Maylén sabe que la luz queda después que la simple llama se apaga. Autor: José Aurelio Paz Publicado: 21/09/2017 | 05:43 pm
Si como alguien dijera no estamos hechos de tiempo, sino de sueños que en el tiempo duermen, y somos madera que sueña a través de cada hendija, y las manos del carpintero se afanan no solo por la necesidad sino también por el amor al oficio, entonces nos damos cuenta de que no es la abundancia insana la que inflama la vida, sino la carencia llevada con virtud que le roba a la oscuridad su vacío para iluminar las cosas más simples, a punto de quemar el espíritu humano para que la luz suba como un beso.
Un beso hirviente en que la cera siente el gusto de ser domeñada por sus manos. Por eso, por dulce venganza, quema sus manos a la muchacha, cuando le atraviesa el alma con un pabilo para darle vida. Así, Maylén Candelario Díaz dio «a luz», en un parto múltiple, ese caudal de velas de colores y olores que, en profusión casi rayana en las 500, la llevaron, por primera vez, a la feria de artesanía más importante de nuestro país.
«De niña jugaba a mezclar mochos de vela que echaba en las tacitas de mis muñecas. Luego esta maña regresó, ya de joven, para resolver un conflicto afectivo. Mi madre cumplía años y no tenía qué regalarle, de manera que hice la primera», cuenta como quien, todavía, vive atrapada en uno de sus juegos infantiles.
Para mí participar en Fiart fue un sueño no imaginado —me comenta mientras el resplandor de la esperma caliente trata de ocultar las ojeras cual huellas de muchas noches despierta, a fin de garantizar una producción respetable en ese certamen.
La casa de «los Candelario» en Ciego de Ávila, escenario fabril a los afanes de «la niña», fue realmente un hervidero en vísperas de Fiart, una fragua donde estuvo involucrada hasta la abuela Zenaida, quien dice que tampoco pudo dormir mientras hacían los preparativos de esta aventura creativa, preocupada porque a su nieta del alma le salieran bien las cosas. Mientras, su mamá Marielena se encargaba de armar las cajas y las jabitas, de cartulina tan blanca como la cera, en que se ofreció el producto.
En la casa han pensado hasta en cambiarse el apellido por el de «Candelabro», aunque el sello de marketing que lleva colocado cada vela, Candere, pudiera ser también el nuevo escudo para una familia que, hasta ahora, solo se conocía por la fama de un ortopédico al que, siguiendo la rima del asunto, los más allegados le llaman, de cariño y admiración, Candela.
No hubo espacio de la casa ni rincón vacío: mesas y estantes estuvieron poblados de un regimiento uniformado de talla y color distinto, al que lo unía, como ejército de la luz que fue, ganar la única batalla posible de vencer a la insensata vocación de la penumbra. Velas redondas y cuadradas, marcadas por caracoles u hojas secas, que olían a canela o anís, dejaron en Ciego de Ávila una nostalgia enorme el día en que partieron hacia el stand capitalino, diseñado por la propia artista —que suma también la profesión de arquitecta— para la expoventa de sus obras de arte. Y las llamo así porque, realmente, cada una de las piezas tiene su propia impronta, resultan únicas, salidas de sus manos y de sus ojos, pero sobre todo —como afirma Maylén— «de mi corazón, como hijas de las cuales me tengo, dolorosamente, que desprender, para que, muriendo, pongan luz en otras vidas».
Maylén «Candere» sabe que la luz queda después que la simple llama se apaga; ese calorcito interior que permanece, cuando ya nadie ve resplandor alguno, abrazándonos por dentro. Quizá porque comulgue con aquellas palabras de Buda, de que «miles de velas pueden ser encendidas con una sola vela y la vida de la vela no se acortará; la felicidad nunca disminuye cuando la compartimos».
Guerrera de la luz que es, de la cual escribiría seguramente Paulo Coehlo de conocerla, sabe que para ganar la guerra del amor, desde esta vocación que la acuna ahora, tiene que tener por armadura la paciencia, por lanza la constancia y por sandalias estrategias que la lleven a convertir la experiencia de Fiart en una rotunda victoria, inolvidable por auténtica, imperecedera por sencilla.