El maquillista Mandy Arriera, del teatro García Lorca; apoya el XII Concurso Internacional para Jóvenes Estudiantes de Ballet. Autor: Julieta García Ríos Publicado: 21/09/2017 | 05:48 pm
Sala Avellaneda del teatro Nacional, La Habana. Sobre las tablas los jóvenes bailarines ultiman detalles. El espacio parece reducido porque todos quieren ensayar en el mismo sitio que luego les será inmenso.
Tres minutos es el tiempo mínimo para mostrar el control y dominio técnico de los movimientos, para «vestir» la piel del personaje al compás de la música y desplazarse con belleza por todo el escenario que ahora les pertenece en toda su magnitud.
En poco tiempo la magia del vestuario y del maquillaje devuelve transformados a los mismos adolescentes que ensayaban hace un rato. Parecen mayores, lucen más bellos y elegantes.
Son los maquillistas Armando (Mandy) Arriera y Virgen María Luis, del Teatro García Lorca, los encargados de iluminar el rostro de los adolescentes.
Una vez en el sillón se impone una pregunta: ¿Qué personaje interpretarás? Los colores a emplear alrededor de los ojos irán en dependencia de la respuesta.
«Los labios casi siempre van rojos, cuenta Mandy, a menos que el diseñador lo tenga pensado de otra manera. La sombra será carmelita si el bailarín o bailarina tiene más de un personaje».
«Si interpretan Esmeralda usamos el verde, y el azul con Cupido», precisa Virgen. «Su maquillaje será natural porque él representará un campesino», comenta ella señalando a un joven de tez pálida.
Mientras tanto, en los camerinos, Silvia González y Carlos Amador, vestuaristas de la Escuela Nacional de Ballet (ENB), dan las últimas puntadas.
«Estas son jornadas muy movidas, como ves hay mucha fluidez. Días previos a la función se prueban los trajes y se les arreglan a la medida, pero aquí siempre hay trabajo. Las muchachas son las más exigentes, algunas bajan de peso por los ensayos y el estrés y hay que volver ajustarles la ropa», dice Silvia, quien desde hace catorce años trabaja como vestuarista en la ENB, institución en la que ha echado raíces.
«Comencé como secretaria treinta años atrás, dice, luego fui administradora, y finalmente pasé al departamento de vestuario, donde me siento realizada».
Para ella y Carlos cada función es un enigma: «Hay ocasiones en que pasamos la noche cosiendo, otras son muy tranquilas y nada pasa».
Sube el telón
Es martes 22 de abril. La primera vuelta del XII Concurso Internacional para Jóvenes Estudiantes de Ballet está por empezar. Luis Arencibia Mederos, jefe de escena controla que todos estén listos: «Prevenido sonido, prevenido luces. Por favor no se quiten el inter (comunicador)».
La profesora Vivian Crespo, devenida maestra de ceremonia, anuncia cada uno de los concursantes. Sentada junto a los técnicos de sonido, ella interpreta mentalmente cada variación. Cierra el puño y atrapa el movimiento, levanta la mano en símbolo de victoria. Disfruta el instante de gloria de ese que bailó impecable, y sufre cuando algo sale mal. «¡Vamos sigue!», alienta en voz baja a la muchacha que cayó al tabloncillo. La chica se levanta y continúa como si nada hubiese sucedido, gira ahora sobre el mismo pie que hace unos segundos se torció. Termina arriba y un público benévolo le apoya. ¡Bravoooo!, saludan los espectadores.
Entre bambalinas le aguarda la maestra Elena Cangas, quien corrió a su encuentro, temiendo porque su niña saliese lastimada. Ambas se funden en un abrazo. La pedagoga quiere ser tierna pero las palabra escapan con firmeza: «¡Tranquila, que estás lista para la próxima variación!».
Los jueces
Sentados en el primer balcón, desde donde se tiene la mejor vista del escenario, el jurado observa y evalúa a los estudiantes en concurso, certamen que formó parte del XX Encuentro Internacional de Academias de Ballet que tuvo lugar en La Habana entre los días 13 y 26 de abril.
