Omerta es una película cubana de gángsteres, en la línea de El Padrino, y de algún modo parecida a ciertos filmes realizados por Alfred Hitchcock o protagonizados por Edward G. Robinson. Se agradece que Pavel Giroud, el director y guionista, se arriesgara a pulsar una asignatura pendiente del cine nacional, y al mismo tiempo, probara fuerzas en un género que a todas luces adora. Aquí está el tipo duro venido a menos, pero todavía caballeroso y gentil, insobornable y bondadoso; se prueba el suspenso inherente al subgénero caper (variante del cine criminal consagrada a relatar un gran golpe emprendido por uno o más delincuentes); aparecen por supuesto los códigos de honor y lealtad entre los implicados; está el héroe envejecido que se enfrenta a ese último robo que le permitirá tal vez redimirse... pero la manipulación dramática de todos estos motivos no alcanza —por mucho que este crítico se empeñara en autoconvencerse— la lógica irreprochable, la entidad y el calado inherentes a las grandes películas de ese género (entiéndase no solo los añejos ejemplos mencionados, sino también otros más contemporáneos dirigidos por Martin Scorsese, Takeshi Kitano o Quentin Tarantino, por ejemplo).
Algo ha fallado en la esperable fluencia de afectos entre el público y esta nueva película cubana. A mi entender, tal comunicación se vio obstaculizada por la casi imposibilidad de identificación con algún personaje, y también se debe a la extrema diversidad de tonos elegidos por el autor, pues si bien el filme cataloga como un todo dentro del cine criminal, hay demasiados momentos consagrados a la farsa, la parodia, e incluso al musical y el drama romántico. Tales momentos dispersan la atención del respetable pues rompen la tónica, la lógica del relato y el ritmo narrativo que se supone dominante. Demasiado juguetonas, o paródicas, ciertas escenas que se suponían melodramáticamente cruciales; excesos de pomposidad en el lenguaje de la fotografía (encuadres hipersofisticados, constantes barridos, movimientos nerviosos de cámara, zooms reiterados) que también contribuyen al distanciamiento; diálogos y acciones acartonadas, solemnes o ritualizadas; música grandilocuente en apoyo de acciones mínimas; retrospectivas que poco favorecen la profundización en la siquis de los personajes que las protagonizan y además entorpecen el fluir de la muy desvaída trama principal; ambigüedad en el acercamiento a los preceptos éticos de los personajes; un asesinato vindicativo al son de los Van Van, que llega a desconcertar al más tolerante de los espectadores; ausencia de humor y de tragedia, de drama y de comedia, o por lo menos torpeza en el manejo de las cuotas precisas de cada ingrediente... en fin, se asumieron muy externamente los códigos elegidos, y el producto termina siendo una película rara, distante, hierática.
En una época como la actualidad, cuando se percibe el viraje del cine nacional hacia los géneros convencionalmente aceptados (Barrio Cuba, Personal Belongings y Mañana, en el drama filial; Viva Cuba y Miel para Oshún en la road movie; El Benny, Bailando chachachá, el segundo cuento de Tres veces dos y Habana Blues, en el musical; Kangamba en lo bélico) habrá de tenerse en cuenta los aciertos y virtudes de Omerta en cuanto al acatamiento de, o ruptura con, los cánones que gobiernan la eficacia dramática del filme en el juego con las claves genéricas empleadas. Será una lección de obligatorio aprendizaje para todos, porque para nadie es secreto que la mayor parte de la eficacia, en este tipo de películas se construye en el guión, con el diseño de los personajes, el fluir y la interrelación de las acciones. Igualmente se impone volver a revisar los clásicos de cada índole, estudiarlos hasta la saciedad, develar los secretos de su eterna juventud, y además, buscar la manera de variar los cánones que asentaron tales títulos sin lesionar la comunicación con el público. Se dice fácil, pero no hay otra forma. Cuando una película de gángsteres no funciona, es porque, hablando mal y rápido, se violaron las leyes que rigen este tipo de obras, o se alteró demasiado drásticamente la tipología de sus protagonistas típicos, o se irrespetaron las estructuras dramáticas y narrativas que el público espera, y ansía ver, en tales casos.
