A 110 años de su natalicio, Rita adquiere una dimensión más alta por sus dotes interpretativas y su gracia incomparables. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:00 pm
«Rita, la Única… No hay adecuado modo de llamarla, si con ello se quiere hacer justicia. “De Cuba”, porque su arte expresa hasta el hondón humano lo verdaderamente nuestro; “La Única”, pues solo ella, y nadie más, ha hecho del “solar” habanero, de la calle cubana, una categoría universal».
Nicolás Guillén
Artista de grandeza incomparable, sentimiento rítmico fenomenal y exquisito timbre vocal. La primera voz femenina que se oyó por la radio de la Mayor de las Antillas. Su arte continúa acaparando los aplausos de cientos de públicos. El tiempo confió en ella para siempre; por eso, a 110 años de que a Cuba le naciera Rita Montaner Facenda, la cantante y pianista de estirpe sigue siendo la Única.
El municipio de Guanabacoa, villa próxima a la capital de la Isla y considerada esencia primigenia de la cultura tradicional, sería su tierra. Un medio donde surgían y coincidían diversas tendencias de la cultura cubana.
La Montaner vio la luz durante el inicio de la neocolonia y sufrió en carne propia los atropellos que hallaron cobija en su tez mulata, por ser fruto del amor de un blanco y una parda, quienes desafiaron los prejuicios raciales de la época en que vivían.
La joven se desarrolló entre la música clásica que conoció desde su infancia, los toques de tambor en las fiestas de las congas, y el ritmo y colorido de las comparsas que desfilaban por las calles guanabacoenses, el mismo territorio que sirvió de cuna a otros grandes como Ignacio Villa (Bola de Nieve), Ernesto Lecuona, Enriqueta Sierra, los Bandujo, los Lavedán y los Fernando de Castro.
Sus habilidades para la música permitieron que a los cuatro años su madre comenzara a impartirle las primeras enseñanzas teóricas relacionadas con el arte de los sonidos. Aunque fue una niña precoz, nunca admitió que la llamaran así. Con el tiempo aprendería en forma ágil idiomas, bordado, repostería y dibujo.
Estudió el piano a la perfección, dominaba el pentagrama y cantaba lo culto y lo popular con excelencia, demostrando que no existe separación entre lo uno y lo otro.
El 13 de agosto de 1917 la Montaner acudió a los exámenes de graduación en el conservatorio Eduardo Peyrellade, de La Habana, y su talento fue premiado con medallas de oro en piano, canto y armonía.
Con solo 22 años fue protagonista de un sorprendente suceso cultural, al cantar en el programa de inauguración de la radio en Cuba, a través de la emisora PWX. De ese modo se convierte en 1922 en la primera voz femenina que se escuchó por este medio en toda la Isla, acompañada por la orquesta que dirigía Luis Casas Romero.
Cinco años después ya la Montaner se había adueñado para siempre de la escena y alcanzado una popularidad extraordinaria, al debutar en la zarzuela Niña Rita, del maestro Lecuona. Con su voz y sus dotes de actriz, asumió el tango-congo Ay, mamá Inés, de Grenet, una de las piezas antológicas del cancionero criollo cubano.
Luego, otros escenarios del mundo se abrieron a Rita, como el Olimpia y el Palace, de París; y en 1931 los Estados Unidos, donde brindó conciertos y recitales, auxiliada muchas veces en el piano por el talento de Bola de Nieve, a quien bautizó con este sobrenombre que lo acompañó por siempre.
En el habanero Teatro Martí entregaría tiempo después, con su propio estilo, una versión de la zarzuela Cecilia Valdés, cuyo autor, Gonzalo Roig, calificó su interpretación de genial, artística y sobresaliente.
Olor a trópico
Montaner supo elegir su propio repertorio, que fue, para numerosos investigadores, uno de los más amplios de artista alguno y reflejo de lo mejor escrito en aquella época, tanto dentro como fuera de la Isla. Fue una inspirada compositora de congas, rumbas, boleros, comparsas y tangos, a la vez que legó estudios para violín y piano; tributó su creación en múltiples óperas italianas y modernas, zarzuelas cubanas y españolas, e interpretó lo mejor del quehacer autoral del mundo, como pianista y cantante.
Gonzalo Roig (Cecilia Valdés), Moisés Simons (El manisero), Eliseo Grenet (Ay, mamá Inés), Ernesto Lecuona (El cafetal), Gilberto S. Valdés (Ogguere), y los norteamericanos Al Jolson y Xavier Cugat, entre otros prominentes compositores cubanos y extranjeros, concedieron a la estrella la primicia de sus partituras.
Con singular maestría Rita paseó por los escenarios del mundo la música de su Patria, a la que tanto quiso. Así se convirtió en una mensajera de todos sus ritmos y canciones. Nuestro pueblo, indiscutible conocedor del arte, la identificó como «La Única».
