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Comentaré un libro cuyo título se alarga tanto que parece se va a tragar al lector. Retratos de escritores y otros seres extraordinarios, así se nombra. Y si el título resulta extenso, el volumen, en cambio, es breve. Breve cuanto enjundioso en sus 96 páginas útiles.
Conozco a su autor, Yandrey Lay Fabregat, periodista nacido en 1984, en La Esperanza, Villa Clara. Y digo que esperaba este o cualquier otro libro con cierta ansiedad. Fue mi alumno, y aunque poco le pude enseñar, sabía que entre aquel conglomerado de cuarto año de Periodismo, él apuntaba su nombre entre los más prometedores.
No temo elogiarlo, siendo aún muy joven, porque sé que Yandrey sabe que lo mejor siempre está por conseguirse. Ese es el secreto de la modestia del creador. Ahora bien, no he de disminuir este pequeño libro impreso por Ediciones Sed de Belleza. Trece personajes abrillantan estos enunciados que parecen de pronto entrevistas, y luego al terminar de leer, uno cree que Yandrey Lay conversó desenfadadamente con Abel Prieto, Luis Manuel Pérez Boitel, María Elena Llana, Noel Guzmán Boffill, Ernesto Peña, Roberto Fernández Retamar, Pedro Llanes, Armando Morales, Silvio Rodríguez, Mildre Hernández, Roberto Manzano, Arístides Vega Chapú y Sergio García Zamora.
La entrevista, entre los géneros periodísticos, suele ser un puente con algunas vigas frágiles. En primer término, porque el ejercicio del reportero se fundamenta en el hábito de preguntar. Preguntar para saber qué informar. En la entrevista, particularmente, en las biográficas o en las de opinión, el periodista se convierte en más que un reportero: en un dibujante. Por ello, Yandrey se refiere en su ancho título a retratos, porque cuanto él pregunte se dirigirá a trazar una conversación, en cuyo ambiente el entrevistado, el entrevistador y el lector vivirán otra existencia sin perder ni falsear la única.
Degustables, pues, son estas entrevistas que sugieren más de cuanto expresan. Mantienen la estructura aún vigente en la práctica común: preguntas y respuestas explícitas. Pero el periodista las convierte en la composición desenfadada de una charla ingeniosa en la que preserva lo básico de su empeño: delinear, mediante el diálogo, una imagen del que está enfrente.
