Leandro Estupiñán. Foto: Amaurys Betancourt La historia de mi entrevistado bien pudiese llevar un exergo tomado de aquel conocido poema de Fayad Jamís: «Con tantos palos que te dio la vida/ y aún sigues dándole a la vida sueños». Pero solo marquemos el segundo verso.
Al doblar de sus 30 años, Leandro Estupiñán comienza a llenar con buena tinta su hoja de ruta literaria. Desde la querida Holguín y por distintas fuentes, me ha llegado la noticia de que El invitado (Ediciones Holguín, 2008), su primer libro de cuentos, se ha convertido en los últimos meses en lo que bien podríamos llamar un suceso editorial en la Ciudad de los Parques. Y su autor, mi buen amigo, no me ha dicho nada.
Como narrador debutó hace menos de una década. Desde entonces sus cuentos han aparecido en diversas publicaciones entre las que sobresale La Gaceta de Cuba, donde recibió mención del Premio de Cuento que convoca cada año esa prestigiosa revista. Y si de galardones estamos hablando, hay que mencionar el Premio de Narrativa de la Ciudad de Holguín, el pasado año, pasaporte para publicar El invitado, uno de los títulos propuestos por la editorial holguinera para optar por el venidero Premio de la Crítica.
En sus años de estudiante de Periodismo en la Universidad de La Habana (UH), Leo no fue un alumno regodeado en notas sobresalientes. Sin embargo, profesores y antiguos compañeros lo recordamos como una de las mejores plumas que ha pasado en aquellos años por la Facultad de Comunicación. Entonces no es de extrañar el Premio de Periodismo Cultural Rubén Martínez Villena en 2007.
Hoy es uno de los periodistas más jóvenes de la plantilla del periódico provincial ¡ahora! Atiende la página cultural y goza del respeto de los lectores, las personalidades y las instituciones de la región. Mi colega tiene la virtud de enfilar sus críticas en justa medida y, a su vez, aguzar los elogios con certeza.
Nos une una profunda amistad. Quizá por eso (y la inmensa modestia que lo caracteriza), inventó mil motivos para esquivar mi entrevista. Pero no pudo lograrlo:
—Viviste y estudiaste en La Habana, pero contrario a la mayoría volviste a Holguín a ejercer tu carrera. ¿«Fatalismo geográfico»?
—En realidad mi fatalismo es la desdicha de coexistir con mentes provincianas. Eso es lo que he querido experimentar luego de la Universidad, que es un salto cualitativo en la vida intelectual de cualquiera. En mí lo fue mucho. Siempre tuve la certeza de que regresaría a Holguín, aunque no la tengo de vivir para siempre aquí. Uno nunca sabe, y no hago planes a largo plazo. Las provincias son junglas en las que vale la pena introducirse, aunque quedes en el intento. He conocido casos».
—¿Cuál es la filosofía de los personajes que aparecen en tu libro El invitado?
—La incertidumbre. La mayoría ha llegado a un estado de duda tal que comienzan a hacerse preguntas en torno a su circunstancia. Fueron cuentos escritos en un momento de tránsito, porque comenzaba a trabajar luego de haberme graduado fuera de tiempo a causa de un accidente automovilístico. De alguna manera este cambio de ambiente me marcó. Las ocho narraciones del libro eran historias que venían conmigo desde la etapa universitaria. Y es un libro pequeño, de 80 páginas. No creo haber llegado a ningún lugar con él. Solo es una manera de exteriorizar historias que a uno lo persiguen y que tiene el deber de contar, porque de alguna manera hay que recoger nuestro paso por el mundo. Es mi criterio; escribir es mi manera de dejar un testimonio de esta vida que nos ha tocado, sin censuras, sin límites, como la propia existencia».
—¿Qué proyectos te absorben ahora mismo?
—Me dedico fundamentalmente a dos, casi ya terminados. Uno de ellos es un tema que pudo ser mi trabajo de tesis y no lo fue. Quizá no sea el que más me satisfaga, por lo agobiante que resulta una investigación, pero me creo útil al ofrecer informaciones y conclusiones a las que he llegado gracias al estudio de ese suplemento que se llamó Lunes de Revolución, un espacio polémico.
«La guía “espiritual” de este proyecto ha sido, de cierta manera, Graziella Pogolotti, a quien agradezco mucho, y esto debería ir en el pórtico del texto o los textos, si logran realizarse. Son dos libros: una selección de los trabajos más significativos del magazín y otro donde intento exponer mis ideas sobre la publicación y su circunstancia. No creo que pueda hacer mayor aporte ahora que ese».
—¿Cómo ves la aparente «dualidad» entre periodismo y literatura?
—No veo dualidad, solo cierta diferencia metodológica. Hay malos periodistas y pésimos escritores. Y el aburrimiento y el cliché producido por factores diversos no escapan a los dos campos. Es cierto que el trabajo de un diario —o una emisora radial— es agobiante y apenas deja tiempo para mucho. Es cierto que te puede anquilosar la escritura pero, ¿cómo saber si no soy desde el principio un tipo de escritura anquilosada, aun sin haber sido periodista? A fin de cuentas, el asunto es escribir, escribir lo mejor que uno pueda, por supuesto».