Dos décadas cumple la compañía Teatro Cimarrón, fundada el 3 de agosto. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 06:15 pm
«El espectador no se enfrentará a un acto histórico. No verá estatuas de bronce. Es una obra teatral en la cual estaremos frente a una Mariana que ama intensamente a Marcos y se debate entre los avatares de una madre por encauzar a su familia y los amores que gestan una nación».
Con esa precisión el escritor y dramaturgo Alberto Curbelo, director de Teatro Cimarrón, nos ofrece algunas claves fundamentales para comprender la historia de Matria, una obra que se prevé tenga su estreno en la primera quincena de octubre, en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht, como homenaje a Mariana Grajales en el bicentenario de su nacimiento y para celebrar el aniversario 20 de la agrupación.
Calificada por el autor de Patakín de una muñeca negra como «el estreno más complejo» al que se han enfrentado, esta parábola teatral es un proyecto que lo ha rondado desde sus comienzos como escritor. «Al coincidir el aniversario 20 de Teatro Cimarrón con el bicentenario de Mariana decidí que era el mejor momento para honrar a la Madre de todos los cubanos, porque ella es piedra primigenia de nuestra Patria. No solo resume en sí misma el temple de los cubanos, sino que la considero la más grande mujer de las Antillas. Ninguna mujer en el mundo, que conozca, le parió tantos altos oficiales a la guerra de independencia de su nación. Su esposo e hijos sumaron en total 55 grados militares, ganados en los campos de batalla. ¡Y todavía se lamentaba de no poder ofrecerle más hijos a la Patria!...
«De igual forma, es un homenaje de Teatro Cimarrón a Santiago de Cuba, en ocasión de su aniversario 500, porque es una ciudad a la que me unen muchísimos lazos afectivos y estéticos, sobre todo por su teatro de relaciones, muy influyente en mi dramaturgia».
—¿Cuáles fueron los mayores desafíos al concebir el texto?
—Una cosa es pretender escribir sobre una figura o tema, y otra, muy distinta, concebir el argumento, la construcción dramática. El texto en el teatro tiene que ser acción, acción presente. Lo que quiera decirse tiene que construirse a partir de las crisis, de colisiones de los personajes, de sucesos regidos más por acciones pasionales que por la argumentación meditabunda. La textualización del conflicto es lo más engorroso. Hay que crear la fábula. Organizar sus intrigas, conflictos y acciones es un dolor de cabeza que enfrenta el dramaturgo, razón por la que muchas ideas quedan engavetadas por años y algunas no llegan a concretarse.
«En Matria esos retos adquieren dimensiones más complejas, pues se trata de llevar a escena a personas reales, que constituyen símbolos de nuestra nación». Entre ellos está José Martí, figura que anteriormente Curbelo había abordado en el poema dramático Huracán (Premio Uneac de Teatro 2007). «Tenía que desnudarlos, escenificar lo que no es visible en una reseña biográfica», admite.
«También estaba la cuestión estética, mi mirada como escritor. Por ejemplo, con Martí me siento muy cómodo, porque escribió sobre todo lo terrenal y divino, y sé cuál sería su mirada, aún dentro de una situación ficticia. Pero ¿con Mariana…? Es insuficiente lo que se ha escrito sobre ella. Solo ahora comienzan a despejarse algunas incógnitas de su vida».
Pensar una época pasada, reconstruir una vida, conformar posturas, intuir sentimientos y bordar emociones desde la creación es una labor de orfebrería, en la cual no hay descanso ni espacio para las equivocaciones.
—Cuando se habla de personalidades de esta altura, el público tiende a elevar mucho la varilla de la expectativa y, por tanto, es más severo. ¿Teme a esa exigencia?
—Con esta obra no hay un minuto que no tenga presente a Dulce María Loynaz. La Premio Cervantes me obsequió su ejemplar de la primera edición de Jardín con la siguiente dedicatoria: «Para Alberto Curbelo, este Jardín que es el último que me queda, con el ruego de que no lo pierda ni se pierda en él». No sé si me he extraviado en esa novela que releo… Pero lo cierto es que su dedicatoria me acosa en otras lecturas y empeños literarios. ¿Y si, por incapacidad, pierdo a Mariana? ¿Si me pierdo en ella?
«En todo el proceso de escritura, y ahora del montaje, me aterra no poder superarme a mí mismo. No sé si el talento me alcance para rebasar la varilla y satisfacer las expectativas que todos se hacen».
Para el dramaturgo que se aventura en recreaciones históricas, explica Curbelo, nada es tan válido como la palabra de sus protagonistas: testimonios, diarios, epistolarios, artículos, discursos… El espectador no podrá reconocer dónde termina el diálogo que es pura ficción y dónde comienza la frase extraída del documento histórico. Tan minuciosa labor se sustenta en un arduo proceso de indagación que incluye a clásicos del siglo XIX, escritos de Martí y la papelería de Maceo y de Céspedes; testimonios como los de Enrique Loynaz; las aclaraciones de los historiadores santiagueros y camagüeyanos, capitaneados por Olga Portuondo y Elda Cento, así como las autorizadas voces de Luciano Franco, Fernando Ortiz, Le Riverend y Moreno Fraginals, entre muchos otros.
