Oscar Valdés. Autor: Yuris Nórido Publicado: 21/09/2017 | 05:26 pm
Es curioso: tanto Yanni García como Oscar Valdés, dos de las figuras más estelares del Ballet de Camagüey (BC), han situado a La fille mal gardée en un lugar muy especial de su memoria. Solo que por razones diferentes. Mientras el primero, de 26 años, se accidentó en un ojo cuando se preparaba para asumir el rol principal de este clásico, lo cual le impidió representarlo; el segundo, de 21, con su conocido pas de deux, alcanzó medalla de plata en el Concurso Internacional de Academias de Ballet de La Habana, para luego, con esta obra maestra, debutar en su protagónico inaugural dentro del afamado colectivo fundado por Vicentina de la Torre, el 1ro. de diciembre de 1967.
«Llevaba como un año en la compañía cuando me sucedió. Sin embargo, el destino quiso que me estrenara en un papel principal con una obra aun más emblemática, Giselle. Se empezó a montar para una gira que nos llevaría a Italia, y me eligieron para el Albrecht. Eso fue esencial, pues marcó el inicio de mi carrera como profesional», cuenta a Juventud Rebelde Yanni García, quien, como Oscar Valdés, es una de las principales cartas de presentación de la agrupación danzaria agramontina dirigida por Regina Balaguer, que se presentará en el venidero 23 Festival Internacional de Ballet de La Habana, previsto para inaugurarse este 28.
En el caso de Valdés, la historia con La fille... podría calificarse como de amor-odio. «Cursaba mi quinto año y entrenaba para mi pase al nivel medio cuando nos hicieron una audición para el concurso de La Habana, aprobé y por motivos desconocidos no me llevaron. Me sentí apartado. Eso me decepcionó, porque nunca se me había presentado una oportunidad así. Recuerdo que llegué a mi casa lleno de entusiasmo, contagiando a mi mamá con mi alegría, y de la noche a la mañana, sin que ni siquiera mediara una palabra, una explicación, todo se esfumó.
«Luego, en el primer año en la Academia de las Artes Vicentina de la Torre, me prometieron que trabajarían conmigo durante las vacaciones para que participara, en segundo, en el certamen. Un buen día se apareció en mi casa un amigo a preguntarme por qué no estaba en la preparación. No me avisaron. Cuando entré y vi que otro estaba ensayando La fille... fue como si me cayera un cubo de agua encima. Subí a la dirección a pedir la baja, ya no quería continuar. Me salvó una psicóloga que se encontraba allí. “No te puedes dejar vencer, me dijo, esta es tu carrera, tu futuro, tu vida. Demuestra que puedes hacer bien las cosas. Esfuérzate por dirigir tu camino como deseas”.
«Seguí sus consejos al pie de la letra. Todos los días me iba de la escuela a las nueve de la noche. Me metía en un salón y me paraba frente al espejo para intentar hacer los pasos cada vez mejor, no me detenía en las clases ni un segundo, intentando sobresalir poco a poco, hasta que llegó el momento en que la profesora me preguntó de repente: “Oscar, ¿usted se sabe La fille...?”. Le mentí, le respondí que sí. “Bueno, pues mañana lo voy a ver actuarlo”, me anunció. No dormí esa noche hasta que me aprendí el protagónico, y en cuanto me vio bailarlo me aseguró: “Ese personaje es tuyo, vamos a prepararte para el concurso”».
Cosas del destino
Si bien Yanni García no estaba ajeno al mundo de la danza, no tenía ni la más remota idea de a qué se referían cuando le hablaban de ballet. «No sabía nada respecto a la carrera. Soy de Santa Cruz del Sur, donde mi mamá se desempeña como instructora de danza. Cierto que estaba en un grupo con ella, pero me presenté a las pruebas de captación sin tener claro de qué se trataba. Cuando me vine a percatar ya había entregado ocho años de mi vida: cinco de nivel elemental y tres de medio. Luego tuve el privilegio de que Regina me escogiera para formar parte del Ballet de Camagüey, mi casa desde hace otros ocho años.
«En un inicio pensaba que era lo mismo que hacía en la danza como aficionado: bailar la caringa, el tumbantonio... Empecé a conocer la carrera después que entré a la escuela. Al principio me parecía que todo era muy extraño, me costó mucho trabajo. Sobre todo cuando entras en un mundo que te es totalmente desconocido. No sucedía lo mismo con mis compañeros de Camagüey quienes tenían acceso a los talleres, a funciones, etcétera. Pero a medida que pasaron los años y fui asumiendo diferentes papelitos, que asistí a un concurso internacional en cuarto, me fue atrapando.
«De momento, comenzó a pasar el tiempo tan rápidamente que no me di cuenta: ya estaba en quinto año, y luego en el nivel medio, ocho en la compañía... Más de cinco lustros y soy una persona feliz, dichosa. Ese era mi destino, no lo dudo. Me gusta lo que hago. Le agradezco a la vida por permitirme descubrir esta especialidad tan linda y genial.
