Joven artesano Carlos Alberto Reyes Autor: Jorge Blanco Publicado: 21/09/2017 | 04:53 pm
Ya a nadie le sorprende, desde hace cuatro años, que las personas lleguen a la Feria Internacional de Artesanía buscando al creador de las máscaras y los relojes; piezas que se han convertido en la «marca» del joven artesano Carlos Alberto Reyes.
Premiado en varias ferias y eventos, no solo por la originalidad de sus propuestas, sino por sus diseños para sets de programas de televisión al estilo de De tarde en casa y Enhorabuena (TunasVisión), que conduce y dirige su esposa, la siempre asombrosa Waldina Almaguer, Carlos Alberto Reyes es graduado de Filología de la Universidad de Oriente; aspecto que sorprende porque cuando uno aprecia sus obras piensa que él ha dedicado toda su existencia al arte. Mas no ha sido exactamente así, sobre todo porque para Carlos no cuentan los años en que de niño tocaba piano, guiado por su madre, profesora de música.
«Durante dos años y medio me convertí en investigador del Centro Cultural Africano. Como mis estudios trataban de explicar las influencias del arte africano en Santiago de Cuba, tuve que estar en contacto con muchos artistas y artesanos. Y aunque ya para ese entonces era un artista independiente evaluado por la ACAA (Asociación Cubana de Artesanos y Artistas), pues esa interacción me volvió a colocar en ese mundo.
«Me inicié, más en serio, como ayudante de un artista santiaguero, hasta que me sentí capaz de emprender mi propio camino, cuando comprobé que mis obras les gustaban a las personas y que yo podía hacerlo bien. De esa manera comencé a comercializar en la galería Forma, que fue la primera, y desde entonces hasta la fecha ha llovido su poquito. No niego que echo de menos la investigación, consultar libros, algo que me encantaba, pero ahora tengo tanto trabajo que solo consulto los libros para crear».
El caso es que Carlos Alberto Reyes ya se está haciendo muy habitual en la Feria Internacional de Artesanía, «un evento en el que, imagino, quisieran participar todos los artesanos, no solo por lo comercial, sino porque posibilita el intercambio muy cercano entre los artistas cubanos y de otros países. Al menos a mí me gusta reencontrarme con otros creadores que ya conozco y ver cuánto han avanzado, qué traen de nuevo.
«FIART me permite relacionarme directamente con el público que, al fin y al cabo, es lo que más interesa; ver sus reacciones, escuchar sus criterios, sus sugerencias. Yo creo que ese es el mayor premio: la evaluación constante de la gente».
—La artesanía está vista como un arte menor. ¿Qué opinas tú?
—Existe todo tipo de artesanía. He visto trabajos grandiosos y otros de muy poco valor. Yo, que he participado en eventos internacionales y en exposiciones colectivas, puedo decirte que, por regla, el artesano cubano es muy creativo. Estamos claros de que la artesanía no clasifica dentro de las conocidas artes plásticas, sin embargo, he podido apreciar piezas con un elevado nivel estético y conceptual, aunque esa no sea la media.
«En lo personal me satisface mucho cuando en FIART la gente se me acerca para felicitarme y decirme que mi propuesta está dentro de las mejores de la Feria y que “eso sí es arte”. Y no es que me tome muy en serio esos halagos, pero la verdad es que siempre me he esforzado por hacer cosas diferentes. De hecho, cuando compruebo que están apareciendo piezas similares a las mías, pues inmediatamente me muevo en otra dirección, busco superarme, hacer mucho mejor mi trabajo».
—¿Cómo conseguiste un sello?
—Yo empecé como ayudante de un artista, quien me decía: mira, yo quiero que tú me hagas esto y lo otro; y me daba los moldes. Cuando él llegaba al taller ya tenía las piezas, que salían con una textura que me llamaba mucho la atención. Luego, cuando me independicé, fui en busca de una textura similar que utilizo, sobre todo, en mis máscaras.
«¿Cómo hago? Pues luego quemo la pieza a la que después se le da una pátina, una base. Más tarde, le extraigo las luces y los claroscuros con óleos, acrílicos, barnices con pigmentos... Me gusta mucho encontrar los tonos metálicos que ofrecen la sensación de que estamos en presencia de una pieza oxidada, realizada con metal envejecido.
«Estoy consciente de que las máscaras son meramente comerciales, por ello, aunque tengan mucha aceptación, quiero salirme un poco y elaborar una obra que sea más artística; explotar la terracota pero usando técnicas de cerámica como el engobe, el rakú; otra técnica que aprendí de una profesora norteamericana...
«Mis relojes son más llamativos, quizá porque son piezas únicas, que incluso firmo. No los concibo a partir de moldes, sino que cada uno tiene una forma muy peculiar. Los decoro con elementos metálicos, aprovechando la chatarra de los relojes rusos que se vendieron en Cuba. Ahora estoy preparando condiciones para em-
plear el grabado, el papel manufacturado y la serigrafía en la confección de las esferas —hasta ahora había utilizado el arte digital— con lo cual conseguiré un acabado mayor».
—Muchos todavía recuerdan tus teléfonos, estuvieron durante más de un año en el hotel Telégrafo...
—Lo primero que hice para comercializar en las galerías fue los platos, muy diferentes a los que hoy se venden por ahí. En ellos empleaba elementos de la arquitectura colonial, que de un modo surrealista reproducía a relieve. Fue en esta búsqueda que me encontré con los teléfonos, después de visitar el museo ubicado en Águila y Dragones. Justamente de ahí surgió la idea de la exposición del Telégrafo, conformada por piezas que estuvieron decorando el hotel. En la actualidad continúo haciendo los teléfonos pero muy pocos, pues no quiero “prostituirlos”.
«Ahora tengo en mente otros proyectos, como preparar una exposición, la cual estará relacionada con el cine, así como otra cuyo centro serán las vasijas, el emblema de la cerámica, que quiero presentar con diseños novedosos y en las cuales trabajaré las texturas, incorporaré elementos como el vidrio, el metal...
—¿Qué te aporta vincularte también a la ambientación?
—Mi escuela en la ambientación fue la decoración del Santiago Café en el Hotel Santiago, donde se reprodujeron a tamaño natural los lugares más emblemáticos de la arquitectura santiaguera: la Catedral, el Hotel Casagranda, el Ayuntamiento... Allí aprendí a inventar, a buscar soluciones con los materiales que teníamos a mano: cartón, yeso, masilla, placas de pladur...; aprendí, por ejemplo, a patinar paredes... Eso me abrió las puertas para otros trabajos, y lo más importante es que aprendí algo nuevo, lo cual, como sabes, nunca está de más en la vida.