Una se siente feliz cuando sabe que su arte ha podido serle útil a los demás, dice Lina. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 06:26 pm
La gran Lina de Feria está signada por el destino de Santiago, que no la abandona jamás. «En estos días recientes, dice, no he podido evitar sentir los temblores que han llegado hasta mí y me han removido hasta el alma, incluso en la distancia. Santiago, donde nací, es una ciudad muy amada para mí por muchas razones. Allá fui y he sido feliz, allá viví un inolvidable amor, allá comencé a hallarme en la escritura.
«Fue muy lindo ese período que permanecí en Santiago, sobre todo desde 1959 hasta 1964, en que vine a La Habana con el propósito de abrirme paso (a los cinco años me trajeron para la capital). Ya para entonces escribía y me había ganado, con apenas 16 años, la mención del premio de teatro La Edad de Oro. Y hasta la prensa de la ciudad me reconocía, pues un periódico como Cultura’64, por ejemplo, que dirigía Rebeca Chávez, me publicaba. De modo que comencé a tener rango de profesional siendo una adolescente prácticamente.
«Para mí fue esencial, por mencionarte otras “suertes” que me marcaron, recibir el taller que José Antonio Portuondo organizó en la Universidad de Oriente. De allí salí para La Habana, recomendada por el maestro a Roberto Fernández Retamar, a quien le decía: “Esta muchacha es singular y hay que protegerla”. Cuando conocí a Fernández Retamar en Casa de las Américas venía recomendada por Portuondo, y me abrieron las puertas... Bueno, todos me abrieron las puertas».
—Llama la atención que usted fuera reconocida en el teatro antes que en la poesía...
—Sin embargo, la poesía llegó primero. La empecé a escribir desde los 12 años, influenciada por mi asesora de aquel tiempo, una amiga mayor que yo, alumna de otra escuela. Ella me recomendó leer a Gustavo Adolfo Bécquer. De hecho, me puse a escribir al estilo del ilustre español, pero lo más significativo fue que nunca más la poesía me ha abandonado. Sin embargo, no niego que me acerqué al teatro porque quería ser una escritora múltiple, de varios registros, aunque lo fundamental siempre fue la poesía.
—Quiere decir que desde muy temprano tenía claridad absoluta de que sería escritora...
—Sí, ¡cómo no! Desde muy temprano.
—¿Cómo lo descubrió?
—Yo era una niña artista. Mi madre se percató cuando cumplí tres años y aprendí a leer con mi hermana mayor. De inmediato supo que más que genio era «problemática». «Problemática» porque era artista. Entonces me encaminaron y me enseñaron a tocar piano, violín, y estudié también ballet. Pero a los 13, 14 años ya estaba convencida de que lo que más me interesaba era la literatura, y seguí ese camino. Las otras artes me gustaban, pero esta me dominaba.
—Regresando al teatro, usted escribió dos obras infantiles...
—Así fue. Fueron distinguidas en el concurso La Edad de Oro: Los dos vecinos y la clavelera y La gran fiesta. Para mí fue un orgullo enorme que los hermanos Camejo, nada más y nada menos, las montaran. Aquella puesta fue preciosa, en el teatro más importante de guiñol que hemos tenido nunca. Después escribí dos obras más para adultos, mas permanecen inéditas. Algún día saldrán.
—Luego vino el Premio David de la Uneac, que usted inauguró junto a Luis Rogelio Nogueras...
—El Premio David significó mi entrada definitiva al mundo de la literatura cubana. Ya venía con una serie de peripecias: poemas publicados, libros publicados, pero Casa que no existía me definió, porque, según afirma la crítica, giró el curso de la literatura en la Isla, pues a partir de él la poesía dejó de ser apologética, para convertirse en una poesía de la interioridad, en una poesía lírica. Para no pocos Casa... —una reedición se presentará este domingo dentro del Coloquio que me dedicarán en La Cabaña— es mi mejor obra, en lo que no concuerdo.
—¿Cuál entonces supera, en su opinión, a Casa que no existía?
—Bueno, hablamos de un conjunto muy diverso. Son 29 títulos ya, pero a mí el que más me atrae es A mansalva de los años, un libro que salió a la luz después de dos décadas sin publicar, pero que de inmediato conquistó el Premio Nacional de la Crítica.
—¿Por qué tan largo silencio?
—No me quedó otra alternativa. En 1970, cuando el Congreso de Educación y Cultura, era jefa de redacción de El Caimán Barbudo, sin embargo, fui parametrada por no aceptar la política cultural de ese momento. Eso me mantuvo tres años sin trabajar. Después solo me pude acercar a la radio, hasta que vino el llamado «deshielo» en el año 1991, en que di a conocer A mansalva de los años.
—Acaba de mencionar El Caimán Barbudo, otro ejemplo de su experiencia dentro del mundo del periodismo...
—Mira, yo estudiaba Filología en la Universidad de La Habana y por medio de Eduardo López llegué a Juventud Rebelde. Él me propuso que comenzara a trabajar como periodista, fundamentalmente en la Redacción Cultural, en ese diario que siempre he querido mucho. Y era tal mi velocidad que acordé con Casa de las Américas sacar una reseña diariamente, lo cual resultó muy favorable porque redondeó mi profesionalismo. Gracias a esa experiencia me designaron jefa de redacción de El Caimán, en el que pude llevar adelante una labor verdaderamente creativa.
