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Confesiones de Tony Menéndez

Hace unos días ofreció su más reciente espectáculo en saludo al aniversario 50 de la Revolución Cubana. En diálogo con JR, compartió recuerdos y visiones de esta Isla

Autor:

Alina Perera Robbio

Sucedió hace una década. Quiso ofrecer ballet acuático sobre un escenario de madera. Para eso se empeñó en construir dos piscinas inusuales debajo de las luces. En un principio era solo la idea. Pero como él creía en la posibilidad de lograr su anhelo con pocos recursos, perdió el sueño hasta que la idea se fue haciendo tangible.

Se agenció recortes de gomas y los hizo derretir en una fábrica. Así nació la pieza enorme, impermeable, para la cual unos herreros habían fundido un gran molde.

Encima de aquella goma derretida, cuidadosamente pintada, colocada y atada sobre la jaula de hierro, se pusieron unos coralillos. Algunos aseguraban que el teatro sufriría una inundación devastadora. Pero él no se detuvo: buscó especialistas con los cuales averiguar si el peso del agua rompería los aljibes. Y buscó bomberos que, entusiastas, pusieron el agua sobre el escenario y luego se encargaron de dragarla cuando todo hubo terminado.

«Aquellos eran dos lagos en medio del Teatro Nacional. Imaginación pura, nada de recursos...». Así José Antonio Menéndez Egües —Tony Menéndez, como el pueblo lo conoce y quiere— recuerda una de sus tantas audacias del espectáculo.

Mi entrevistado —quien parece tener un pacto con el tiempo, pues su cara de niño sigue inmarchitable— suele provocar esas emociones al borde de todo abismo. Por suerte la energía telúrica con que arrostra todo, su optimismo, su inteligencia y el desvelo con que asume la carrera, lo llevan siempre de la mano hacia las puertas de salida al éxito.

«Creo que Tony Menéndez es una ráfaga ígnea que ha atravesado la Isla y que su obra ya marca un estilo en el escenario cubano. Un estilo cosmopolita de gran creatividad, que a la vez que entretiene nos pone a pensar y nos sitúa de golpe en la contemporaneidad», ha expresado el Premio Nacional de Literatura Miguel Barnet, para quien resulta «un milagro» que Tony pueda manejar con destreza y rigor a cientos de personas, durante horas, sobre un escenario.

El Premio Nacional de Teatro, José Antonio Rodríguez, lo ha llamado «geniecito (...), grande de la escena, algo así como un rey del gran espectáculo», y ha felicitado «de todo corazón a su obra insigne, su Compañía y escuela-taller».

Hace unos días Tony Menéndez, como parte de las opciones del verano, ofreció su más reciente espectáculo en el capitalino teatro Astral (Todo por la Revolución), dedicado al aniversario 50 de la Revolución Cubana. Volvieron a subir cientos de niños y jóvenes al escenario, y como de costumbre, se desató una vorágine de espectadores.

Pronto, en la última semana de agosto, reabrirán las matrículas de la escuela donde, a lo largo de más de 20 años, según reconoce Tony, se han formado como artistas del espectáculo miles de cubanos, aunque él no se atreve a explicitar cifras.

Como todo ser humano, este Director Artístico General de una Compañía de espectáculos, de una escuela, de una orquesta, y de un teatro, no puede predecir mucho. Lo que sí tiene claro es que su relación con la Isla en la cual nació es entrañable, y que estará ofreciendo su arte hasta que le den las fuerzas.

«Soy graduado del Instituto Superior de Arte (ISA), licenciado en Artes Escénicas —comenta. Es difícil que yo pudiese haber tomado otros caminos, pues nadie puede abstraerse de sus herencias. Desde niño —hablo de dos, tres años de edad— ya bailaba, me hacía sentir».

—¿Cuáles son las raíces?

—Mi abuela materna era profesora de música. Mi madre era toda una artista. Era pianista profesional. Estudió ballet y periodismo. Después hizo la licenciatura y el doctorado en Letras. En cuanto a mi padre, su familia quería que fuera ingeniero, doctor o cosas parecidas. Para ellos, ser artista era no ser importante. Él era un bailarín tremendo. Ganaba en las competencias a las cuales se presentaba. Pero tuvo que hacerse ingeniero, y fue profesor universitario hasta que se jubiló.

«Provengo de dos seres simpáticos, naturales, espontáneos. Artistas. Recuerdo que mi madre me enseñaba poemas y yo los cogía al vuelo. Desde pequeño recitaba, cantaba, tocaba instrumentos musicales, hasta que ella me llevó a las escuelas de arte. Así estudié guitarra, piano, ballet, canto, declamación, tantas cosas...».

