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La obra Y sin embargo, se mueve, un «mazazo» con cantera

La más reciente puesta en escena de Carlos Alberto Cremata, director de la compañía de teatro infantil La Colmenita, nos demuestra una vez más que para él no hay nada más esencial que mantener la espiritualidad, que cultivar sin cansancio valores humanos y éticos

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Dirán que soy un fan incurable de La Colmenita, y no me sonroja. Admiro todo lo que Carlos Alberto Cremata y su inseparable equipo logran con quienes integran la emblemática compañía de teatro infantil. Estoy pensando, sobre todo, en lo que consiguen con esos muchachos desde lo humano, más allá de los evidentes resultados artísticos que los respaldan a lo largo de estos años.

Hacer que esos «hombres del mañana» que hoy juegan al teatro se comporten y piensen como niños de carne y hueso, inmunizados contra todo lo que huela a robótica, tiene un mérito incalculable. Y es que Tim Cremata sabe del peligro que significa que en la adultez se pierdan la infancia, los deseos, los buenos sentimientos, porque entonces el adulto termina perdiéndose a sí mismo. Para el director de La Colmenita no hay nada más esencial que mantener la espiritualidad, que cultivar sin cansancio valores humanos y éticos.

Nos lo demuestra otra vez con su más reciente puesta en escena: Y sin embargo, se mueve, pieza original del dramaturgo Alexander Jmélik con la cual cerró este viernes la primera jornada del XIII Festival Internacional de Teatro de La Habana, y que permanecerá en cartelera hasta el próximo lunes en el Teatro de la Orden Tercera.

Vaya «broma» en dos actos que Cremata vuelve a retomar después de haberla estrenado con La Colmena en 1992. Uno llega a pensar que, ubicándonos en la ex Unión Soviética de los niños que cantaban un cielo azul y un redondel... (gracias en buena medida al logrado vestuario de Magaly Acosta), Tim nos quiere hablar sobre la educación, cuando la bella María (Carolina Fernández), con una voz como la que deben tener los ángeles, comienza a interpretar Historia de las sillas para llevarnos luego a su aula donde se realiza un examen de Matemática, interrumpido por la llegada tarde de Lapatún (Olito Tamayo) y su explicación del porqué de la demora, lo cual desata la histeria, la ironía hiriente de la Maestra (Claudia «Muma» Alvariño).

Sin embargo, el aula del «Lapa», de María, Peco (Ernesto Escalona) y Pando (Daniel Ramírez) refleja, en cierta medida, la sociedad cubana. Por supuesto que si se va a mostrar parte de la realidad cubana, y se va a cantar a Cuba y su gente, nada mejor que las canciones revolucionarias (en todos los sentidos), sencillamente hermosas y plenas de verdades de Silvio: aquellas que son fina poesía; flor y cañón.

En Y sin embargo... aparecen con otros nombres esos personajes que desgraciadamente existen: una Maestra «casi normal», rodeada de miedos después que el esposo desapareciera «raptado» por «extraterrestres»; alguien a quien no le parece muy «correcto» soñar y es capaz de decir: «Decida, yo no puedo más... ¡o él o yo!». Una Directora (Yanín Penalba) temerosa («Estaría loca si pretendiera bajar el por ciento de promoción»), porque «mañana esta historia se conocerá en todas partes…» que extravía el camino de la ética y manipula («...hay que encontrar fuerzas, sacar la valentía moral, el decoro que todo hombre lleva dentro... es posible que los otros se rían de ti... ¡no importa!... hasta eso es necesario para la causa común... que es también la tuya...), cuando pide a Lapatún llegar a un «arreglo». También está Shafín (impresionante la pequeña Ingrid Lobaina), que es de esas personas que se permiten el privilegio de la duda (¿hasta dónde debemos practicar las verdades?, se dirá, como Silvio, este personaje) y llega a preguntarse: «¿Qué clase de personas somos? ¿Por qué todo lo podemos esclarecer y no creemos en nada? (...) ¿Cómo es que vivimos, entonces?».

Pero los personajes que ponen los pelos de punta son Marco (Héctor D. Rosales), jefe del Consejo Estudiantil, y las Chicas Severas de dicho Consejo (Magela Campos, Wendy de la Rosa y Ana Laura Escalona). En ellos, enfermos de Unanimidad, se resume el oportunismo, el formalismo, la burocracia, el verticalismo, el dogmatismo, la intolerancia...

Y sin embargo, se mueve es un texto visceral que nos sorprende totalmente por su actualidad y por el montaje de Carlos Alberto Cremata, quien nos regala aquí una puesta inteligente y dinámica, la cual se apoya en el atinado diseño de luces de Reynier Rodríguez, en el magnífico sonido (Janet Rodríguez), en el fabuloso mundo colmado de significados (estrellas, tiovivos, que dan vueltas como la vida que no se detiene), concebido por Inés Garrido y sus alumnos de San Alejandro; en la música, ¡no faltaba más!, de Silvio Rodríguez (interpretada en vivo, por la valiosa labor de Amaury Ramírez, de una manera magistral)... Pero, sobre todo, en las excelentes interpretaciones.

En Y sin embargo..., Tim consigue que tanto los niños como los adultos, sin excepción, emitan luz. Pero, lo más impresionante, es la actuación de Olito, cuyo vestuario y todo él nos remiten al maravilloso Jackie Coogan de El Chicuelo, del genial Charles Chaplin, aunque Olito, cuyo Lapatún es una especie de Galileo en miniatura, con la defensa transparente de su rol brilla con luz propia.

Razón tenía el cantautor cuando, en la primera noche de la sutilmente conmovedora Y sin embargo, se mueve, aseguraba que si ver esta pieza era necesario para los niños, resultaba impostergable para los mayores. Lo cierto es que esta es de esas obras que provocan una revolución de neuronas, y nos deleitan al combinar armoniosamente ternura, humor, crítica inteligente, música de la buena; de esas obras que tocan directamente al pensamiento y al corazón.

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