Acciones de rescate en santiago de Cuba tras el paso de huracá Melissa. Foto tomada del Facebook de Cuscó Tarradell Autor: Internet Publicado: 30/10/2025 | 09:40 pm
Todavía tengo un sobresalto que no se va. Vivirlo y narrarlo es difícil. No sabes si concentrarte en el temor o lo que tienes que hacer.
Santiago amaneció el 29 de octubre sin sol. Para algunas generaciones, estas noches largas no son extrañas. Pero esta vez, el viento y el agua nos trajeron algo más: un sonido que estremece y no se olvida. Empujó ventanas, sacudió puertas, torció antenas, partió vitrales, arranco árboles. En medio de esa intensidad, los vecinos se gritan unos a otros, buscando una señal. No solo de conexión. De esperanza. De vida.
Melissa, el huracán, ha dejado su huella en las calles, en los rostros, en esta ciudad que no sabe vivir sin ritmo. Por eso, antes de que tocara tierra, una conga se atrevía a sonar en medio de la ansiedad allá por algún barrio. Porque cada santiaguero lidia con el miedo a su manera: unos bailan, otros comparten imágenes de la patrona de Cuba desde el Santuario del Cerro del Cardenillo, algunos enuncian plegarias, otros simplemente esperan.
Santiago vibra con esa música. Que es única, que hace que la resiliencia tenga una filosofía diferente.
Sé que, en algunos rincones, se intentó desafiar al viento con melodías para relajar una tensión que llevaba días avanzando a un paso lento en kilómetros por hora. Pero Melissa tiene pasos propios. Y no bailó. Arrasó.



Fotos: Tomadas del perfil en Facebook de Cuscó Tarradell
Muchos aún tienen a Flora y a Sandy en los huesos. Melissa se suma a esa geografía emocional. Sus vientos fueron implacables. Objetos volaban como hojas. Las ráfagas emitían un sonido ensordecedor, como si el cielo gritara. En El Caney, el agua penetró viviendas. En El Cristo, las cubiertas se desprendieron. En Palma Soriano, la antena del telecentro se partió en dos. En Siboney, las olas cubrieron casas. En Contramaestre, todo lo que tenía techo ligero fue devastado. El agua subió a niveles sin precedentes. Los ríos crecieron. La vegetación fue chapeada. Las calles, algunas son intransitables.


Fotos: Naturaleza Secreta
En la madrugada, un médico en el poblado de El Cobre relata cómo se resguardaron 17 vidas. Hasta el último minuto, la gente intentó comunicarse con sus seres queridos. La conectividad era frágil, pero el deseo de saber que el otro estaba bien era más fuerte. Se activaron grupos, redes, cadenas humanas, digitales y espirituales.
Melissa no solo trajo agua y viento. Trajo incertidumbre. Trajo debate. Trajo una oleada de meteorólogos espontáneos, expertos en presión, velocidad y radio de acción. Trajo otra noche larga. Extremadamente larga.
Perder algo no es solo perder un objeto. Es perder una rutina, un refugio, un símbolo. Es ver cómo se reconfigura la geografía espiritual de una comunidad. Una basílica arrasada. Santos fuera de su altar. Una universidad sin ventanas. Edificios que vibran sin temblores. «¿Misericordia?», dijo alguien. Una palabra que parecía reservada para los sismos, pero que ahora se pronuncia con el mismo temblor en la voz.



Postes eléctricos vencidos. Techos arrancados. Casas inundadas. Y en medio de un terrible panorama voces, en los balcones, los más atrevidos se gritan: «¡Estamos vivos!». Como un mantra. Como una afirmación. Como una promesa.
Cuando lo vives, y escuchas a la gente te das cuenta que esta no es solo la historia de un huracán. Es una historia colectiva. Son muchos mensajes, muchas vivencias, muchas pérdidas. Dolores y esperanzas. Es la historia de una ciudad que se sacude, que llora para canalizar y canta. Que se abraza.


Fotos: Naturaleza Secreta
Cuando el santiaguero se levante, se conecte, dialogue, regrese a sus burbujas digitales, abrace a quien pensó mientras se sacudía, verá que no estuvo en vigilia solo. Verá que casi todos los cubanos trasnocharon con ellos. Que la isla entera sintió ese temblor.
Gracias hermanos. Después de todo, hay vida. Como dice mi abuela: «mientras hay vida, hay esperanza».
Melissa fue miedo, fue resiliencia, fue comunidad. Y aunque el viento se haya ido, su sonido aún retumba en la memoria de Santiago.
Gritémoslo para aliviarnos si hace falta: Estamos vivos. Y aunque quede mucho por hacer, eso ya es un regalo.
(Tomado de su perfil en la red social Facebook)
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