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Tiburón Morales: El son es mi existencia

El carismático músico cubano, líder del conjunto santiaguero Son 14, afirma que el género es para sus cultores un credo y no morirá nunca

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Foto: Mabel Machado Conocí a Tiburón Morales una noche de marzo en el Salón del Son de Santiago de Cuba, esa enigmática ciudad donde la música tradicional pervive en su matiz más clásico. Se quedó allí luego de darle «la vuelta a una ceiba misteriosa en la barriada del Tivolí».

Llegó junto a Adalberto Álvarez para cantar en un nuevo grupo. Se había despojado antes de los spikes, el bate y la pelota, y caminó hacia el «montículo» de la música. Se llevó consigo su imagen de hombre espontáneo, su gran sentido del humor y conservó la melena y el sombrero —que sin él una piensa: ya no se parece a aquel guajiro nacido en Guayabal (pueblo costero que pertenece actualmente a Las Tunas).

Ahora lo «descubro» en ese establecimiento de la santiaguera Calle Enramada, entre los sones que hace solo unas décadas estremecían a multitudes de bailadores en Cuba. Da su voz en El son de la madrugada, después insiste con una entrada rumbera en A Bayamo en coche, y conquista al público.

No permito que se escape. Lo interpelo en el pasillo que conduce al camerino. Sé que regresará a escena para cerrar la cita nocturna, donde lo volverán a aclamar. Le dejo contar su historia, solo lo encamino con algunas preguntas.

—Tiburón, ¿qué ha sucedido con Son 14?

—Recientemente regresamos de la Feria de Cali. Fue una cosa increíble. Se me salían las lágrimas de ver cómo la gente lloraba, porque la agrupación —después de 15 años— volvía al evento. Fueron Los Van Van, el Gran Combo de Puerto Rico y Gilberto Santa Rosa. Todo el mundo estaba allí. Y Son 14 fue a «reclamar» el lugar que le pertenecía en Colombia.

—¿Usted tiene la batuta del conjunto actualmente?

—Claro. Lo dirigimos Adalberto y yo.

—¿Y cuál es su repertorio?

—En el exterior los números que se conocen son los que grabamos antaño: A Bayamo en coche y Tal vez vuelvas a llamarme, nos pasa lo mismo con El son de la madrugada. Si no tocamos esas canciones no somos nadie. Cuando las interpretamos, donde quiera, la gente las baila.

«No hemos sido tan brutos, porque recuperamos ese repertorio. Lo primero que hay que hacer es ponerse los zapatos y después caminar. El Comandante Juan Almeida nos ha dicho que no podemos perder esos números: “Nunca. Recuerden que esas son las alas para volar. Ustedes pasan a la historia como uno de los grupos creativos de Cuba. Mantengan eso”. Siempre nos lo ha mencionado».

—¿Tienen en proyecto algún disco?

—Son 14 había grabado álbumes tan seguido que teníamos que dejar que refrescara el mercado, que la gente nos echara de menos. Este año entraremos a los estudios de la EGREM. Hace cuatro que no lo hacemos y tenemos muchos temas.

—Su agrupación está integrada por una buena suma de jóvenes artistas, que le han aportado a la sonoridad de la orquesta.

—¿Viste cuántos hay? Es una escuela. Los que tenemos en Son 14 son soneros. Los vamos formando aquí.

—Hablaba de personas que en Colombia esperaban a la orquesta, tarareaban sus títulos y se sentían complacidos. Y ustedes, ¿qué buscan cuando actúan para el público?

—Nos gusta que el pueblo nos quiera y nos recuerde siempre, como hacen con Compay Segundo y con aquellos músicos a los que la suerte les vino tardíamente. Ellos hicieron un trabajo de años, sin interés venidero. Son inmortales. Le sucedió también a Polo Montañez. En poco tiempo se convirtió en imprescindible. Eso perseguimos.

«Pero hay artistas que empalagan. No voy mucho a la televisión, aunque los hay que van todos los días. Llega un momento que la gente apaga el televisor. En la viña del Señor existe de todo. Es un mundo no perfecto, debemos saber convivir con ello».

—En uno de los estribillos les escuché decir que el son vive porque existen los soneros. ¿Es por eso que el género pervive en esta ciudad tal como anunció Matamoros en sus canciones?

—Santiago ha sabido mantenerlo. Por algo todos los grandes cantantes vienen hasta aquí. No es que haya fatalismo geográfico. La Habana tiene el desarrollo, pero acá está lo genuino, lo que comenzó y esta tierra ha puesto la vida para conservarlo».