—Siendo una escritora de mucha altura, no ha dejado, sin embargo, de escribir reseñas...
—Por una parte es muy saludable desde el punto de vista intelectual, y por la otra me ayuda a vivir en lo económico. Por suerte, tengo cierta facilidad para la escritura y los acercamientos gustan porque, por lo general, son impresionistas, a la manera de nuestro Martí, respetando las distancias.
—Siempre ha estado muy cerca de los jóvenes. De hecho, la Asociación Hermanos Saíz (AHS) le otorgó su máxima distinción, Maestro de Juventudes.
—No se trata de un problema de generación. Ocurre que no puedo evitar interesarme por un talento que aparezca. Uno tiene que encontrar esas personas especiales, independientemente de la edad. Solo que los primeros poseen una levadura viva que resulta provechosa para asesorarlos.
«En cuanto a la distinción, me ha dado muchas satisfacciones, empezando porque provengo de una familia de maestros: mi madre, mi padre, mi hermana, mi tía... Y luego, una se siente feliz cuando sabe que su arte ha podido serle útil a los demás».
—Otra vertiente menos conocida de su incesante quehacer ha sido la investigación, el ensayo...
—Esta faceta me ha aportado de un modo notable. Cuento con tres títulos de este corte. Precisamente en esta edición de la Feria sale el más reciente, que recoge críticas y ensayos. Se nombra La conjetura crítica y también se presentará el domingo. Ha quedado precioso, lo cual le agradezco a la editora Lourdes Cairo, de Extramuros, quien consiguió hacerlo lindo por dentro y por fuera.
«Sí, investigar me atrapa. Sobre todo cuando se trata de temas que ayudan a arrojar más luz sobre cuestiones esenciales de la cultura cubana. Por eso me introduje en el universo de Narciso, de Lezama Lima, en el de Dulce María Loynaz o en el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien reivindico en un ensayo integrado en La conjetura crítica. Es mi interés hallar mis propias ideas y, al mismo tiempo, me motiva darles argumentos a los demás».
—¿Dónde quedó la narrativa?
—He escrito cuentos... Ahora me encuentro incentivada porque quiero regresar al teatro, cuyos secretos estudié con apenas 15 años, al lado de maestros como Eugenio Hernández, Gerardo Fulleda...
—¿Algún sueño que todavía ande rondando su cabeza?
—Casi es una utopía, porque no es fácil poder armar una fundación. Sin embargo, me encantaría crear una institución que llevara el nombre de mi madre y que fuera benéfica para la humanidad en cualquier sentido. Debe ser por ese afán mío de querer ayudar, ayudar y ayudar. Siempre me ha salido bien dar antes que recibir.
—Los lectores se darán gusto con el hallazgo de no pocos libros firmados por usted...
—Espero que no se me quejen mis seguidores (sonríe). Todos tendrán a su alcance títulos como Las nuevas soledades, que propone la Editorial El Mar y la Montaña, de Guantánamo. También están Musiquito, un libro infantil con ilustraciones preciosas para colorear, de Gente Nueva; y Ante la pérdida del safari a la jungla, que Unión reedita, al igual que Casa que no existía, que presenta Ediciones Holguín. Sin embargo, creo que el que ocasionará más revuelo es La belleza de lo entendible, el cual espero esté listo para la Feria en el resto de las provincias del país. Te hablo de una antología de más de 200 páginas, que recorre mi obra desde Casa que no existía hasta la actualidad, y que incluye textos inéditos. La belleza de lo entendible ofrecerá un criterio bastante claro de quién es Lina de Feria.
—Que el Comité Organizador de este evento le dedique la edición 25 junto a Rogelio Martínez Furé, indica el alto reconocimiento que existe de su obra...
—Ese ha sido otro motivo de felicidad, a pesar de la sorpresa. Me sorprende porque yo no hago más, no me queda más remedio que sacar mis libros. No puedo evitar escribir incesantemente, de lo contrario me asfixiaría. O escribo o muero. No hay de otra.
—¿Tanto tiene qué decir Lina de Feria?
—Por supuesto. Es lo que me mantiene, es mi fe de vida, mi sentido de vida. No quiero ser como Dulce María Loynaz. Esta poeta sin dudas extraordinaria, llegó a vieja con su mirada irónica pero ya no escribía. Si eso me ocurriera sería la persona más infeliz sobre la faz de la tierra.
—Teatro, ensayo, periodismo..., pero es la poesía el arte con que hace suya a la gente...
—La poesía es la más difícil de las artes, aunque muchos crean que se puede escribir con facilidad. No obstante, la historia de la literatura ha demostrado que nace de un don, que solo se les da a unos pocos elegidos. Se podrá escribir de oficio un poema, pero seguramente no se llegará a ningún lugar. Muchos lo intentarán, pero también muchos se perderán en el camino. Solo quedarán los buenos. En mi caso, el tiempo lo dirá».