El secreto demonio de los ángeles. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:52 pm
Un discurrir por la inesquivable terquedad del sexo, desde el muy controvertido de los ángeles hasta el de cualquier mortal desalado, nos hace guiños entre las páginas de El secreto demonio de los ángeles, libro de Frank Padrón, editado por Letras Cubanas.
En el primer cuento la liaison sexo-ángel parece abrir las alas para cobijar una serie de relatos, a partir del incidente de Sodoma, y cerrarlas al final del libro, cuando las celestiales criaturas se quitan las túnicas y, en un acertado jugueteo con la cita bíblica, develan su muy publicitado enigma medieval.
En el camino, entre este Alfa y Omega angélico, se deslizan varios relatos de signo más humano, en torno a las peripecias y desazones de quienes navegan en las procelosas aguas de la sexualidad no dogmática.
Entremezclados con esos relatos, hay algunas narraciones en forma epistolar, en el estilo del consultorio del corazón. Aquí entran en juego las inquietudes de los jóvenes y las dudas de las madres ante algo mucho más concreto que el sexo de los ángeles: el de sus hijos.
En las respuestas a estas consultas, es natural que se involucre a Freud, un campeón del tema, sin que falten referencias a otros entusiastas como el norteamericano Alfred Kinsey, cuyas investigaciones, a través de encuestas, sobre la conducta sexual en su país, rayaron bastante la pintura del puritanismo nacional, aun pregonado a mediados del siglo XX.
Es decir, que en este libro, Frank Padrón profundiza en el tema de la identidad sexual sin temor a rozar los lindes del didactismo, un roce del que sale airoso precisamente por esa proyección de trascender la mera anécdota ficcional.
Los temas «humanos» del libro son De-camarón, un acertado título que anuncia el cuento dentro del cuento ¿Cuánto me das, marinero?, otro título descriptivo para el asunto del amor tarifado, y A través de ti, en el que el travestismo se desdobla una y otra vez hasta lo impensado.
Es entonces que caemos en el cuento que consustancia fondo y forma en un todo original, sugerente, esclarecedor, conciliador: El sexo de los ángeles.
Aunque bajo el signo lúdico, la propuesta va más allá de la fábula y el autor entra en juego con el lector cuando, después de elaborar un par de ángeles muy retóricos, les señala el defecto de ser «demasiado aficionados a la mayéutica», razón por la cual Yahvé desconfió de usarlos en el «sodomazo», pero a quienes acudió porque eran los únicos que no tenían nada que hacer.
Cabe a estos ángeles mostrar el misterio de su sexo, al desvestirse ante los lujuriantes lugareños… Esta revelación, en el caso de entes que se confiesan andróginos netos, hombres-mujeres antecedentes del unitario dúo Adán-Eva, permite al autor agregar sabor y color a cualquier adusto bizantinismo.
Aquí todas las posibles disquisiciones se materializan. Las aladas criaturas encarnan, se manifiestan en seres humanos contemporáneos, actuales, que también llevan en sí la dualidad fundacional de la estirpe, en un entretejido psicológico nada mítico.
Pero en ese caso, el dúo es ampliado cuando el autor acude a la numerología cabalística —esa otra curiosidad del judaísmo—, al exaltar la fuerza realizadora del número tres: el terno, la trinidad equilátera, de la cual ya habían hablado algo los ángeles socráticos del primer cuento.
Mérito agregado de la obra es que, pese a esas peculiaridades que pudieran acercar el texto a lo fragoso, sus páginas transcurren como el mejor fluir del tiempo gratamente empleado. Descorre velos, interesa y hace sonreír, por ser variaciones sobre un viejo tema cuya campana sigue sonando aunque, a veces, no sepamos dónde.
Y no falta al libro, en su aspecto epistolar, un recuento histórico del homosexualismo —tanto de él como de ella—, en el cual Padrón, sin llover sobre mojado con griegos y romanos, le pone los puntos sobre las íes al mismísimo rey David, a la nobleza devota del Kamasutra y a los muy ilustres emperadores chinos, sin discriminar por su menor prosapia a los amerindios de las montañas Rocosas, ni a los tribeños océanicos de Nueva Guinea y Melanesia.
Una forma de decir que dondequiera se cuecen habas.
En este caso, podemos verlas como uno de los platos que alimentan el secreto demonio de los ángeles, analizado en este libro por Frank Padrón con la misma claridad conceptual que alienta su crítica cinematográfica en un medio de tanta apelación —y compromiso— como el televisivo.
Y esa misma capacidad de comunicación evidencia en este libro una fuerte voluntad esclarecedora, en amable y simpático tono coloquial.