Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El periodismo es un desentrañador de misterios

Debe develarle a la sociedad aquello que permanece oculto o lo que se quiere ocultar, incluso llevar al debate público ideas que el imaginario social sigue perpetuando como mito, sentencia Moya

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Isabel Moya, entre los ilustres reconocidos este 2017 con el premio nacional de Periodismo José Martí, siente que estará en deuda de agradecimiento eterno con el mítico protagonista de Casablanca. «Nací en el año 61, así que veía mucho Cine del ayer.

Me encantaban aquellas películas en las que Humphrey Bogart hacía de periodista y desentrañaba misterios. Por ponerte un ejemplo: no sé cuántas veces he visto El halcón maltés... Al mismo tiempo, siempre he sido una lectora furibunda; lo que se dice una ratona de biblioteca, de modo que no me costó decidirme cuando me tocó pensar en la universidad.

O sea, que entré más por una vocación por las letras, por la literatura, que porque tuviera una idea clara del compromiso ético y de la responsabilidad social tan grandes que conlleva el periodismo. De ello tomé conciencia cuando ya estudiaba la carrera, sin embargo, mi mayor motivación era descubrir misterios (sonríe)».

—¿Y finalmente lograste desentrañar alguno?

—¡Pues mira que sí! En mis primeros años, en que hice mucho reporterismo —sobre todo lo que hoy llamamos periodismo de investigación— me adentré en temas increíbles, muy asociados a la revista Mujeres, donde trabajo desde que me gradué, en 1984: desde por qué no había tallas diferentes de ajustadores o por qué estos escaseaban en las tiendas (asuntos que pueden parecer muy pragmáticos pero son de una utilidad real), hasta otros más complejos relacionados con la subjetividad de las personas, como la violencia de género o asuntos sobre la cultura desde la construcción de lo femenino y lo masculino.

«Por ejemplo, acabo de escribir un artículo titulado Vampiresas o seductoras, a partir de las fotos de los 15. Ahí no me cuestiono si se tiran las fotos o no, pues se trata de una decisión muy personal, sino cuánto queda de aquello de vender a la mujer y de tenerla como un producto en ese acto de disfrazar a la muchacha, y cómo a pesar de que queremos a esas adolescentes y las cuidamos, las presentamos de esa manera.

«Yo he sido una privilegiada porque he tenido la posibilidad tremenda de recorrer todo el país. Yo me conozco… Vaya, si te digo una cosa no me la vas a creer: pero… ¡yo subí el Pico Turquino! (suelta una carcajada contagiosa) ¡Yo subí el Pico Turquino con los Pioneros Exploradores! Y en ese recorrido por Cuba fui descubriendo a mujeres que cazan ranatoros, entrevisté a una camionera en Las Tunas a quien le negaron la licencia de conducción ¡17 veces!, porque era la primera que lo intentaba y ¡para tirar cañas!, pero lo logró...

«Sí, todavía sigo pensando que el periodismo es un desentrañador de misterios y que debe develarle a la sociedad aquello que permanece oculto o lo que se quiere ocultar; incluso develar y llevar al debate público ideas que el imaginario social sigue perpetuando como mito, como estereotipo... Me gusta, me gusta eso».

—Te referías al fenómeno de los 15 y salta la pregunta: ¿cómo es posible que en más de 50 años de la Revolución no se hayan podido desterrar esas prácticas?

—Es que son más de 50 años de cambios ante 500 de una cultura judeo cristiana occidental. También porque algunos de los elementos que aún se observan en nuestra sociedad, jugaron un papel fundamental en la construcción de la nación, como la discriminación racial, o por ser mujer o tener otra orientación sexual. A la prensa le corresponde explicar que esto no es natural. Estos fenómenos, a diferencia de otros, no cambian porque la ley lo diga. La ley ayuda y constituye un marco regulador, pero ellos están en la subjetividad, en las prácticas culturales, en los refranes, en las películas que vemos, en lo que leemos...

«Mira, te voy a contar una anécdota muy interesante: hace como tres años decidimos presentar cuquitas y cuquitos, blancos y negros, en la Feria del Libro. Sin embargo,  al principio solo se vendían los blancos, porque todavía tenemos incorporado que lo bello está en las mejillas rosadas y en los ojos azules. ¿Crees que 50 años pueden contra 500 de eso? ¡No! Sin embargo, lo que no podemos es quedarnos callados.

«Tú sabes que fundamentalmente las religiones judeo cristianas hacen como una dicotomía entre cuerpo, lo sucio; y el alma, lo elevado, el espíritu. Esa dicotomía ha provocado que sin darnos cuenta pongamos este tipo de temas como algo secundario, sin embargo, dondequiera que haya una persona que se sienta postergada habrá vulnerabilidad y, por tanto, una posible víctima de violencia, alguien que no encuentre fuerzas para enfrentar el día a día, que es lo que para mí significa la felicidad, no una sonrisa eterna.

«Estamos hablando de temas que son más que importantes y por los cuales he luchado desde el periodismo. A veces la gente me pregunta: ¿usted es abogada? (echa otra cubanísima carcajada). No, yo soy perita, porque estudié periodismo. Esa observación me satisface en el sentido de que la gente ve que existe un espacio para enfrentar lo malo que aún nos queda dentro de todo lo bueno que hemos logrado. Yo no comparto esa visión a veces reduccionista de que en Cuba no ha pasado nada. No, no, no, las transformaciones han sido tremendas, pero, precisamente, en la medida en que hemos ido avanzando, los elementos que van quedando rezagados resultan más complejos.

«Está muy bien que le digamos a la gente: arriba, vamos a trabajar, a estudiar, que tengamos las mismas posibilidades. Eso es genial, pero a veces te das cuenta de que cuando pasa ese carro todo el mundo no está en condiciones de dar el salto y subirse, o al menos al mismo tiempo».

