Feijóo dedicó su pintura a descubrir su propio mundo y lo abordó desde diferentes perspectivas. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:47 pm
Samuel Feijóo, el conocido escritor, pintor, ilustrador, poeta, dibujante, grabador, promotor incansable, fundador de revistas que hicieron historia (Islas —1958-1968— luego prolongada en Signos, desde 1969), descubridor de talentos artísticos, profesor de generaciones… hubiera cumplido este 31 de marzo el centenario de su nacimiento, que tuvo lugar allá en San Juan de las Yeras, por la región central de la Isla.
No hay dudas: Samuel Feijóo es un símbolo de la cultura cubana y en particular de Santa Clara, donde dejó muchos matices fragmentados de su personalidad, improntas profundas en el pasado siglo, no solo en su inmensa labor editorial que cubriría muchos capítulos de las letras nuestras, en publicaciones insólitas/originales tomando como fuente la cultura popular que como sólidas raíces sostienen la cubanía que brotaba de sus páginas; sino también desde otros espacios que dirigió sabiamente, o dando a conocer textos literarios de gran alcance como Lo cubano en la poesía, de Cintio Vitier; o Idea de la estilística, de Fernández Retamar, por solo mencionar estos. No por azar alcanzó hacia 1989 el Premio Nacional de Literatura.
En medio de esas correrías literarias, tuvo tiempo para animar grupos de pintores populares en esa región, contar historias en cualquier rincón: parques, tertulias… entre notas musicales. Como abrir las aristas de su múltiple creatividad llenaría páginas y páginas de un vasto libro, seleccionamos una de sus vertientes: la pintura y el dibujo, para que regrese entre las palabras, con nosotros, el eterno Feijóo.
El Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) tuvo la feliz idea de convocar una singular muestra del artista: Samuel Feijóo, un sol desconocido, en el año 2006, donde se puso a consideración del público cuatro décadas de marcado e intenso trabajo artístico (1937-1977). Allí, por vez primera se pudo ver, en conjunto, el inagotable talento, la inspiración/imaginación de un inmenso artista, de un creador «silvestre» como la tierra, y cubano-criollo-misterioso, como el mundo sutil reinante en esas piezas que ante nuestras retinas descubrían, otra vez, «a uno de los hombres más originales e inquietos del panorama plástico insular del siglo XX», al decir del especialista del MNBA, y curador de la excelente muestra, Roberto Cobas, en las palabras de aquel catálogo que nos silueteó, como nunca antes, la figura inmensa de este creador.
Más de 50 trabajos, pertenecientes a la colección del Museo, de su hija Adamelia y otros, transparentaban el alma de Feijóo, suficientes para subrayar la personalidad del artista, autodidacta (Las Villas, 1914-La Habana, 1992) para quien pintar y escribir fue la manera de diseñar el universo circundante de una Isla adornada de un paisaje singular y escoltada de unos seres humanos alegres, pero fuertes y seguros en sus convicciones, tal y como lo marcó en su fértil obra.
El recorrido por aquella muestra, iluminado por ese sol desconocido —que pudo resultar para muchos el propio artista, sobre todo para las más jóvenes generaciones— dejaba entrever una labor notable e inteligente, que rima con la poesía y el lirismo intrínsecos en él, con su mundo interno, rústico y elegante al mismo tiempo, pero permeado con esa savia popular que empapó todo su quehacer artístico dondequiera que lo tocó.
Desde los primeros trabajos, se perfilaba una personalidad, aún no descubierta por él en su integridad. Porque el arte, el genuino y visceral, no es consecuencia de lo que el creador sabe de sí mismo, sino la herramienta que le permite revelar lo que hondamente es, sin que lo sepa. Él dedicó su pintura a descubrir su propio mundo y lo abordó desde diferentes perspectivas. Así podemos observar que desde aquellos lejanos personajes, naturalezas muertas y paisajes de refinados colores —grises cálidos, ocres verdosos, pardos de siena, rosas y sombra…—, fue avanzando, atrevidamente hacia otras imágenes, rompiendo, podríamos decir, el equilibrio y sus límites. La pincelada y el trazo fueron más libres, espontáneos. Un universo que iba desde el orden al caos, del reposo al movimiento… En las imágenes que coleccionaba en el recuerdo del artista, y que se pudieron confirmar en esa muestra, estaba viva la biografía de su arte. Algo como lo que es una colección de fotografías de una persona captada en tomas diversas, desde su juventud hasta la madurez.
Por ello, al ver su obra desbordada en las paredes uno se regocijaba por la seriedad en unas, el humor en otras, y en conjunto se reconocía la valía multiplicada de su inspiración, en primer lugar de la naturaleza de esta Isla caribeña y sus gentes que fueron «retratadas» en toda su dimensión por este hombre visionario.
Este lunes, en ocasión de esa importante efeméride, la Uneac, en la sala Villena abrió sus puertas al insigne creador en una amplia jornada donde disímiles intelectuales hablaron de su obra y su vida, en paneles, se presentaron publicaciones y tuvo lugar la premier del documental Feijóo, locura de creación, del realizador Miguel Torres, para de esta forma recordar «al hombre que llevaba el arte en la piel», como lo denominara su íntima amiga desde los tiempos en el grupo Orígenes: la poetisa Fina García Marruz. Todo y todos evocándolo para «reconstruir» desde las palabras a Feijóo en toda su magnitud y grandeza.