No soy yo de quienes apuestan porque en el cine cubano todo atraviese los seculares cauces del melodrama y la comedia costumbrista, pero a Omerta le faltó la humildad de atenerse amorosamente a sus personajes, a los presupuestos estilísticos y narrativos inherentes al llamado cine negro —por muy cubana que quisiera ser esta variante— y se extravió en distanciamientos y maniobras formales e intergenéricas que exceden los propósitos, se van de las manos e incluso pueden llegar a molestar. Cuando Sardiñas decide mostrarle a Rolo el pasillo de su creación (momento bailable-musical en el cual se adivina al «futuro» Michael Jackson), al espectador, por lo menos a mí me pasó, no le queda más remedio que considerar totalmente extemporánea una alusión desligada por completo del resto de la película.
Conste que deshilvanada y todo, la escena de baile está formidablemente filmada y editada, como había de esperarse entre profesionales con tanta experiencia en el videoclip nacional. Además, en el filme todo, no deja de ser virtuosa ni la dirección de arte de Onelio Larralde, ni la edición de Lester Hamlet (uno de los rubros más funcionales y certeros) ni la fotografía de Luis Najmías (incluso cuando el pacto entre director y fotógrafo optó por picadas y contrapicadas a lo Citizen Kane que aportan una retórica bigger than life, demasiado prolija para este relato).
Omerta, del realizador cubano Pavel Giroud, se presentará en los cines de estrenos de la capital hasta el 7 de enero. En el acápite de los aciertos debe anotarse también la participación de rostros jóvenes y poco habituales en la gran pantalla. El talento y la sinceridad de Manuel Porto permanecen incombustibles, aunque lo llamen poco para el cine, y así le confiere una dignidad a su Rolo que lo salva del patetismo y la autoparodia. Kike Quiñones, Yadier Fernández y Ulik Anello formulan tres respectivas antítesis del protagonista, y cada uno sale airoso a su manera en el duro cometido de acompañar al héroe, brevemente, y no resultar eclipsados por la impronta del veterano. Ojalá cuenten los tres con futuras ocasiones de manifestar sus talentos. Solo apuntar el desafuero en la norma lingüística del personaje que interpreta Yadier Fernández, quien emplea giros coloquiales francamente contemporáneos, anacrónicos en una trama que se supone ambientada hace 40 o 50 años.
Muchas veces se asegura, en el medio cinematográfico, que la verdadera prueba de fuego para un joven cineasta no es tanto la primera película como la segunda, la cual deberá convertirse en fecunda demostración, promesa ratificada. Omerta constituye el segundo intento de Pavel Giroud en el largometraje de ficción, luego de la auspiciosa, y en muchos sentidos convincente La edad de la peseta, y de los celebrados cortometrajes Todo por ella y Flash (primer cuento de Tres veces dos). Pavel ha demostrado habilidad para crear atmósferas, conferirle solvencia a su representación y visualidad a una historia. Sabe manejar eficazmente la mayor parte de los códigos cinematográficos que conforman una película, y se encuentra apostado justo en la encrucijada que lo enfrentará a su tercer intento en grande. Quizá sea el momento para reflexionar —sin fiarse excesivamente de un talento que nadie debe negarle— sobre el cariz que tendrán sus películas venideras. Tal vez deba cuestionarse si será mejor continuar imprimiéndole su impronta a guiones ajenos, o cargar con la responsabilidad de idear la historia y luego ponerla en escena. Pero yo estoy muy lejos, sinceramente, de tratar de decirle lo que debe hacer, como no sea que ha contraído la responsabilidad de insistir una tercera, cuarta, quinta... vigésima vez. Su oficio es fabricar buenas películas, y el mío es criticarlas. Ambos estamos tratando de hacerlo lo mejor posible. Creo yo.