—Desde tu experiencia como pedagoga, ¿cómo ves la formación actual de periodistas?

—La información por la información está en cualquier lugar, pero debes tener una brújula, que la academia te permite construir en tres vertientes fundamentales: una humanística, es decir, desde los valores y toda la gran trayectoria de la cultura cubana. Uno tiene que querer a su país. Y lo quiere comiendo frijoles negros y amando el Malecón, pero sobre todo sintiéndose orgulloso de esa tradición cultural que nos ha traído hasta aquí. Otro elemento vital es el dominio de la lengua, y el tercero tiene que ver con el oficio del periodista. Asimismo considero esencial que haya más tiempo de práctica en los medios, lo cual equivale a un compromiso mayor de los tutores.

—¿Cómo curar el desencanto que a veces invade a algunos jóvenes cuando están en los medios?

—Dice Exupery que cuando se construye un barco lo primero que se necesita no es la madera ni la soga, sino imaginarse el viento, imaginarse el mar. Cuando uno llega a un lugar lo hace lleno de ilusiones, con deseos de cambiar lo que está ahí, aunque tal vez todavía funcione. Pero lo más fácil es rendirse.

«Mira, yo era el primer expediente de mi facultad y primero me ubicaron de divulgadora de un organismo muy importante. Como no estaba de acuerdo porque quería ser periodista, me situaron en Mujeres que, como sabes, se ve como de segunda categoría. Y yo me sentí castigada, qué te voy a decir. Yo soñaba con el Noticiero Icaic Latinoamericano, de Santiago Álvarez. Así que me dije: estaré aquí, cumpliré con mi servicio social y partiré, es decir, que estuve tan desencantada como algunos de esos muchachos, pero cuando empecé a conocer a mi país, a las mujeres de mi país, a entrevistar a esas heroínas cotidianas que la gente ni sabía que existían, me cambió el mundo.

«Lo que le digo a las muchachas y muchachos es que no hay que cansarse, que ellos tienen la edad para luchar contra los molinos de viento, y que se puede ganar. En sus manos está ese cambio que se viene pidiendo; cambio que se viene generando ya, porque considero que la edad no es patente de corso, ni para los jóvenes ni para los viejos; la única patente de corso que reconozco es el talento y el compromiso, tenga la edad que tenga. Entonces debemos darle oportunidad a los jóvenes, reconocer a quienes han venido trabajando durante tanto tiempo, y crear puentes. Este es un momento de cambiar, pero cambiar cambiando, porque muchas veces queremos el cambio, pero que cambien los otros, no nosotros; es un cambio que nos implica a todos».

—Mujeres te conquistó, ¿cómo te convertiste en la directora? ¿Fue difícil para la periodista?

—Sí, fue difícil. En Mujeres tuve muchas oportunidades. Las directoras que me precedieron me facilitaron que matriculara en muchos cursos de género, de feministas..., en especial Carolina Aguilar. Así pude llevar paralelamente dos facetas que me encantan: el periodismo y la investigación, no a lo Bogart, sino la teórica. Me percaté de que esa era una herramienta muy buena para empezar a incidir en algo que me preocupaba: la imagen que se daba de las mujeres en los medios de comunicación en general. Sin embargo, por el período especial se cerró Mujeres y nos reubicaron en diferentes lugares. A mí me mandaron para la Federación de Mujeres Cubanas.

«Debo decir que esa resultó otra experiencia muy importante en mi vida: la posibilidad de darle cobertura a los recorridos de la compañera Vilma por el país. José, yo llegué allí con veintipico de años, y ella era una persona tan cercana, que no me daba cuenta de que tenía delante a una Heroína de la Sierra Maestra, sino a aquella mujer dulce que te enseñaba, te decía, te trataba con familiaridad. Estuve con Vilma en momentos cruciales y pude descubrir no solo a la heroína sino además a esa mujer imprescindible para entender la sociedad cubana de hoy. Porque a veces se habla de la combatiente del 30 de noviembre, la del II Frente, pero como escribió Fidel en sus Reflexiones cuando ella murió: fueron muchas las luchas (así en plural) de Vilma. ¿Te imaginas lo que significó enfrentarse a una industria alimenticia que no producía compotas con frutas cubanas, crear los círculos infantiles o luchar contra la discriminación en todas sus expresiones?

«Luego de la Federación me fui como diez meses para Revolución y cultura, como subdirectora, hasta que Carolina me fue a buscar porque Mujeres regresaba como tabloide. En ese mismo proceso salí embarazada. Pero padezco una enfermedad degenerativa en los huesos, de modo que tener a mi niña me llevó a empezar a caminar con dos muletas.

«Recuerdo que Vilma vino a la casa a ver a la niña, y entonces le dije: “Yo creo que no podré seguir de directora de Mujeres —en ese tránsito se había hecho mi nombramiento primero del tabloide y luego de la revista—, porque mire cómo estoy”. Y ella me preguntó: “Chica, ¿tú no has visto que en las oficinas casi todas las sillas tienen rueditas? Entonces, ¿por qué no puedes ir si estás en silla de ruedas?”. Y me envió sola a México a un Congreso de Comunicación con aquellas dos muletas, como para que saliera del ambiente de sobreprotección que me rodeaba.

«Por tanto, el tránsito no fue traumático, y aunque ahora soy la directora de la editorial, nunca he dejado a un lado mi responsabilidad en Mujeres. ¿Que si difícil? Sí, por supuesto, pero no quiero quedarme en lo administrativo y andar pendiente únicamente de si no hay gasolina o si el carro está roto, porque lo que me apasiona es la adrenalina de la redacción».

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