Foot cover de Noticia Autor: Juventud Rebelde Publicado: 13/11/2019 | 08:16 pm
Irresistiblemente seductoras para nacionales y foráneos, dos de las villas fundacionales de Cuba, Trinidad y La Habana, recibieron recientemente la condición de Ciudades Creativas de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y se convirtieron así en las primeras del país en integrar la Red que agrupa en la actualidad a 246 urbes del mundo, en siete ámbitos: la artesanía y las artes populares, artes digitales, cine, diseño, gastronomía, literatura y música.
Este es un reconocimiento internacional otorgado a las ciudades cuya creatividad constituye un factor estratégico de desarrollo urbano sostenible. Por eso resulta meritorio que La Habana haya obtenido la declaratoria de Ciudad Creativa de la Música, y Trinidad la de Ciudad Creativa de la Artesanía y las Artes Populares. La condición las compromete, además, a seguir su labor de posicionamiento de la cultura, la creatividad y las industrias culturales.
Musical y encantadora
Los atractivos de la capital cubana van mucho más allá de su fisonomía citadina, porque La Habana es cultura, y su historia y cotidianidad están marcadas por la música, que enriquece, desde sus diversos géneros y estilos, el placer estético de los seres humanos que la habitan o la visitan. No en balde incontables han sido los temas dedicados a la señora de 500 años.
A propósito de esta celebración, la cantautora Liuba María Hevia, una de sus hijas más amorosas, quien le ha cantado en varias ocasiones a «la niñez en su balcón, a sus adoquines y a sus vitrales», declaró al periodista del Sistema Informativo de la Televisión Cubana, Daniel González Cabello:
«Mis canciones que hablan de La Habana son testigos de historias que voy contando. Por ejemplo, el disco de habaneras tiene varios temas dedicados a ella (Trovada en La Habana, Mi Vieja Habana, Réquiem de luna), porque yo correteé esta ciudad, yo amo a esta ciudad, yo palpito en esta ciudad».
Aunque el destacado pianista y compositor Frank Fernández nació en Mayarí (Holguín), La Habana le abrió los brazos en medio de su adolescencia creativa y lo vio crecer hasta convertir su arte en parte de la cultura universal. De esta forma lo resumió el artista, en diálogo con Prensa Latina, con motivo del aniversario 500 de la capital:
«La luz de La Habana para mí es muy especial. El milagro de Eusebio Leal con su labor restauradora del centro histórico de La Habana Vieja, me llena de placer; así como la diversidad cultural de esta ciudad, algo que pocas capitales tienen, no solo en Latinoamérica, sino en el mundo.
«Siempre que vengo de mi casa en Playa y cruzo el túnel de 5ta. Avenida, veo el mar y, más allá, el Morro. El cerebro se me oxigena y creo que desde ya y para siempre La Habana se ha convertido para mí en una novia inseparable. No la única, pero sí de las principales. Después de Alina (su esposa), La Habana», afirmó el compositor.
Popular y artesanal
Al caminar por entre los serpentinados callejones de Trinidad se puede sentir la apuesta y perseverancia por mantener con vida sus artesanías. Hombres, mujeres, niños, niñas… hacen suyas las agujas, hilos, telas, barro, fibras… Nacen de sus manos los textiles, los jarrones, los adornos, la bisutería. Todo con un sello muy particular: la cultura trinitaria.
«Si no hubiera sido por la ciudad y su patrimonio intangible, hoy no fuera quien soy», asegura María de la Caridad Viciedo, al frente de un taller que desde hace más de cuatro años enseña a diferentes generaciones la tradición de las agujas.
Por eso se le ve cada semana en los portales del Museo de Arquitectura rodeada de personas de diferentes edades empeñadas en dar las puntadas exactas, al igual que en la secundaria básica Carlos Echenagusía Peña, donde conduce a un pequeño grupo de estudiantes.
En Trinidad se puede sentir y observar la apuesta y perseverancia por mantener con vida sus artesanías. Foto: Roberto Suárez
«Aquí no se ha perdido la tradición, sino la forma de hacer algunos trabajos. Un ejemplo es la forma de rematar los hilos cortados. Se han rescatado varias técnicas de la aguja como el deshilado, el frivolité, encaje Tenerife, crochet de horquilla o miñardí y encaje de bolillos, con el objetivo de que vuelvan al mercado con el rigor del origen», acota.
Otra enamorada de la artesanía trinitaria es Yudit Vidal Faife, artista de la plástica, quien ha sabido fundir con sus pinceles las creaciones textiles que hacen otras personas. «Se me ocurrió pintar a Trinidad a través de una imagen de mujer adornada con todas esas labores de la aguja, porque esa es nuestra ciudad», explica.
Por eso le dio vida al proyecto Entre hilos, alas y pinceles, integrado por muchas manos que hacen posible que existan piezas de exquisita estética.
Alejada del bullicio del centro trinitario, en la localidad de San Pedro, convive una tradición antiquísima que transpira vitalidad. Gracias a la técnica de embarrado de fango, desde el siglo XVII hasta la actualidad se construyen allí viviendas con artes transmitidos de generación en generación.
Hierba seca y fango se funden en un soporte que no entiende del paso del tiempo y los azotes de fenómenos meteorológicos. Bien lo sabe Leonel González Ramírez, quien acumula más de cinco décadas de vida y reside con total orgullo en una de las casas de ese tipo.
«El 90 por ciento del caserío es de fango y de tabla de palma. Eso lo aprendimos del asentamiento de esclavos de esta zona, quienes eran las manos trabajadoras de las diferentes haciendas del Valle de los Ingenios. Gracias al proyecto de reanimación de nuestra comunidad, tengo un hogar nuevo, sin perder la tradición».
La acción para mejorar el confort de los pobladores de uno de los asentamientos de ese tipo más importantes del área del Caribe, con una arquitectura tradicional de tierra, fue idea de la Oficina del Conservador de la Ciudad y el Valle de los Ingenios, con el fin de preservar los valores únicos del sitio, los cuales son muy bien aceptados por sus residentes.
Siglos de cultura
Ambas urbes han sobrevivido a cinco siglos de vida, gracias al ingenio sostenido en el tiempo de sus ciudadanías, a la creatividad y amor con que se implican los defensores y artífices de sus culturas y al ánimo de conservación que une a especialistas, creadores, decisores políticos y gubernamentales.
Por eso La Habana y Trinidad son, a la vez, villas fundacionales y ciudades modernas en las que la cultura se convierte en una suerte de renovación cotidiana. Ese legado es incalculable.