«Echaremos un vistazo a las raíces de nuestros prejuicios, a las encrucijadas de la época que, precisamente por sus dentelladas, hicieron que germinara una familia sin parangón en la historia cubana y antillana. Vamos al encuentro de una Mariana más terrenal», insiste Curbelo.
—Si bien la creación artística no debe ser concebida como un acto de conformidad con el público, llevar a las tablas una puesta como esta podría decirse que es una caminata sobre el filo de una espada…
—Como si estuviera en la cuerda floja y todo el circo aguardara para dar un grito aterrador cuando falle mi próximo paso. Durante el acto de escribir se corren todos los riesgos. La puesta en escena, en cambio, es la mediación entre el texto y el público. Concurren discursos no textuales que visualizan ideas, sentimientos, conflictos, naturalezas humanas y culturales.
Alberto Curbelo señala que la apropiación artística y la visión personal solo se admite con los «sin nombre» en el teatro, por eso se propone mostrar lo que oculta el ensayo o el artículo histórico y se pregunta: «¿Aceptarán una Mariana, un Antonio, un José, de carne y hueso? ¿Podrá el espectador deshacerse de los prejuicios cimentados en manuales que echaron nuestro pasado histórico en un talego de mármol»?
El venidero 3 de agosto Teatro Cimarrón celebrará dos décadas de existencia. Veinte años en los cuales el profundo sentimiento humanista y el rescate de las tradiciones culturales han sido los pilares fundamentales a la hora de definir el quehacer de la compañía. A la intensa trayectoria marcada por títulos como El Príncipe pescado (Premio Abril, 1995), Los caballos de la noche, Los tres pelos del diablo, Yeyé, El sombrero, y Asere, todos de la autoría de Alberto Curbelo, se une la vocación comunitaria, justo allí donde el teatro es más necesario.
«No me es ajeno el espacio natural y cultural de los protagonistas de Matria, gracias al trabajo de Teatro Cimarrón con la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, con la Guerrilla de Teatreros en la Sierra Maestra y con Teatro de los Elementos en el Escambray. Los recorridos por las serranías cubanas me permitieron pernoctar donde antes hubo palenques, en parajes donde se efectuaron importantes contiendas bélicas.
«Adentrarme en esas creencias viabilizó la teatralización del contexto cultural en que se movía esta familia que, calada en las leyendas de nuestras gestas de independencia, tanto por sus orígenes como por sus arrestos históricos, resume en sí misma la espiritualidad de los cubanos».
Las tradiciones, la herencia cultural y la búsqueda de las raíces marcan las rutas por las cuales transita Matria. A ello se suma el trabajo profundo desde la danza y la música. En ese sentido, destacan el apoyo incondicional del maestro Jorge Garciaporrúa, a quien Curbelo define como «una enciclopedia viviente de la música cubana» y la labor de la coreógrafa Siria Robles para lograr que «los actores puedan expresarse dramáticamente a través de los aportes danzarios de las diferentes etnias que concurrieron en el oriente cubano. ¡Ojalá podamos sumar alguna compañía danzaria que complemente, y hasta desborde, el ejercicio actoral en las escenas en que prima el baile y el canto»!
Un proyecto como este aparece signado por la entrega y el compromiso absolutos. Es por eso que, según comenta el también poeta y crítico teatral, resulta sumamente difícil conformar el elenco, pues el actor tiene que representar el legado cultural afrocubano.
«El personaje de Mariana Grajales estará interpretado por varias actrices, según el momento de su vida que se escenifica. A Martí lo encarnarán a la vez un blanco y un negro. A los actores de Teatro Cimarrón, como Ialanay Rivera, Mercedes Hernández, Julio Marín, Eudy Leslie, Arbey Ortega, Leo Rodríguez y Grabiel Colarte, se suman integrantes del Taller Permanente de Actuación que durante estas dos décadas he impartido con el propósito de formar actores plenos para la agrupación».
Con una obra que abarca además la poesía, la narrativa, el ensayo y el testimonio, Alberto Curbelo confiesa que si tuviera la posibilidad de modificar algo de lo vivido en estos cuatro lustros, cambiaría, sin dudas, la selección de la sede de la agrupación, el antiguo cine Edison, sito en la barriada del Cerro. «No lo digo por las pésimas condiciones en que laboramos —el Edison agoniza—, sino porque si nos hubiésemos asentado en otro lugar quizá habríamos podido materializar más acciones comunitarias que enfrentaran, desde el teatro, los desniveles sociales y carencias materiales».
El laureado creador, quien revela a Juventud Rebelde que le falta escribir una pieza sobre Casiguaya, la esposa del cacique Guamá, afirma que no están totalmente satisfechos con lo realizado en todos estos años. Sin embargo, a pesar de las no pocas dificultades, se siente complacido por la proyección social asumida, pues está seguro de haber cumplido un rol que los ha dignificado como seres humanos y como artistas.