Con ADN defiendo una verdad: la de Cuba, la de la historia musical cubana, afirmó Alain Pérez. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 06:57 pm
Al parecer era su abuelo el único que poseía el secreto para lograr que cerrara aquellos ojos «duros» que la caída de la noche no conseguía doblegar. Se suponía que a esa hora, en la que los grillos se burlaban del silencio, el cansancio ya debía haber dominado al inquieto Alain Pérez, para ese tiempo (como ahora) un guajirito alegre de Manaca Iznaga, que durante el día, después de regresar de la escuela, no cesaba de corretear por el potrero, de jugar pelota o camuflarse en el campo de caña, de montar a caballo o bañarse en el aguacero o en el río (si no lo dejaban ir con sus primos mayores rompía a llorar), pero el protagonista del concierto de este domingo en el Salón Rosado de la Tropical permanecía inmutable hasta que su «yunta» se arrimaba a la hamaca y le cantaba siempre un son: Ponte el short, chiquita...
«Mi abuelo, un poeta empírico, defensor del punto guajiro, de la décima, me narra que llegó una vez, se me acercó y rompió a cantar un bolero, pero no me dormía, hasta que “rectificó”: Ponte el short, chiquita... y mis ojos se cerraron al instante. ¡Me tranquilizaba con la rumba!», cuenta a Juventud Rebelde quien acaba de entregarnos ADN, aplaudido fonograma que hasta último momento estuvo en la porfía por el premio Cubadisco 2017 en la categoría de Música popular bailable.
«Mi amor por la música me despierta cada día. Ella es naturaleza, nuestra madre. Energía, un sentimiento. ¡Mi vida! Como mi otro corazón. En Manaca Iznaga, Sancti Spíritus, hay una presencia muy fuerte del folclor. Yo conocí las fiestas, las parrandas, desde muy pequeño, porque mi papá heredó esa pasión. Creo que esa circunstancia fue definitiva para que me conectara con esa verdad».
Fue un primo quien lo enseñó a tocar el punto cubano cuando apenas tenía ocho años. Ya a esa edad no era extraño ver a aquel chiquillo virtuoso junto a los repentistas, los poetas... Entonces sorprendió a Uría, un instructor de la casa de cultura de Trinidad que resultó un apoyo importante en los inicios de quien se convirtiera en el músico de la familia. ¿Que había una parranda? «Alain, coge el trillo y ve para casa del tío Titico a cantar».
Uno de esos días llegó en medio de tremenda contentura y él estaba inspirado. En este «estado de gracia» lo vio un técnico de sonido, gracias al cual entró en contacto, a los nueve años, con la agrupación infantil Cielito lindo y su director Enrique Pérez. Hasta su casa en Cienfuegos viajó Alain con sus padres una mañana. «Este es el tipo, un sinsonte. ¡Verdad que los guajiros sí cantan!», exclamó asombrado el anfitrión. ¿Y dónde se quedará el niño a vivir?, preguntó. «Teníamos palabreado algo con unos parientes, pero la cosa no estaba muy clara. “¡Que se quede con nosotros! Aquí se queda otro muchacho”. Era José Miguel, el de Irakere y luego de Isaac Delgado... Me acogieron como una familia. Con ellos viví tres, cuatro años». Luego Julio Elizarde lo presentaría en el Conservatorio Manuel Saumell, de Cienfuegos, donde estudió el nivel elemental de guitarra.
Tuvo que abandonar Cielito lindo, «pero siempre reconozco que mi primer maestro de música, como tal, fue Enrique Pérez, a quien le agradeceré toda la vida por lo mucho que me enseñó». El período especial lo agarró mientras se preparaba en la Escuela Vocacional de Arte Olga Alonso, de Santa Clara, para entrar a la ENA.
—Pero lograste tu meta…
—Se hizo realidad mi sueño: estaba en el camino de la consagración. En la ENA, a diferencia de la mayoría de mis compañeros, yo venía atómico con la música popular, por esa mezcla perfecta que poseía de calle y escuela. Traía corazón y cabeza, como suelo decir. Así que junto a Dayron Oney, quien fue una notable influencia en mi carrera, pues compartió conmigo lo que le había enseñado su padre Nelson Oney, creé el grupo Alain y su síncopa.
«Sucedió que en segundo año Alain y su síncopa fue convocado a actuar en la inauguración de un curso internacional de música cubana, impartido por profesores como Changuito, Formell, José Luis Cortés «El Tosco», Chucho Valdés, Maraca, Averoff, todos grandes... Al final el maestro Chucho no solo me felicitó, sino que me invitó a tocar con mi piquete, junto a Irakere, en el cierre del evento. Dos meses después ya formaba parte como tecladista y cantante de esa gran escuela. Jamás pensé que daría ese salto mortal, que al mismo tiempo me salvaba. Era casi un imposible, pero Chucho depositó en mí una confianza tremenda, que me hizo fuerte y seguro. Fueron dos años de gloria».
—¿En qué momento entra Isaac Delgado en la historia?