«No obstante, se trata de una profesión muy sacrificada, porque nunca termina, no puedes dejar de superarte. Sacrificada por muchos motivos: porque tuve que dejar atrás mi casa y becarme con nueve años —bueno, todavía hoy estoy casi en la misma situación (sonríe). Eso es muy difícil, aunque, por supuesto, aprendes a ser más independiente, a valerte por ti mismo.
«Si a eso le añades ensayos todo el tiempo, cansancios musculares, funciones seguidas... hay momentos en que piensas que las fuerzas no te alcanzarán, aunque siempre vences porque te has preparado para eso. No es fácil. Es una carrera en la que te entregas para dominar y depurar la técnica, lo cual solo se consigue con el trabajo diario, sin descanso, y poniéndole mucha bomba».
Oscar Valdés, por su parte, creía que matriculaba en una escuela de artes marciales. «Mi hermana comenzó en la Casa de Cultura de Camagüey y yo casi siempre la acompañaba. Una vez los vi haciendo splits y pasos de ballet, y yo, que era muy chiquito, me puse en el piso a imitarlos. La profesora se me quedó mirando y preguntó: ¿Y este muchachito quién es? A ella le extrañó mucho que yo nunca hubiera recibido ninguna clase. Entonces, trató de convencer a mi mamá, pero como en mi familia casi todos son músicos, mi papá ya me tenía reservado un lugar a su lado.
«No obstante, hice los exámenes escondido y aprobé, sin saber en verdad en qué me estaba metiendo. Más bien yo asociaba el ballet con el kárate, por los saltos y esas cosas. Está claro que a esa edad uno ni se imagina de qué va esa carrera. Necesitará mucho tiempo para poder percatarte de lo bella que es esta profesión.
«Confieso que a mí me costó descubrirlo. En realidad me resultó muy complicado. Sí, era un muchacho con muchas ganas de bailar y con probadas condiciones naturales, pero en aquel momento en la escuela se “casaban” con los mismos estudiantes, y yo percibía que me dejaban a un lado. No me ponían en nada, ni hacía nada.
«Por eso la beca me parecía más dura, no solo porque era muy apegado a mi mamá debido a que mi padre viajaba constantemente, sino también porque era hiperquinético y me veía limitado con los juegos. Para un niño no es nada sencillo empezar una carrera tan seria y tan compleja, que te exige llevar al unísono la especialidad con la escolaridad... ¿Qué puedo decirte? Reconozco que pasé esos cinco años sin haberlos aprovechado, y no conseguí hallar la magia de este arte. Tampoco me la enseñaron, mas el tiempo fue ayudando a que apareciera el amor definitivo».
Recuerdos para siempre
Como muchos otros, García aspira vehementemente a ser parte de la historia de su compañía, «poseedora de un notable prestigio nacional e internacional, gracias a las enseñanzas que nos legó el maestro Fernando Alonso y que luego heredaron nuestros otros maestros. Cuando estudiaba anhelaba estar entre las primeras figuras y creo que he avanzado al convertirme en bailarín principal, pero no me conformo. Debo seguir perfeccionándome. Puedo lograrlo».
Para Yanni, medalla de bronce en una de las citas habaneras, no existe nada más motivador que interpretar los papeles principales de ballets que constituyen clásicos, al estilo de El lago de los cisnes, Coppelia... Y consigue sentirse importante cuando lleva su arte no solo a diferentes escenarios del país, sino cuando representa a su compañía por el mundo. «Es muy estimulante si tienes experiencias como la que vivimos recientemente en Francia, donde fuimos, como se dice, a bailar en la casa del trompo, pues llevamos La llama de París, un ballet que representa la historia de esa nación, justo donde nació este arte».
Ese es un recuerdo que Oscar conservará también por el resto de su vida. «Mentiría si no te dijera que constituyó un gran desafío para mí defender el protagónico de La llama de París. Debía introducirme en la época, en la guerra, y sin un referente en Cuba por el cual guiarme, pues jamás se había bailado acá y solo está en el repertorio de dos compañías en el mundo. Sin embargo, me probó como bailarín. Me sentí a gusto, porque poseo esa energía, esa fuerza que necesita. Y después, representarlo en un teatro superimportante como el Palacio de los Congresos, frente a más de 3 000 personas... Las lágrimas se me salían de verlos ovacionándonos. No lo olvidaré jamás».
Esta emoción, admite Oscar, es solo comparable con la que lo ha embargado en los diferentes concursos internacionales a los que ha asistido: dos de ellos en La Habana (Grand Prix y Premio de la Popularidad en el último de estos, gracias a los pas de deux Don Quijote y Corsario) y uno en Sudáfrica, donde conquistó la medalla de oro, con 19 años.
—Oscar, ¿muchos sueños?
—Seguir evolucionando como bailarín, siempre hay un nuevo escalón que ascender. Quiero aproximarme lo más posible a la perfección. Me gustaría que me conocieran por el mundo, pasar por este arte y dejar alguna huella; que cuando se dijera ni nombre la gente supiera de quién se está hablando. Eso me encantaría.