La historia de la Compañía Tony Menéndez es larga. Se remonta a cuando él era un niño de diez años y solía comparecer con grupos de muchachos en los programas televisivos. Entonces sus padres eran quienes lo llevaban adonde hacía falta. Él recuerda, entre otros, a Escenario escolar, a Que siempre brille el sol, a muchos festivales (de teatro, música y danza).

Después llegaron los programas Para bailar, Joven joven, Buenas tardes, Juntos a las nueve, Para sentir amor. Y en ese último espacio permaneció años mientras llevaba una sección de danza llamada Temas inolvidables, para la cual preparaba diversos temas con su Compañía. Al pasar el tiempo llegaron otros musicales: Los domingos no están contados, Para que tú lo bailes...

Tony Menéndez reconoce que ha vivido una temporada muy larga e intensa de aprendizaje y trabajo: «Durante los cinco años que estudié en el ISA, me desempeñé como coreógrafo en el teatro Karl Marx. Allí fue donde tomó más cuerpo la Compañía, la cual se presentaba en eventos nacionales e internacionales. Soy fundador, además, de los Lucas, ese suceso del video clip cubano».

—La compañía fue creciendo...

—A los años de haber comenzado con la Compañía, la gente comenzó a preguntar qué podía hacerse para pertenecer a ella. Hacía falta una cantera que formara integralmente a un artista del espectáculo. Así nació la escuela. Ya la experiencia del Karl Marx había sido una suerte de colegio para muchos.

«Después pudimos tener un espacio que nos garantizó la Asociación Hermanos Saíz (AHS). De ahí pasamos por varios lugares, hasta llegar al que hoy es el teatro de la Compañía, ubicado en la calle Reina entre Rayo y Galiano, en Centro Habana, donde también radican la escuela y la orquesta».

—¿Cuántas personas calculas que hayas ayudado a iniciarse y formarse en el mundo del arte?

—Miles. Y pensarás que exagero. Pero llevamos más de 20 años, y cada curso la matrícula es numerosa. Tengo bailarines que empezaron en la Compañía con cinco años de edad y ahora tienen 17, 18, 20...

—Este año, por ejemplo, ¿cuántos pasaron por la escuela?

—Casi mil alumnos. La escuela tiene varios niveles de enseñanza, grupos, códigos establecidos para enseñar a bailar o formarse integralmente como artista a todo el que quiera hacerlo, tenga más o menos condiciones.

—Hablas con mucha pasión de formar artistas. Te hace bien compartir lo que sabes...

—A mí me realiza todo lo que me propongo hacer y hago. Emprendo las cosas con devoción. Les pongo mucha fuerza, corazón, hasta que se logran. Sin que falte la minuciosa búsqueda de la perfección, de lo preciso. Me gusta ser perfeccionista, porque pienso que el público también lo es.

—Hay quienes piensan que es difícil emprender las cosas de manera óptima y no quedarse a medias en un país como el nuestro. ¿Tú qué opinas?

—Eso de que las cosas no pueden hacerse bien es para mí una justificación mayúscula. Aquí la gente tiene la formación profunda que necesita. Cuando voy por el mundo y participo en eventos, pienso: no tenemos nada que envidiar a otros. Lo que más vale en el mundo moderno son las ideas, las buenas ocurrencias. Y nosotros, de eso, tenemos mucho.

—Has enfrentado prejuicios en tu carrera profesional, pero otras fuerzas te han acompañado...

—He tenido que enfrentar muchos demonios. Pero para equilibrar esa suerte también me han acompañado las fuerzas de la bondad, la honestidad y la justicia. Porque este es un país honesto que en su médula está hecho de personas extraordinarias, cuyos pilares éticos vienen de Martí, del Che, de Fidel, de muchos héroes y grandes poetas, de intelectuales de la talla de Juan Marinello y Alejo Carpentier.

—¿De qué fuentes alimentas tu espíritu?

—De mirar a la gente sencilla y batalladora. Me alimento de lo que también siento, leo y vivo con intensidad.

—¿Cómo definirías esta Isla en la cual has nacido?

—Como distinta, como una fuente descomunal de energía, como un sol. Aquí se condensa lo real maravilloso de lo que tanto habló Carpentier. Esta es la Isla del Tesoro. Y el tesoro somos los cubanos.

—¿Y cómo definirías la Isla soñada por ti?

—La soñada es aquella en la cual los artistas, y todos, sueñen todo el tiempo. Es el espacio donde tengan su aire los laboriosos y los creativos.

—¿Cuáles son tus intenciones?

—Crear libremente. Sé como hacerlo, sin hacer daño, sin romper nada, sin angustiar, entristecer o frustrar a alguien. Solo pretendo hacer espectáculos con toda la imaginación posible, con excelencia y auténtica pasión.

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