—Cuando habla de esta ciudad, percibo cierta atracción mutua, algo de pertenencia que lo hizo quedarse a vivir en ella...

—Soy como la rana que, cuando la tiran al agua, está cómoda. A mí me gusta el son.

—Si tuviera que repensar su imagen de músico, ¿se quitaría el sombrero? ¿ya no usaría melena?

—Soy así desde que comencé. Mi pelo lo tengo por debajo del sombrero. La gente se extrañó cuando Oscar D’León tuvo que pelarse «al coco» porque se estaba quedando calvo.

—¿Pero usted es Tiburón?

—Sí, aunque Tiburón no se pela «al coco». No está loco.

—¿Cómo llegó Eduardo Morales a la música?

—Era pelotero del equipo Granjeros, de Camagüey. Estuve ocho años en la Serie Nacional de Béisbol. Jugaba los jardines y primera base. Cuando alguna orquesta le tocaba a mis compañeros, la gente decía: «Que cante Tiburón». Y yo cantaba.

—¿Cómo se encontró con Adalberto Álvarez?

—Siempre estaba en el estadio Cándido González, de Camagüey. Iba frecuentemente con el difunto Ubaldo Canes —quien trabajó después en Son 14 y marcó pautas como tumbador para los que vinieron detrás, porque ayudó a formar la sonoridad de la orquesta con su ritmo.

«Adalberto me escuchaba cantar cuando se iba la luz en el estadio. Un día le dije que me diera un chance en el conjunto, pues me comentaron que faltaba uno. ¡Pero qué grupo! Queríamos que la agrupación fuera camagüeyana, pero allí no encontramos quién nos ayudara.

Tiburón Morales y Adalberto Álvarez (ambos a la izquierda) junto al resto del grupo Son 14 en los años 80. Foto: Expósito «Finalmente pudimos crear Son 14 en 1978, en Santiago de Cuba. Nos gustó esta tierra, que es de rumba y son. Además, aquí pude jugar pelota. No fue difícil acostumbrarme. Me agradó la gente».

—¿Siempre tuvo fe en el grupo?

—Claro. Porque su primer director era un talento. Siempre le dije: «Haz números que tengan guía y déjame un pedacito para yo hablar de montes y tú verás adónde vamos a llegar». Y Son 14 fue al Guzmán. Acabamos con el tema Calle Enramada. Después nos medimos con Irakere, que eran muchachos como nosotros. Nos hicimos sentir.

—Sin embargo, Adalberto y Son 14 continuaron por sendas separadas...

—Él le hacía falta a la cultura cubana. Lo compartimos. Yo me quedé con Son 14. Entre nosotros no ha habido problemas. Adalberto se fue para La Habana, pero es prácticamente mi jefe. He trabajado con él tanto en Cuba como en el extranjero.

—Algunos afirman que el son se fue de Cuba, que ya no hay cultores del género en la Isla. ¿Es cierto?

—No se ha ido. Nunca. Vemos cómo el ministro de Cultura, Abel Prieto, nos plantea que defendamos esta música, amén de que también coexista con la foránea. Pero a veces observamos cómo esa otra melodía tiene prioridad y, sin embargo, fuera de la nación no la escucha nadie.

—¿Existe creatividad entre los soneros cubanos para contrarrestar ese fenómeno?

—La hay. Cándido Fabré es uno de ellos. Es una locomotora de ideas. Juan Formell y Adalberto ni hablar. Pupy (César Pedroso), Pancho Amat y Manolito Simonet son grandes. El son no va a morir nunca. Es la existencia nuestra. Es la música más bailable del planeta.

«Le pusieron salsa para lo comercial, para no reconocer que esa música era de Cuba. Porque hasta en eso, allá afuera, se aprovecharon con sus satélites para cambiarle el nombre. Pero esto es son cubano. Si le quitas la tumbadora y el bongó, será otra cosa. Los grandes de este continente, a veces nos piden: “Con permiso de los cubanos, vamos a ganarnos la comida con su música. Esto no es salsa, es son”.

«Lo han hecho artistas del Gran Combo de Puerto Rico. El género no muere, porque si lo hace perece la bandera y el himno. Eso nos dejaron antecesores como Miguel Matamoros. Mira con cuántos soneros ya cuenta esta orquesta, cuántos jóvenes hay que no conocieron a Matamoros, pero ahí están.

«Formell, Adalberto y muchos otros les han inculcado la cubanía a sus músicos. Hemos representado a Cuba y llevamos nuestra sonoridad a todas partes. Los artistas llevamos al mundo el mensaje de la Revolución».

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