CIENFUEGOS.— Esta reseña puede bien comenzar con una pequeña apología personal a quien primero logró interesarme en serio por el cine, «único arte capaz de conciliar las otras seis manifestaciones en sí y a la vez tener una independencia abrazadora que lo hace inigualable», para decirlo con las propias palabras de Julio Martínez Molina.
Arte que para el también autor de Haikus de mi emoción fílmica ha devenido una verdadera obsesión profesional, traducida en la avalancha de críticas cinematográficas con que bombardea el universo digital e impreso de Cienfuegos, y de un poco más allá.
De esta vasta producción de Martínez Molina, la Editorial Mecenas organizó para su último plan editorial una selección, casi al azar, a juzgar por la heterogeneidad de estas reseñas, solo unificadas por el estilo inconfundible del crítico. Lo anterior marca la diferencia fundamental de su nuevo texto respecto a Norteamérica, cine de fin de siglo y Cine contemporáneo, cauces y afluencias (sus volúmenes anteriores de 2000 y 2005, respectivamente), donde estaba más definido el objeto de análisis.
En lo que a estructura respecta, Haikus... deviene una especie de secuela del primer texto mencionado, pero de voluntad ecuménica multinacional y multicultural, donde se adivina el principio subyacente tras él, de que el cine solo debe clasificarse de dos maneras arquetípicas (con toda la flexibilidad que conlleva tal definición).
Estas son: bueno y malo; nunca anteponiendo géneros sobre otros, o nacionalidades sobre otras, según dictan los derroteros de lentejuelas, marcados por intenciones manipuladoras.
En el redil de Martínez Molina, quien cumple el primer requisito de un crítico: ser buen espectador, pues caen filmes de casi todos los continentes realizados en los últimos 15 años; diseccionados todos con el mismo rigor y desprejuicio de quien asume el Arte como principal tamiz a la hora de analizar lo mismo un filme de corte comercial que el más puro cine de autor. Mas el crítico cienfueguero —miembro de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica y la FIPRESCI— sabe ponerle el sayo a cada cual y con la mayor certeza posible otorgarle el merecido mérito (o demérito) dentro del amplísimo panorama del cine mundial.
Panorama que incluye, entre muchísimas otras, las presencias de Kim Ki-duk, Zhang Yimou, Pablo Trapero, Quentin Tarantino, Martin Scorsese, Humberto Solás, los hermanos Dardenne, Francois Dupeyron, Pedro Almodóvar...
Sirve entonces Haikus... como suerte de guía especializada que orienta a los lectores, con aspiraciones de cinéfilos, por entre las montañas de bazofia peliculera. Sus coordenadas alcanzan todas las latitudes fílmicas, pues el buen arte no tiene nacionalidad declarada, sino que bebe de lo genuino de las diferentes culturas de la Humanidad, en pleno proceso de asfixia.
Además de estas innegables virtudes, para un ojo más avezado y perspicaz, que persiga objetivos tan bizarros como criticar a un crítico, el libro de Martínez Molina es un recorrido por el laboratorio creativo del autor (frase que pido prestada a mi profesor Eduardo Heras León), su herramental técnico-teórico, sus presupuestos ideoestéticos, y la evolución de estos por 15 años de ganar en ojeras ante la pantalla.
Depositario el autor de una amplia cultura universal, rica en referentes que le permite concatenar causas y consecuencias cómodamente, sus críticas logran contar con enriquecedoras citas a otras artes más luengas que han nutrido al Cine en sus 113 años de existencia.
El amplio vocabulario y la a veces intrincada sintaxis de sus textos no tienen por qué impedir el disfrute de suaves ironías, reflexiones inteligentes y guiños picarescos que aderezan la deglución de los Haikus... de Martínez Molina.
Claro que es un libro especializado, para lectores que también lo sean o busquen llegar a esos niveles de conocimientos. No es un texto de difusión artística que desmenuza conceptos, definiciones y categorías con afán didáctico de nobles propósitos, sino que, confiando en la madurez cultural del pueblo cubano, constituye un producto acabado con el más fino toque de profesionalidad periodística.