El público disfruta del Salón abierto por estos días en la sede de la UNEAC provincial. Autor: Pedro Luis García Macías Publicado: 21/09/2017 | 05:04 pm
SANTA CLARA.— Los «melaítos», como cariñosamente se les conoce, poseen el privilegiado don de provocar súbitas carcajadas en medio de la conversación más encumbrada o en la pegada a la tribuna de la calle, desencadenando la alegría e incitando al razonamiento con una gracia que se va extinguiendo en no pocos lugares.
Cada uno de ellos asume su oficio con una proverbial peculiaridad que permite identificarlos de solo apreciar sus caricaturas y textos, aunque ninguna de las vertientes del humor les resulta ajena.
Pedro Méndez Suárez resulta el más prolífero en temáticas. Alfredo Martirena Hernández recurre a agudos juegos de palabras para desencadenar la risa. Rolando González Reyes le imprime un toque más intelectualizado al chiste, pero conservándolo fácil de digerir. Adalberto Linares Díaz no necesita del auxilio del texto para que se entienda el mensaje, y Celia Farfán González creó un diseño que distingue a la publicación.
Con ellos jamás pudo el «fatalismo geográfico», porque hace 42 años, desde su rincón en la calle Céspedes número 5, aquí en Santa Clara, el suplemento humorístico del periódico Vanguardia trascendió al plano nacional e internacional.
Ahí está su obra: más de una veintena de libros individuales y colectivos publicados. También sobrepasan los 200 premios nacionales e internacionales. Sus firmas aparecen en múltiples publicaciones cubanas y extranjeras y resultan numerosas las exposiciones personales y colectivas, incluso en otros países.
¡Ah, eso sí!, una cuestión más allá del profesionalismo los distingue: la de funcionar más en familia que como colectivo, lo cual explica el apego a la publicación.
Pedro y Roland son fundadores. Celia y Linares llevan más de 30 años, y Martirena, el más joven en plantilla, rebasa los 20.
Orígenes
En medio de los preparativos de la zafra de los Diez Millones, se ideó crear una publicación gráfica que recreara con acento jocoso las epopeyas y avatares de la contienda azucarera.
El nombre original fue A millón hasta los diez, que circuló por vez primera el 20 de diciembre de 1968, cuenta Pedro Méndez, su director.
Y aunque desde los inicios salió como un tabloide de décimas, caricaturas y materiales periodísticos redactados de modo picaresco, la denominación inicial impedía a muchos lectores reconocerla.
—¿Y qué ocurrió?
—Poco tiempo después, el 1ro. de marzo de 1969, acogió el nombre de uno de los personajes humorísticos más populares de la publicación: Melaíto, sugerente figura que aparecía en todas sus ediciones.
—¿Cómo la recibieron los lectores?
—Fue tanta la aceptación que después de 1970 se decidió mantenerla; entonces se imprimía en una vieja rotativa, desahuciada en Ciudad de La Habana, pero que vino a parar a Santa Clara.
«Luego de la división político-administrativa, Las Villas quedó dividida en las provincias de Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus, pero el semanario comenzó a circular también en esos territorios y estaba prevista su distribución nacional, lo que no pudo ser por la llegada del período especial en la década de los noventa del siglo pasado».
—¿Qué define a Melaíto?
—El tratamiento de temas costumbristas. Somos una de las publicaciones gráficas que más espacio dedica al quehacer local, a recrear de forma caricaturesca lo que acontece en diversos escenarios, siempre con una visión exagerada de lo cotidiano, pero sin descuidar la universalidad del mensaje.
—¿De qué manera lo plasman?
—Nos identificamos por asumir la creación mediante la crítica social. El humor se sustenta sobre situaciones extremas. Si no existieran la ridiculez, la exageración, el error o las extravagancias humanas, ¿de qué nos reiríamos? Creo que en una sociedad perfecta no habría motivos para hacer chistes.
«Hay que saber cómo usar todos esos trances absurdos del ser humano sin llegar a herir sensibilidades, pues ponderar los defectos físicos no siempre provoca las mejores risas. Al buen humorista lo distingue ante todo su ética. Y esta es la primera que lo censura y lo obliga a meditar en su trabajo».
—¿Influyó el cierre del suplemento, en los años noventa, en la práctica de hacer humor?
—Bastante. Desde entonces Melaíto comenzó a perder actualidad. En aquel momento dejamos de salir como una publicación. Entonces llenamos de caricaturas las vidrieras de los centros cercanos al parque Vidal, y con mayor frecuencia organizábamos exposiciones hasta en los municipios.
«Como consecuencia de las limitaciones económicas, ahora Melaíto circula solo en Villa Clara, una vez al mes, con cuatro páginas, de ocho que tuvo».
—¿Qué le falta hoy al humor gráfico?
—Espacio, más espacio para publicar. En Cuba hay excelentes artistas imposibilitados de difundir sus creaciones porque no tienen dónde.
Un salón que trasciende
Melaíto es hoy un buen ejemplo de lo que puede hacerse para mantener vivo cualquier proyecto por más de cuatro décadas entre locuras y contingencias. Y, por supuesto, de engendrar otros, como el Salón Internacional de Humor Gráfico que desde hace una década reúne cada diciembre, en Santa Clara, a reconocidos profesionales del giro.
En esta edición se recibieron para competir en los apartados de humor erótico y humor general cerca de 150 obras de creadores de alrededor de 15 países, con una destacada presencia de artistas del Viejo Continente, lo que expresa la trascendencia del evento santaclareño.
Y es que desde aquel 20 de diciembre de 1968, allá por la época prodigiosa, este cuarteto creativo, junto al singular diseño impuesto por Celia, ha sido testigo y protagonista serio de la risa en nuestra Isla, una risa con rostro de carcajada que se imprime con el agridulce de lo cotidiano para que vaya feliz de mano en mano.