José Luis González a los 21 años, con solo 232 palabras es uno de los más singulares de la literatura latinoamericana. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
Uno de los cuentos que con mayor fuerza y dramatismo golpean el espíritu con solo 232 palabras, fue el concebido a los 21 años por el escritor puertorriqueño José Luis González.
Se trata de La carta, una de las obras más singulares e impactantes de la literatura latinoamericana de todos los tiempos, publicada como parte de El hombre en la calle, con el que su autor se reveló como maduro narrador.
Realmente nacido en Santo Domingo, en 1926, a los cuatro años la familia se lo llevó al terruño de su padre, Puerto Rico. A los 17 años escribió su primer libro y está considerado el pionero de la promoción de cuentistas puertorriqueños de la década de 1940.
Bajo la inicial y sabia orientación del cuentista dominicano Juan Bosch y la influencia inevitable del gran novelista norteamericano Ernest Hemingway, escribió sus dos primeras obras: En la sombra (1943) y Cinco cuentos de sangre (1945). Después, Paisa (1950) y En este lado (1954).
El Gobierno norteamericano, fiel a sus «humanísimas» tradiciones, le impidió siempre su regreso a Puerto Rico, donde él quiso fijar de nuevo residencia y hasta le negó el permiso para ver a su padre gravemente enfermo allí. He aquí el cuento razón de ser de estas líneas y que no necesita otras explicaciones.
LA CARTA
«San Juan, Puerto Rico,
8 de mayo de 1947.
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aquí las cosas me van vién. Desde que llegué enseguida encontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo igual que el administrador de la central allá.
La ropa aquella que quedé mandale no la he podido comprar pues qiero buscarla en una de las tiendas mejores. Dígale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un día de estos para mandalselo a usté, mamá.
El otro día vi a Felo, el ijo de la comai María. El también está trabajando pero gana menos que yo. Es que yo e tenido suerte.
Bueno, recuéldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por allá. Su ijo que la quiere y le pide la bendición, Juan.
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel arrugado y lleno de borrones, y se lo guardó en un bolsillo del pantalón. Caminó hasta la estación de correos más cercana, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Contrajo la mano izquierda fingiéndose manco, y extendió la derecha abierta. Cuando reunió los cinco centavos necesarios, compró el sobre y la estampilla y despidió la carta.