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Las evidencias pueden suponerse. Probablemente, la generalidad de los escritores, cuando viajan, experimentan la tentación de ver y luego contar lo visto. O lo vivido. Unos guardan copias de sus cartas o notas para, en algún momento propicio, coserlas en un volumen. O conservarlas hasta cuando, un día impredecible, sirvan de fuente que nutra una novela o un conjunto de crónicas periodísticas.
También algunos viajan por encargo. Quizás hoy los ejemplos para demostrarlo no cabrían en esta columna. Cierto: viajamos con mayor frecuencia que en el siglo XIX, incluso el XX. Y más rápidamente y con menos tiempo, de modo que apenas se ve con los ojos interiores. Por razones obvias también la crónica de viaje reclama menos interés: los medios de difusión aéreos y digitales nos llevan visiones y datos hasta la casa.
Me concentro, pues, en mi objeto. Y me atengo hoy a una escritora del siglo XIX, parte de cuyas cartas durante sus viajes por el extranjero publicó la Editorial Ácana, de Camagüey. Se titula así: Cartas de viaje, y la autora es la poetisa Aurelia Castillo de González (Camagüey, 27 de enero de 1842-6 de agosto de 1920). Algunos cubanos oímos su nombre, o recitamos alguno de sus versos en nuestra infancia escolar. Hoy no se leen sus obras ni se le cita con frecuencia. Por ello, este libro de casi 200 páginas, es obra de una decisión oportuna.
La compiladora, Olga García Yero, seleccionó cartas del paso de la viajera por Francia e Italia. Y al leerlas uno, que ya no suele leer los poemas de la poetisa, reconoce que poseía una prosa ligera, esto es, su lectura no pesaba, y sobresalía por el talento descriptivo. Veamos esta observación. «Descuidados y mal envueltos como van, me dejan pasmadas a cada paso, por la corrección de las facciones y la dulce expresión del rostro. Si estos rasgos son generales en Italia, no debe extrañarse que sus pintores y escultores posean y ejecuten el tipo más cumplido de belleza, el tipo verdaderamente divino de las vírgenes de Rafael».
Útil este volumen. Cartas de viaje nos trae de vuelta a Aurelia Castillo de González. Sin el pasado, el presente se difumina. No tendríamos memoria.
