Anguelíca Jólina junto al niño Misha Dergachev, que asume el rol del hijo de la familia Karénin. Autor: Tomada de www.vakhtangov.ru Publicado: 21/09/2017 | 05:41 pm
«Una obra de arte perfecta es eterna. Una obra de arte perfecta es aquella en la que se presenta una armonía de contenido, forma y material». Así concebía Evguéni Vajtángov el quehacer teatral. Para el maestro ruso, padre del llamado realismo fantástico, cada espectáculo debería ser una fiesta.
Precisamente con ese sentimiento comulgamos quienes asistimos a la experiencia del montaje coreográfico Anna Karenina, basada en la novela homónima de León Tolstoi, llevada a la escena de la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba por el Teatro Estatal Académico Evguéni Vajtángov.
La reconocida compañía rusa puso a disposición del público una propuesta diferente basada en otra forma de pensamiento, donde la renuncia de la palabra en un texto tan complejo se traduce en una pieza de intensa carga visual.
Para el alma
Anguelíca Jólina, coreógrafa y directora de la obra, manifestó que «este es un montaje concebido para personas que saben sentir. Simplemente es una obra para el alma donde la historia se concibe desde la música».
Esta versión coreográfica suprime todo elemento verbal. Las expresiones y las cargas emocionales se sustentan en imágenes plásticas muy bien planteadas.
En este sentido Jólina, graduada en 1996 de la Academia Rusa de Arte Dramático (Gitis), explicó que «cuando no tenemos la voz recurrimos al espíritu. Hablamos con el cuerpo, las manos, los ojos…». La reconocida directora lituana asume la estética de un teatro no verbal para explotar su equivalente desde la expresión del movimiento.
Cada gesto tiene significado. Cada gesto es una palabra. Tal vez lo más significativo en este punto sea el hecho de que los actores —excepto uno— no poseen una formación en danza o ballet. Con solo 40 días para montar el espectáculo, los artistas exhibieron sobre la escena una maestría envidiable, casi como bailarines profesionales.
Al respecto, Rimas Túminas, director artístico de la compañía, quien vuelve a Cuba por segunda vez después de 25 años, aseguró que fue impresionante ver a los actores entregándose tal y como son a un público fuera de su país.
El director, que asume el teatro como un laboratorio de relaciones interpersonales, considera que esta obra es un «proceso de formación, que da al artista la oportunidad de “descansar” sobre su desempeño y sentirse orgulloso. Eso pasa cuando un papel está listo, sencillamente le permite volar al actor.»
Al ser interrogada acerca de cómo logró concebir un montaje de esa magnitud y complejidad, Anguelíca Jólina expresó que lo llevó a escena tal cual lo imaginó. «Viví la historia desde la música y eso me ayudó a verla».
La banda sonora, que incluye creaciones de grandes como Chaikovsky, Mahler y Fauré —además de la interpretación en vivo de la soprano María Pajar—, se erige como un personaje más en la trama.
Moldear el cuerpo
«Me gusta enseñar a los actores a cómo moverse. Tomo el cuerpo de cada uno y me siento como un cirujano: a uno hay que estirarle las manos, a otros hay que enderezarles la espalda… Es como un acercamiento individual al cuerpo.
«Se trata de armar estos medios expresivos y darles forma. Moldeas a una persona hasta que se convierte en algo más, hasta que se trasciende a sí mismo, y el actor lo nota. Entonces trabaja sobre esa base y comienza verdaderamente a entender el personaje».
Estos son algunos de los métodos de Anguélica Jólina en el trabajo con los artistas. Lo que ella llama «monólogo interior de la gestualidad» es un complicado proceso donde la exigencia es constante.
«Siempre les digo a los actores: no piensen que saben bailar, ustedes solo saben esta pieza. No pueden improvisar, porque un movimiento que se haga diferente a como se concibió implica un cambio, una connotación distinta. Mientras más conserven los personajes, más fiel y preciso será el espectáculo», comentó la prestigiosa creadora lituana.
El teatro Vajtángov nos mostró cómo luce una fantasía real. Nos llevó a una experiencia diferente de concebir y apreciar el quehacer escénico. Sin duda alguna, la puesta Anna Karenina quedará para el público cubano como uno de los montajes más impresionantes del 15 Festival de Teatro de La Habana.