—Antes de culminar mis estudios en la ENA. Él me llamó, y significó otro escalón importante. Nunca había tocado el bajo, al menos no en serio, solo en descargas, pero me encantaba, porque domina la base, la sesión rítmica; también por su profundidad y compromiso con la orquesta. Pero aquí se trataba del baby-bass, que no dominaba. «Eso es bobería para ti», me insistía el reconocido pianista Iván «Melón» González para que aceptara la propuesta. El empujón me lo acabó de dar el mismo Isaac, quien se me apareció en la escuela. No le costó mucho convencerme, pues en verdad admiraba su trabajo. Le pedí dos semanas para prepararme y el bajo, al cual le metí los dedos, que se me llenaron de unas ampollas terribles, pero poco a poco comenzó a sonar, hasta que le dije: «Estoy listo, podemos empezar a ensayar».
—Y se inició una relación de trabajo muy fuerte...
—Mi forma de tocar, mi carisma, mi entrega, fueron llamando la atención, y finalmente terminé escribiendo música para Isaac, produciendo sus discos, y hasta me convertí en su familia, porque le quité a su hermana (suelta una carcajada). Ahora tiene dos sobrinas lindísimas, mis hijas. Ciertamente existe una obra hermosa en común, le produje varios discos: La primera noche, que recoge un éxito indiscutible como La sandunguita; Prohibido, En primera plana, Supercubano. Soy parte del sonido de Isaac Delgado.
—¿Qué ocurrió luego, por qué ahora aparece Alain Pérez como una explosión, como si hubiera nacido ayer...?
—Precisamente Isaac me ofreció trabajar un tiempo en España, porque había firmado con RMM, cuyo plan de mercado consistía en moverlo por Europa desde allí. De ahí surgió el disco La primera noche, de 1998. A raíz de esa producción, la compañía me ofreció un contrato independiente que acepté. Mi ópera prima se tituló El desafío, que lo era: cambio de vida, salir de mi país, dejar a mi familia con 23 años, muy joven. Querían meterme en otros estilos más comerciales, pero hice música cubana.
—Sí, porque ADN es tu primer disco en Cuba, pero en total cuentas con cinco personales...
—Después de El desafío viene En el aire, un disco instrumental de latin jazz muy perseguido por los estudiantes de música en Cuba, Latinoamérica y hasta en el Berklee College of Music, de Estados Unidos. Le siguen Apetecible, que es fusión, pero con la raíz cubana bien metida (ahí está Paco de Lucía); y luego Hablando con Juana.
—El gran Paco de Lucía y el trabajo con los flamencos...
—Hubo un stand by tras El desafío, porque quebraron los sellos discográficos pequeños, pero no dejé de tocar mi bajo, ni lo haré jamás, pues ese es mi fusil. Cantar es otra cosa muy distinta. Con el bajo puedo tocar donde sea, es un cuerpo, un medio de vida. Con el bajo no me comprometo, pero la voz está más arraigada al sentimiento, al corazón.
«Pues bien, en ese stand by entraron los flamencos a mi vida: Paco de Lucía, Enrique Morente, Niño Josele, Javier Limón..., íconos de la música española más profunda, más compleja, que forma parte de mi lenguaje, de mi sentir, y me ha llenado de alegría. Paco de Lucía, por ejemplo, me permitió actuar en el Carnegie Hall, en los mejores teatros del mundo, y también me premiaron con dos Grammys como integrante de su septeto.
«Recuerdo que Paco de Lucía, con quien estuve diez años trabajando, me predijo: “Tú terminarás cantando”. El maestro murió —que en paz descanse—, y yo que estaba grabando Hablando con Juana me dije: mis vivencias con Paco de Lucía son irrepetibles, nada encontraré a ese nivel, pero tampoco a una persona tan inteligente, tan sabia, con una palabra todos los días, un consejo, una enseñanza, por tanto regreso a mi Cuba linda y hermosa. ¡Vamos para allá con mi gente! A bailar, a hablar con Juana y a gozar. Y llegué a mi Cuba con mi corazón henchido de placer».
—¿Qué nos propones en ADN ahora?
—En ese disco está el ADN de mi música, el sentimiento y el fluido de mi sangre. Yo estoy hecho con el Benny, Arsenio, Pérez Prado, Chapotín, Piñeiro, Chucho, Formell, Adalberto, Revé, El Tosco... yo me debo a esa escuela, y miro hacia adelante, pero con concepto, con arraigo. Convoqué a instrumentistas y a invitados increíbles: Rubén Blades, con quien canto Antonio Rodríguez, un remake a lo cubano de Pedro Navaja. A la primera me dijo que sí, me contestaba los correos electrónicos más rápido que Daría, mi mujer. Espectacular, debo buscar la manera de hacerle llegar un dulce de coco, o algo (sonríe). Aparece también la fabulosa Omara Portuondo (une sus dedos para llevárselos a los labios y plantarles un beso), en el tema Lloraré, mientras que Guajiro Mirabal, Barbarito Torres y William Roblejo se suman a De flor en flor.
«En ADN me di asimismo el gusto de traer a Osaín del Monte y Adonis Panter; y a El Micha en representación de la música urbana. Con ADN estoy defendiendo una verdad: la de Cuba, la de la historia musical cubana, mirando hacia adelante a favor de la evolución».