Al centro está la maestra Ramona de Saá Bello, directora de la Escuela Nacional de Ballet, acompañada de ocho prestigiosos especialistas.
Ellos son Roberto Machado y Diana Mayra Farias, en representación de México; Carlos Paolillo (Venezuela), Dirk Badenhorst (Sudáfrica), Tatiana Izquierdo (Perú) y Cheryl Tama Oblander (Estados Unidos). Además de las cubanas Hilda Martínez y la estelar Viengsay Valdés.
Concluida la primera vuelta de la categoría juvenil, converso con el maestro Roberto Machado.
Machadito, como cariñosamente le llaman, es un cubano nacido en Villa Clara y ex bailarín del Ballet de Camagüey, quien desde hace unos años presta sus servicios en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, México.
Previo al concurso, y en la primera semana del Encuentro, él impartió clases de ballet y dúo clásico. El reencuentro con su escuela le satisface. Volver a La Habana, dice, es un privilegio.
«Cada vez más en el Encuentro se aprecia un mejor nivel de los participantes extranjeros. Con este ir y venir de talleres, cursos, clases, se nota la evolución en países como México y Brasil.
«Disfruto mucho poder impartir clases a los chicos de acá. La Escuela Cubana de Ballet es una fábrica de bailarines hombres. También los maestros nos enriquecemos con estos intercambios. Da gusto ver la superación que tienen los muchachos, quienes tienen al bailar esa virilidad y fuerza que distingue a los bailarines cubanos, incluso, cuando la mayoría de quienes les imparte clases son mujeres».
Sobre el concurso, amplió: «los cubanos llevan la voz cantante».
Como coordinador de Danza Clásica en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, Machadito se ha propuesto: «Captar bailarines hombres. Creo que vamos lográndolo, acabamos de regresar de un concurso internacional (Youth American Grand Prix) con participación de 22 hombres, donde obtuvimos el segundo lugar. Todavía nos falta mucho por superar pero el resultado nos estimula y obliga a entrar con más exigencia. El frecuente intercambio con profesores y estudiantes cubanos es fuente de inspiración de mis alumnos quienes lamentablemente no siempre comienzan a bailar desde temprana edad. Algunos inician una carrera de cuatro años, con 18».
Nació para bailar
Por el escenario pasan los concursantes juveniles: Paquita, Don Quijote, Esmeralda, Carnaval de Venecia son algunas de las variaciones que interpretan en su segunda presentación los estudiantes de 13 y 14 años.
Muy cerca de mí los adolescentes Roy Carreño y Ana Flavia danzan sentados en sus butacas; son ellos estudiantes de cuarto año de nivel elemental de ballet. Ana Flavia se siente Esmeralda y sigue los pasos, mientras que sus manos adoptan con elegancia diferentes posturas.
Una mujer bella y madura acompaña a los adolescentes, tengo la impresión que es maestra de ballet, conoce a los chicos que salen a escena, los pasos, la música…
Es el turno del concursante Alexis Francisco Valdés Fernández, la señora cruza los dedos mientras el muchacho baila. El público regala largos aplausos y como en un suspiro le oigo decir: ¡«Qué príncipe! Este niño nació para bailar».
Momentos como estos le traen de vuelta la felicidad. Ella piensa en su compañero, el maestro Fernando Alonso, fundador de la Escuela Cubana de Ballet, quien tanto disfrutaba de estos encuentros.
Con la invitación a que regrese a la sala (Avellaneda) se despide tiernamente de mí.
Posdata: Volví al teatro mientras sesionó el concurso, no siempre alcancé a saludarle, pero en silencio agradecí su bondad. Alexis llegó hasta la tercera vuelta y final, pero fue una reñida competencia donde los trillizos dominaron la escena: César Josué Ramírez Castellanos fue la revelación juvenil y el medallista de oro en esa categoría. Sus hermanos Marcos Abraham y Ángel Jesús obtuvieron la medalla de plata y bronce, respectivamente. Y Diego Donald Tápanes, también fue reconocido con bronce.