El tema central de Alan Manuel está dado por la tierra. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 05:13 pm
La naturaleza doblegó al ser humano durante milenios. Uno de los grandes desafíos de la modernidad constituyó la pretensión humana de someterla, poniéndola al servicio del hombre. Ese afán posesivo-destructor dio lugar a una actitud depredadora frente a la que una nueva conciencia ecologista ha impulsado anticuerpos en los últimos 30 años o más.
El arte no ha sido ajeno a este proceso, y muchos creadores no se limitaron a recrear la naturaleza, considerada por el mundo antiguo como un modelo de perfección inalcanzable. Siempre presente en la Historia del Arte, ella ha sido tratada de mil maneras distintas. Cada época, cada generación, ha encontrado el modo de abordarla a través de disímiles modelos interpretativos.
En el siglo XX y en este XXI se ha desarrollado una acción fuertemente posesiva de la naturaleza, a tal punto que Bertolt Brech «bautizaba» esa intervención como una actitud característica del hombre moderno. Fuente de procesos tecnológicos e industriales, de recursos que la cultura humana supo utilizar, la naturaleza aparece como sometida al hombre en muchos aspectos de la vida contemporánea.
En el arte esa tendencia se puso de manifiesto hacia finales de los 60 y comienzo de la siguiente década con el mal llamado «arte ecológico», que pretendía establecer modificaciones virtuales —y a veces reales—, como la coloración de lagos y ríos, que alteraban la visión del paisaje natural. Todo ello respondía al predominio de una actitud propia del hombre moderno (de Descartes a nuestros días) que a partir de sí mismo, desde su yo dominador y fundante, pretendía concebir al mundo y hacerlo a su imagen, avasallando a la naturaleza.
Sin embargo, pasado ese momento de confusión que caracterizó el fin de los años 60, se observa en numerosos artistas un cambio de actitud tendiente a restituir el valor conceptual de la naturaleza y darle una relevancia ya no inspirada en un temor reverencial sino en un lugar en el cosmos donde el hombre forma parte de ella. Sea esta introducción una forma de acercamiento a la obra del joven creador cubano Alan Manuel González (La Habana, 1972), la cual se extiende a formas expresivas que incluyen a la pintura y el dibujo.
Su obra comienza a adquirir relevancia en la década del 2000 y se ha desarrollado una notable coherencia. Lo que estaba en sus orígenes se ha profundizado, abriendo en sucesivas etapas nuevos horizontes que le han permitido llegar a la madurez actual. Si en series anteriores coqueteaba con un hedonismo ilimitado, en sus más recientes obras (acrílicos sobre lienzo) que llenan ahora la muestra Dichosos los que…, abierta en la galería Collage Habana (bulevar de San Rafael No. 103, entre Industria y Consulado, La Habana Vieja) y perteneciente al FCBC, incorpora elementos de la vida cotidiana, utensilios, que ya no son tan perfectos, están erosionados, se les ha sumado el tiempo y muchos otros conceptos.
Cuando uno se acerca a la obra de este creador, graduado de San Alejandro en la especialidad de pintura y dibujo, pone a volar la imaginación y llueven las preguntas en los adentros. ¿Existe alguna apoyatura fotográfica en tus creaciones? «Solo a modo de estudio para concebir las composiciones o para el análisis de las texturas y las formas, son referencia visual, no más. Nunca las uso sobre el lienzo ni tampoco las proyecto o imprimo», responde.
La tierra como lugar de pertenencia
El tema central de Alan Manuel está dado por la tierra. Universal y local a la vez; macro y micro. La tierra como lugar de pertenencia. Vale decir el destino inexorable del hombre. Pero es, también, la tierra particular del lugar de nacimiento, de los días de la infancia y —quizá— del reposo final. Para él su isla natal es un hecho concreto que anida en casi todas sus vivencias. En diferentes etapas, cada una con un acento particular (lo metafísico, simbólico, ilusorio, lo topológico...) este artista desarrolla sus metáforas sobre la tierra, manteniendo una vivencia esencial del paisaje. En el paisaje isleño está casi todo: la luz, el fuego, el espacio, y el tiempo (ambos inabarcables), el cielo y el infierno. Así tocamos el infinito y hasta las constelaciones de una cosmogonía que no puede escapar a una visión propia. En su obra, tanto en las pinturas como en los dibujos, domina un sentido muy propio de la metáfora-paisaje. Son escenografías, espacios que se abren con un sentido enigmático que atrae todas las miradas y hasta misterioso. En la relación Hombre-Naturaleza hallamos un vínculo energético donde confluyen lo real y lo maravilloso o hasta virtual en una ambivalencia ilimitada.
Con una originalidad visceral, el paisaje aparece internalizado; asumido en una integridad Hombre-Tierra que supone no ya recrear sentidos dados o interpretarlos, sino crearlos. La verdadera creatividad de este artista está en dar imagen plástica a esa vivencia tan honda que lo posee y que logra corporizar en sus obras de manera que se haga presente en los demás.
El artista «dibuja» con palabras, las obras...
—¿Crees en la inspiración? ¿Cómo descifrarías al lector ese instante en que tocan a la puerta las musas...?
—Es un momento sin relevancia y a la vez de urgencia, intrascendente y de iluminación. Es desahogo y al mismo tiempo esfuerzo, consecuencia de la disciplina y gozo, expresión sentimental y raciocinio, realización y deber… Una cadena de errores y limitaciones que solo por puro milagro divino se truecan en belleza y que debemos agradecer.
—¿Eres más feliz cuando estás dentro del cuadro o cuando lo miras desde afuera?
—Son dos momentos diferentes que en un punto intermedio se funden, me hace feliz el proceso de elaboración de la obra, y poco a poco, cuando ya va tomando forma final, gozo infinitamente la consecución del resultado. Es como cocinar, uno va sintiendo el olor del delicioso plato que luego comerás, solo que, referido a la pintura, la experiencia quedará disponible no solo para los comensales presentes, sino para todos los que vengan a gustar de ella en el futuro.
—¿Los títulos, llegan antes o después de crear la obra?
—En multitud de ocasiones el título viene con la imagen que se pretende concretar en los bocetos iniciales. Pero ocurre también que estas expresiones encuentran cuerpo en imágenes y formas que se escurren hacia el lienzo sin tener un título definido, y en ocasiones la obra está firmada y concluida pero aún no se le ha dado nombre y apellido. Así, el proceso de concordar mensaje y texto puede ocurrir al final.
—¿Qué pintas?
—Escenas reales, nuestras actitudes y dolores; y en metáforas multicolores dialogo con el espectador.
—¿Cómo pintas? ¿Dónde pintas? ¿Cuándo pintas?
—¿Cuándo, dónde y cómo hacía su mágico «arte» el hombre de las cavernas? ¿Para qué dibuja un niño? Por esas mismas razones, cuando reflejo lo que vivo, busco y a la vez propongo una solución a nuestros conflictos. Como aquel hombre de las cavernas, pinto donde habito y pinto lo que añoro, ya no en las paredes de mi casa sino sobre lienzos, con barnices y pinturas acrílicas.
Y aunque sus paisajes parecen soñados... «no lo son —dice el artista a JR. Anhelados con la mente y el corazón, sí. Te confieso que no son el fruto de lo profundo, sino más bien de mi inevitable circunstancia y existir, por ello no les veo como paisajes, para mí son metáforas... un lenguaje visual, simple, no elitista, inteligibles para gente común como yo, enfrentados a las razones de su vivir».