en medio de la vida nocturna de esa etapa, concretamente en días que coincidieron con el Mundial de Fútbol de 1986.
Sexualidad libre y diversa, drogas, clubes que no cierran en toda la noche, colisiones con autoridades y mentes conservadoras, empuje adolescente en entornos familiares y sociales, no precisamente tolerantes, resultan algunos de los ítems que pulsa este explosivo título de quien ya antes nos había entregado otras obras notables (Sin ton ni Sonia; Despertar el polvo, …) y detenta dos virtudes indudables: una admirable captación del ambiente social y cultural del espacio donde se desarrolla la trama —para lo cual se auxilia de dirección de arte, fotografía y planimetría reveladoras— trasmitiendo la jiribilla, la adrenalina y energía de aquellos años transformadores, anticonformistas y rebeldes en que se buscaba a gritos la libertad individual y social; y el interesante contrapunto de los personajes centrales, tanto en su relación personal como con los otros que genera un coherente vínculo entre caracteres y contexto.
«Queríamos emular —consideraba recientemente el director en una visita a Madrid— lo que hacían en Londres, en Berlín, en Nueva York, e incluso aquí, en España. Era por la tristeza de saber que en México no pasaba nada. Teníamos esa necesidad de responder a la dictadura que nos había tocado vivir y eso nos situaba en rebeldía». Pienso que el resultado cristaliza a plenitud tales intenciones. Satisfactorias actuaciones (Xabiani Ponce de León, José Antonio Toledano, Ximena Romo…) completan los méritos de uno de los fuertes aspirantes al Coral en su categoría.