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Cine colombiano en La Habana

Una muestra de la diversidad genérica del cine contemporáneo de Colombia puede apreciarse a plenitud en el ciclo que se inició este domingo, en el cine Charles Chaplin

Autor:

Joel del Río

Un racimo de premios en prestigiosos festivales internacionales, el constante crecimiento de la producción y el incremento notable de la cantidad de espectadores, avalan el buen momento que, según certifican diversas y acreditadas fuentes, atraviesa el cine colombiano. Luego de una alentadora Ley de cine aprobada en 2003, y del triunfo internacional de cineastas como Sergio Cabrera (La estrategia del caracol), Víctor Gaviria (La vendedora de rosas) y Jorge Alí Triana (Bolívar soy yo), así como el éxito de coproducciones al estilo de La virgen de los sicarios (2001), María, llena eres de gracia (2004) o El amor en los tiempos del cólera (2008), la cinematografía de aquel país se esfuerza por trascender la moda coyuntural y devenir sistema, industria, arte, medio poderoso de comunicación y reflexión.

Una muestra de la diversidad genérica del cine contemporáneo colombiano (las películas están fechadas entre 2003 y 2007) puede apreciarse a plenitud en el ciclo que se inició este domingo, en el cine Charles Chaplin, con El ángel del acordeón (dirigida por María Camila Lizarazo) que relata la afición de un niño por ese instrumento musical, y cómo debe adquirirlo para conquistar el amor de su muchacha soñada. Rodada en hermosos parajes de la costa caribeña, el filme combina el romance infantil y juvenil con elementos musicales enraizados en el folclor nacional. Es una película concebida principalmente para niños y jóvenes, una vertiente deficitaria en el cine latinoamericano.

El thriller, género que incluye en su estructura narrativa el suspense, los giros sorpresivos de la trama, el delito, las persecuciones y la acción física, predomina en el ciclo. Muertos del susto, El Man (ambas de Harold Trompetero) y Perro come perro (que dirigió Carlos Moreno y fue aplaudido y galardonado en los festivales de La Habana, Guadalajara, Sundance, Gramado y en los premios nacionales de cine) clasifican en ese apartado, aunque se combinen aquí con toques de humor negro, y allá con guiños paródicos o de crítica social. Trompetero firma también un tercer título en esta muestra. Se titula Riverside y tiene que ver con la emigración a Estados Unidos y la erosión del sueño americano a través de un colombiano empeñado en regresar a su lugar de origen.

También comprometida con hechos reales, de importante repercusión social y psicológica, Hábitos sucios fue realizada por Carlos Palau en 2003, y pretende reconstruir la historia de la monja Leticia López, inculpada por el asesinato de una de sus compañeras de claustro. La película relee tales acontecimientos y se auxilia de técnicas documentales para presentar diversas versiones de lo que pudo ocurrir en realidad. El filme impactó la opinión pública colombiana, en tanto cultivaba la coyuntural tendencia a criticar demoledoramente al catolicismo, diatriba que se asoma también en títulos más «internacionales» como Amén, La mala educación, Las hermanas de la Magdalena o El código Da Vinci.

Dentro del cine de terror clasifica Al final del espectro, con dirección, producción, guión y música del debutante Juan Felipe Orozco. Fuertemente influido por el cine asiático, sobre todo por homólogos japoneses, el filme narra con eficacia la historia de una mujer que decide encerrarse en su apartamento, luego de que su novio muere en un accidente, y hasta allí la persiguen incomprensibles alucinaciones. La estupenda dirección de arte se combina con la fuerte tendencia, como debe ser en este género, de la fotografía, la edición y el sonido a provocar escalofríos y sacudimientos en el espectador. A pesar de la escasa tradición nacional en los campos del horror, el filme se colocó en el primer lugar de la taquilla nacional, hasta que Hollywood compró la idea para hacer el remake y Nicole Kidman se apasionó tanto con la película que decidió coproducirla y protagonizarla. Eso sí, exigió que fuera Orozco el director de la versión norteamericana, actualmente en vías de conclusión.

Además de lo dicho y escrito, en diciembre, nos llegará otra notable representación colombiana, esa vez dentro del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Se trata de cuatro títulos seleccionados para competir por los principales premios Coral: dos largometrajes de ficción de directores más experimentados, Los viajes del viento y Rabia, la ópera prima El vuelco del cangrejo y el cortometraje Punto fijo. De modo que tendremos productos colombianos compitiendo en los principales acápites del evento relacionados con el cine de ficción.

El poético título Los viajes del viento nombra la historia de Ignacio Carrillo, un juglar que durante años recorrió pueblos y regiones llevando cantos con su acordeón y que decide hacer un último viaje, a través de toda la región norte de Colombia, para devolverle el instrumento a su anciano maestro, y así nunca más volver a tocar. Fue dirigida por Ciro Guerra, director también de La sombra del caminante, cuyo éxito permitió que su segundo proyecto obtuviera el apoyo de la Cinefundación del Festival de Cannes con vistas a la culminación.

Coproducción hispano-colombiana dirigida por el ecuatoriano Sebastián Cordero (Ratas, ratones y rateros, Crónicas) alcanzó el Premio Especial del Festival Internacional de Cine de Tokio, gracias a la energía y dramatismo que concentra Rabia, la historia de Rosa, una inmigrante colombiana en España (país de donde procede la mayor parte del reparto) y su novio, el actor mexicano Gustavo Sánchez, protagonistas de este thriller psicológico y claustrofóbico con tintes de misterio, crimen y redención, inspirado en una novela del argentino Sergio Bizzio.

Por su parte, la ópera prima El vuelco del cangrejo fue filmada en La Barra, pueblo de la costa pacífica habitado por una ancestral, y casi desconocida, comunidad afrodescendiente cuya vida cotidiana es realzada desde un enfoque que cabalga entre la ficción y el documental. Producida contra todas las dificultades posibles: climáticas, económicas, emocionales, culturales; el joven director, productor y guionista Oscar Ruiz Navia, considera que «hacer cine no es un trabajo de genios sino una labor que se construye a diario».

Cine hecho por incansables y apasionados, profesionales y aficionados, atento a la verdad, al rigor y a la taquilla, el colombiano está en un buen momento. Eso lo dijimos ya. Lo que no hemos dicho es que, de acuerdo con estos títulos, días mejores vendrán.

 

 

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