El primer concierto típico de nuestra música, la primera audición radial y los inicios de nuestro teatro lírico la tuvieron como intérprete, y desde allí conectó su carrera triunfal, que la hizo imprescindible en el ámbito teatral cubano.
Sobre esa calidad artística, en 1929 Alejo Carpentier escribiría: «Fue Rita Montaner la que desde el escenario del Palace realizó una labor fecundísima para la divulgación de nuestros ritmos… Olía a Trópico. Tenía fragancia de fruta al sol y auténtica alegría arrabalera».
Siempre cubanísima
Destacada cantante, pianista y actriz de la radio, del teatro, la televisión y el cine. Así coinciden en señalar varias crónicas publicadas en periódicos y revistas en los años 40 y 50 del siglo pasado, diciendo que «Rita se adentraba tanto en su quehacer profesional, que envuelta en éxtasis creativo se daba por entero al escenario».
El cine, tanto de Cuba como de México, Argentina, Francia y los Estados Unidos, la tuvo entre sus figuras. Ella dio vida a melodramas, y puso particular énfasis de humor y sensibilidad al llamado género musical.
La viveza de su gracia y la singular intensidad de sus interpretaciones quedan para siempre en las cintas Sucedió en La Habana, Romance musical, La única y El romance del palmar. Esta última, estrenada en diciembre de 1938, se convirtió en el filme de mayor recaudación en Cuba durante ese período.
Rita se burló de la politiquería en el poder y asumió su lugar junto al pueblo. Su participación en espacios radiales de humor cubanísimo y de crítica política logró audiencias sin precedentes. Su gente, que se contaba por miles, siempre estuvo pendiente de La Chismosa y Lengualisa, personajes que encarnó y con los cuales reflejó el justo sentir de los cubanos. Por ello fue amenazada de muerte, boicoteada y suspendida.
Ello explica las razones por las cuales un ministro del gobernante Carlos Prío la esperó a la salida de la CMQ y la atropelló con su auto, causándole fracturas en una pierna, mientras que el dictador Fulgencio Batista la amenazó con darle palmacristi si no se callaba ante los micrófonos.
Ya enferma en la década de los 50, con la herida del cáncer en su garganta, la Montaner se situó de nuevo en el primer plano de la opinión pública, gracias a la ópera La médium, del italiano Gian Carlo Menotti. De ese modo inmortalizó a madame Flora.
Sus 13 representaciones hicieron época en el teatro Hubert de Blanck. De esta incursión, que se ha considerado la mejor interpretación de su carrera, Luis Carbonell, el Acuarelista de la Poesía Antillana, opinó:
«Me quedé asombrado del talento que Rita desarrolló ante un papel tan difícil, un papel que demanda de la artista gran flexibilidad y unas dotes interpretativas de sumo alcance».
Fue el 14 de julio de 1957, en la sala Arlequín, mientras actuaba en Fiebre de primavera, de Noel Coward, cuando perdió la voz casi por completo. La recuperó por milagro de la voluntad y la disciplina artística, para terminar las que serían sus últimas funciones.
Rodeada del amor de su pueblo, muy enferma, en ese año disfrutó el más impresionante homenaje nacional tributado a una artista, en el que participaron los más afamados cantantes y músicos cubanos, y que fuera transmitido en cadena por la televisión y por 20 radioemisoras.
Tan pronto terminó el acto, Rita entregó al diario Avance una breve carta donde escribió: «Pueblo mío: Después del homenaje arrollador e indescriptible no encuentro palabras para dar las gracias, mi corazón hace tiempo se los di. ¿Qué más puedo decir? ¡Que Dios los bendiga!».
Jamás una artista representó, como Rita Montaner, los ideales más caros de un país, el súmmum de las artes, el alma nacional. Con su prematura muerte, el 17 de abril de 1958, Cuba sufrió una pérdida irreparable. Desaparecía físicamente una figura capital de nuestra cultura y del arte vernáculo, que no ha tenido hasta ahora otra artista que la iguale.
El maestro Rodrigo Prats, quien escribió para ella la zarzuela Amalia Batista, lo dijo: «Todos los compositores cubanos le debemos uno de nuestros éxitos», mientras en la despedida de duelo, el locutor, actor y animador de radio y televisión Germán Pinelli afirmó: «El pueblo de Cuba trae sobre sus hombros su propio corazón».
A 110 años de su natalicio, la mejor exponente de El manisero adquiere una dimensión más alta por sus dotes interpretativas, su temperamento y su gracia incomparables. El pueblo no olvida su personalidad avasalladora y dominante, su talento indiscutible y la permanencia en la primacía del gusto popular durante muchos años, que le otorgan la distinción de verdadera diva.