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Vivir en la eternidad

Acaba de morir el gran escritor, dramaturgo y director teatral Abelardo Estorino, pero su obra, contundente, cubanísima, seguirá iluminando por los tiempos de los tiempos la cultura nacional y a este pueblo

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El telón de su extraordinaria vida acaba de cerrar. Acaba de morir el gran escritor, dramaturgo y director teatral Abelardo Estorino, pero su creación contundente, cubanísima, se queda entre nosotros. Habrá que volver una y otra vez a sus piezas teatrales, devenidas clásicos, porque pocos como él han conseguido retratar con un arte en mayúsculas nuestra cotidianidad, nuestro devenir como nación.

Al menos, a mí no me queda ninguna duda de que La casa vieja retornará empecinadamente en el futuro próximo a los escenarios del patio. Y es que como Estorino explicara en una de sus entrevistas, esta pieza medular de nuestras tablas refleja la contradicción entre dos hermanos, «uno de ellos es revolucionario entre comillas: piensa que ser revolucionario es hacer una cosa y que, en lo adelante, todo siga igual, mientras que el otro piensa que la vida tiene que cambiar, pues hay que seguir buscando el bienestar del ser humano como un proceso para alcanzar la felicidad».

Es evidente que permanece con certera vigencia La casa vieja (este fin de semana, por ejemplo, Teatro D’Dos la repone bajo el nombre de Casa vieja, en el Complejo Cultural Raquel Revuelta), como mismo sucede con Morir del cuento (Novela para representar), Parece blanca, El baile... Porque este notable creador iba al pasado buscando algo que lo relacionara con el presente. «Si no hay alguna relación con los problemas de la actualidad o sus contradicciones, a mí —por lo menos— no me interesa. No me interesa la historia por la historia, sino la historia como fuente de motivaciones, de conflictos...

«Basta reflexionar sobre el mundo de hoy, con sus guerras que pueden llevar a destruirlo, y remitirse a las epopeyas griegas para entender que siempre hubo alguien que quiso ocupar una tierra, alguien que quiso detentar el poder... Por eso creo que los sentimientos siguen siendo los mismos: ambición, celos, envidia, amor... De manera que si se intenta regresar al pasado en busca de lo que todos tenemos en común, puede lograrse la intemporalidad de la obra y no caer en el costumbrismo».

Interrogado en una ocasión por sus mayores influencias, reconoció: «Si estoy influido por algo, es más por la novela que por el teatro mismo. En el teatro he tratado de encontrar estructuras novedosas, de no repetirme siempre, de hacer algo diferente... Eso me lleva también a ver el teatro como un texto literario». Tal vez por esa razón recibió antes el Premio Nacional de Literatura (1992), que el Nacional de Teatro (2002), a pesar de que, admitió, llevaba dentro un novelista frustrado. «Esto se debe, en parte, a que yo tuve mucha suerte, mucha suerte, porque mi tercera obra escrita fue premiada en el concurso Casa de las Américas...». (Se refería a El robo del cochino, mención en 1961).

«Entonces todo el mundo me empezó a tratar como un dramaturgo y, de pronto, tenía otra profesión. No necesitaba acudir a la cirugía dental, que era mi primera carrera, y me empecé a sentir muy bien en el medio artístico, a relacionarme con gente como Raúl Martínez, Rolando Ferrer, Harold Gramatges...».

Y si algo no escondió jamás el autor de Los mangos de Caín, La dolorosa historia del amor secreto de don Jacinto Milanés y de su posterior versión, Vagos rumores, fue que gracias al proceso revolucionario se convirtió en artista. «De otra manera, apuntó, creo que no hubiera podido serlo. Hubiera sido un dentista y, tal vez, tendría una mejor posición económica, pero no hubiera estado satisfecho conmigo mismo. Se diga lo que se diga, siempre he escrito las obras que he querido hacer. Nunca me he visto forzado a hacer una obra que no quiera. Cuando he abordado un tema es porque he querido».

Porque nunca se estrenó una obra suya que se ensayó por mucho tiempo, decidió tratar de montar sus propias obras. «Primero dirigí conjuntamente con Raquel Revuelta La Ronda, de Schniztler. En esa obra aprendí mucho lo que era la dirección. Después me atreví con una obra mía. Yo creo que mucho de lo que se ve en mi teatro es el hecho de haber vivido dentro del teatro, de tener que montar las obras».

Nacido en Unión de Reyes, el 29 de enero de 1925, sus creaciones han sido presentadas en múltiples países y publicadas por varias editoriales. Estorino nunca temió a la muerte. «No sé... Miro la vida con gran realismo; yo espero la muerte tranquilamente; no me da miedo la muerte en sí. (...) Solo me preocupa que todo quede mal: qué va a pasar con los libros, qué va a pasar con la obra, qué va a pasar con los cuadros...». Entonces, descansará en paz Abelardo Estorino, porque su obra seguirá iluminando por los tiempos de los tiempos la cultura nacional y a este pueblo.

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