Una excelente Galina Vishnevskaya protagoniza la película Alexandra. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
Para constatar la magnificencia del legado cinematográfico soviético, y también con el fin de ponernos al tanto sobre lo mejor y más nuevo que se ha producido en los predios de Eisenstein, Dostoievski y Tchaikovski, la edición 19 de la Feria Internacional del libro propone el ciclo doble titulado Días del cine ruso.
Lo más atrayente y enriquecedor de esta propuesta consiste en que incluye películas clásicas basadas en obras literarias (del 12 al 27 de febrero, en el multicine Infanta) y obras contemporáneas, producidas entre 2004 y 2007, y exquisitamente seleccionadas (se programan para La Rampa del 15 al 21 del mismo mes). Están los grandes cineastas que, entre los años 60 y 80 buscaron inspiración en la literatura junto con los líderes artísticos más recientes, y esa alternancia de filmes de calidad, nuevos y viejos, conforma un panorama amplio que merece máxima atención de nostálgicos, cinéfilos, eslavófilos, y espectadores con ansia de cultura y de buen cine.
Tres referencias literarias principales le han servido al cine ruso de inspiración para todo su desarrollo a lo largo de cien años: Tolstoi para el cine histórico y épico, Chejov para el cine intimista y psicológico, y Dostoievski en la vertiente individualista, romántica y arrebatada. A la sombra del espíritu de sus personajes y de sus argumentos creció buena parte del mejor cine soviético. La muestra de clásicos llevados a la pantalla se inicia con una de las películas más caras, lujosas y épicamente espectaculares jamás producidas en el mundo: la magna versión en cuatro partes de la tolstoiana La guerra y la paz (1965-1967) dirigida por Serguei Bondarchuk, y ganadora del premio Oscar por la mejor película de habla no inglesa.
En este segmento del ciclo se entrelazan los más destacados nombres del cine y la literatura en Rusia. Por ejemplo, Nikita Mijalkov fundió varios relatos de Antón Chéjov en el retrato de la frustración y la futilidad que es Pieza inconclusa para piano mecánico (1977), mientras que otros relatos de este escritor sirvieron de molde para La dama del perrito (1960, Iosif Jeifits), tal vez el mejor melodrama romántico de aquella época; una película que el maestro sueco Ingmar Bergman se complacía en elogiar, como también ponderaba los trabajos de Andrei Tarkovski.
En cuanto a las letras del período zarista, además de los mencionados, están, por supuesto, Fiodor M. Dostoievski (de su obra cumbre, Crimen y castigo, se exhibe una versión que data de 1970, y dirige el correcto Lev Kulidzhanov), Alexander Ostrovski (la suntuosa Romanza cruel fue dirigida por Eldar Riazanov a partir de la obra de teatro La muchacha sin dote) e Iván Turguenev, cuyo Nido de hidalgos aportó las principales claves narrativas a la segunda película de Andrei Mijalkov Konchalovski, tal vez uno de los mejores adaptadores de literatura al cine si contamos con que destacan en su filmografía espléndidas apropiaciones de El primer maestro, Tío Vania y La Odisea. Nido de hidalgos es una de sus películas menos vistas en Cuba, si consideramos solamente su producción en la URSS, pues Konchalovski se radicó en el extranjero y en Cuba se desconoce la mayor parte de los filmes que produjo en los años 90 y en la presente década.
En cuanto a la literatura del período soviético —que también tuvo su momento de gloria, por mucho que los anticomunistas quieran olvidarla y solo destaquen los desafueros del realismo socialista— hay tres grandes nombres en este ciclo: Máximo Gorki, Mijail Bulgákov y Mijail Shólojov. Los relatos tempranos del autor de La madre, tres historias de amor que se entrecruzan en un campamento gitano de la Besarabia decimonónica, constituyeron el sustrato sobre el cual se erigió Los gitanos van al cielo (1976, Emil Lotianu), una de las películas soviéticas más elogiadas y premiadas de esa década junto con Siberiada, Ascensión, Solaris y El espejo. Y la primera versión cinematográfica de alguna obra de Bulgákov, el maestro de la sátira y el grotesco, fue El vuelo, que en 1970 reinterpretó, bastante académicamente, el dúo de Alexander Alov y Vladimir Naumov. Pero mucho antes, en 1958, Serguei Guerasimov había acometido, en tres partes, la lectura fílmica exacta y puntual de la más famosa novela de Shólojov, El Don apacible, que tanto influyera en la adjudicación del Premio Nobel de Literatura a su autor.
En cuanto a la programación contemporánea, los organizadores tuvieron el tino de eludir los títulos descollantes de los últimos dos años, puesto que varias selecciones de esa etapa fueron apreciadas en diversas jornadas de cine ruso vistas últimamente. De modo que buscaron lo raro, excepcional y no visto en otros momentos de esta misma década. El resultado incluye obras de los tres cineastas que, principalmente, ostentan el liderazgo artístico del cine ruso en fechas recientes: Alexander Sokurov, Andrei Zvyagintsev y Alexei Popogrebski. Discípulo confeso de Tarkovski, Sokurov se atrevió en 2002 a rodar, en video de alta definición, El arca rusa, resuelta completamente en un solo plano de steadycam, sin cortes, a lo largo de 90 minutos de duración.
En Alexandra (2007), Sokurov renuncia a todo formalismo con tal de adentrarse en la intimidad y las vivencias de una anciana —brillantemente interpretada por Galina Vishnevskaya—, que va a visitar a su nieto en la unidad militar donde está movilizado, en Chechenia. Otra portentosa interpretación contiene la segunda película de Zvyagintsev, quien demostró su agudeza para el drama filial y la introspección con la multipremiada El regreso (2003). En El destierro, Konstantin Lavronenko es el eje de una familia enfrentada a la intrusión del adulterio, la incomprensión, el fracaso y la muerte. Las cuerdas del hogar, los nexos familiares, la ética que debiera sostener a todo individuo, y un sinfín de calamidades cotidianas se tensan también en Cosas simples (2007, Alexei Popogrebski), uno de los mejores guiones en el cine ruso contemporáneo.
Vladimir Jotinenko contó con una partitura del maestro italiano Ennio Morricone (Érase una vez en el oeste, La misión) para subrayar la acción de 72 metros (2004), un drama catastrofista sobre las averías que sufre un majestuoso submarino. En las antípodas de este tipo de producción está Un viaje con animales domésticos (2007), profusamente premiada en el festival de Moscú de ese año, y que trae en la dirección a Vera Storozheva, quien ha continuado, a lo largo de esta primera década del siglo XXI, la descollante tradición de mujeres cineastas en la URSS, una lista en la cual se incluyen talentos tan notables como los de Larisa Shepitko, Julia Sointseva y Kira Murátova. Un viaje... es la historia de Natalia, quien vive una soledad de casi 20 años junto a un hombre que no ama. La desaparición física del marido trae como consiguiente la transformación de Natalia, quien entra en contacto con un mundo libre de prejuicios y de imposiciones ajenas donde, tal vez, puede empezar de nuevo.
De recomienzos y angustias existenciales, guerras e intimidades, del espacio épico y la palpitación de lo privado hablan estas películas, de antes y de ahora, que enriquecen con sus luces la casi inmediata Feria del Libro, con Rusia como país invitado de honor.